Fidel y Raúl o la herencia imposible
Fidel cumplió 83 años hace unos días. Su hermano Raúl sólo tiene 78. Es el benjamín alegre y juguetón de la familia. Hasta canta en chino. Fidel conmemoró su cumpleaños con un breve escrito en el que recordó que la función del revolucionario era defender causas justas. Raúl celebró el suyo, hace unos meses, explicando que no hay comida, gasolina o materiales para reparar las casas destruidas. Raúl afirmó que el país está en medio de una gravísima crisis. Los cubanos, dice, no trabajan lo suficiente. No producen. No cuidan el entorno. Malgastan los escasos recursos de que disponen. Raúl se propone disciplinarlos con su puño de hierro cuartelero. Más disidentes a la cárcel. Más funcionarios corruptos o flojos a sus casas. Más militares al control de las empresas públicas.
Para Fidel, gobernar es defender causas justas. Las narcoguerrillas colombianas, por ejemplo, o las heroicas guerras africanas, esos quince años de batalla en los que murieron miles de cubanos en Angola y Etiopía tratando de implantar el socialismo del siglo XX hasta que les cayó el Muro de Berlín en la cabeza. Para Raúl, en cambio, gobernar es conseguir que los cubanos puedan tomarse un vaso de leche, aunque tenga que fusilar al amanecer a medio país y colocar un sigiloso policía cada cincuenta metros.
La diferencia entre uno y otro la explicó hace un siglo el sociólogo alemán Max Weber. Fidel encarna la quintaesencia del poder carismático. Es un héroe, un arrebatado profeta, una persona excepcional cuya ilimitada autoridad descansa en su carácter suprahumano. A Fidel se le teme y se le obedece aunque nos conduzca al sacrificio. El mesianismo es eso: alguien elegido por los dioses para guiarnos a palos hacia el paraíso. Los apóstoles no tienen que rendir cuenta de sus actos porque no están sometidos a la ordinariez de la ley ni sujetos a la cadena del pedestre sentido común.
El poder de Raúl es racional. Sueña con institucionalizar el gobierno y revitalizar al desmoralizado Partido Comunista para poder transmitir la autoridad ordenada y disciplinadamente. Su objetivo, en el quinquenio de vida útil que le queda (de formación muy soviética, Raúl todo lo mide en quinquenios), es, primero, mantener el poder, y, segundo, lograr ese maldito y esquivo vaso de leche que no hay manera de extraerles a las mezquinas vacas socialistas. Ya ha dicho que él no fue elegido para enterrar al sistema, sino para salvarlo. Pero ahí existe una contradicción que descubrió Gorbachov en la década de los ochenta: el comunismo no es reformable. No hay manera de salvarlo y hacerlo eficaz.
Hay elementos contradictorios en el comportamiento de Raúl. Hace muchos años que sabe que el colectivismo no funciona. Cuando Gorbachov publicó su libro Perestroika, Raúl le pidió a su mejor asistente personal en las Fuerzas Armadas, el oficial Jesús Renzolí, experto en la cultura y los entresijos rusos del poder, que lo tradujera y lo repartiera entre los mandos militares. Renzolí lo hizo, pero Fidel mandó recoger la edición rápidamente. La perestroika (la reforma) y el glasnot (la libertad para la crítica) eran inventos de la CIA. Raúl obedeció sin chistar, como siempre ha hecho. Al poder carismático no se le discute.
En algún momento Raúl va a comprender que no solo el socialismo es irreformable: tampoco es posible heredar el poder carismático y transformarlo en poder racional. En Cuba ya no hay marxistas-leninistas que se traguen el cuento ideológico. Por eso ni siquiera puede organizar el Congreso del Partido Comunista. Ha tenido que aplazarlo sine die. Medio siglo de fracasos es una lección demasiado intensa y prolongada como para poder ignorarla. Raúl y su entorno saben que las jóvenes generaciones de cubanos perciben a la cúpula dirigente como una tribu distante, extraña y enemiga, de la que es conveniente huir a bordo de cualquier cosa capaz de flotar. “Eso”, sencillamente, no tiene arreglo. Es verdad que Fidel no lo designó como heredero para enterrar el sistema sino para mantenerlo, pero se trataba de una misión imposible. El poder carismático puede ejercerse contra la realidad. Fidel consigue caminar sobre las aguas. Raúl se hunde. El poder racional está condenado a obedecer a la realidad. Raúl debería leer a Max Weber. Nunca se es muy viejo para aprender cuatro dolorosas verdades.
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