La libertad estorba
El proyecto socialista del gobierno sigue entrompado con los medios de comunicación libres. Los viene acosando desde hace tiempo. Con ventajismo, ha agredido a nivel personal a representantes de los más visibles, a empresas propietarias, a profesionales de la comunicación, a técnicos, colaboradores y hasta a su público. Si les tira piedras, como dice el viejo refrán, es porque cargan mangos. Cuando los agrede, extirpa o sustituye, su objetivo es realmente destruir a las audiencias. Porque los medios valen por sus audiencias.
El poder no lo tienen los medios. Ese algo pertenece a la audiencia.
Aunque sea difuso, desconcentrado, diverso y plural, es un poder básico del pueblo. Es la fuerza de opinión, de preferencias, de la voluntad descentralizada de la democracia; es la fuerza de la libertad. De conciencia, de opinión, de elección, de diversidad, de esparcimiento y de la individualidad personal.
Si los medios oficiales tuvieran audiencia suficiente, el gobierno actuaría de otra forma. Pero no ha logrado, ni con millonarios presupuestos para sus múltiples emisoras radiales y televisivas, o incluso para sus impresos, ni con medidas arbitrarias, como la tomada contra RCTV en 2007, captar las simpatías del público hacia ellos.
Porque las preferencias naturales de la gente buscan diversidad, calidad, actualidad, utilidad y hasta un mínimo de decoro en la programación y contenidos.
Lo que vale para los medios, considerados en forma general, aplica también a los casos individuales. La historia muestra cómo cada medio ha atravesado épocas de enorme captación de público, y fases de decaímiento y hasta de desplome, así como de recuperación. Porque conseguir y mantener audiencias no es sencillo. Y los medios como actividad económica requieren viabilidad financiera. Alzas y bajas en la audiencia marcan prosperidad o deterioro en la evolución de radios, periódicos y canales de TV, incluso de los sitios web, que también compiten en tiempo con ellos. Nada más fácil para una persona que cambiar de periódico, canal, estación radial o página web; incluso moverse de un medio a otro, de la TV a la radio, del periódico a la web, y otras opciones posibles. Pero una cosa es perder audiencia, y otra muy distinta es quedar extirpados por cirugía estatal fraudulenta.
Los medios pueden ser poderosos gracias a sus audiencias, pero son también frágiles, porque estas audiencias no son monopolizables. Y más frágiles aún cuando su existencia pende de un capricho o plan oficial.
Pueden perder las preferencias del público y desaparecer; la responsabilidad es de ellos. Pero si les cae el hacha del gobierno, los enemigos reales están en la audiencia. Los ciudadanos, pues.
El Gobierno no quiere que la gente contacte medios no oficiales. Por ello, el ataque viene arreciando con la última decisión de suspender 34 emisoras, con clara motivación política. Como el ejercicio de la libertad de expresión es entendido por el régimen como estorbo para la construcción de su pequeño imperio, se le pasa el Caterpillar por encima con excusas banales.
El Gobierno, a estas alturas, ya perdió la competencia por audiencias. Lo que pretende es suprimir expresiones alternativas a su proyecto de dominación. Aunque esta pretensión equivalga, como diría Zaratustra, a escupir contra el viento.
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