Sobre la asimetría entre trabajador y empresario
Hace unas semanas estuve hospedado en un hotel durante tres días. Se trataba de un hotelito familiar, de categoría baja, aunque bien atendido. Algo que siempre me interesa es la hora a que se puede desayunar, pues con ella empieza mi día cuando estoy en el extranjero. Así que me informaron puntualmente de que se podía desayunar a partir de las siete de la mañana.
En la práctica, este servicio se prestaba por una chica contratada por la dueña del hotel, que venía a llegar a las seis, limpiaba la cafetería, preparaba la terraza y, eventualmente, atendía las peticiones de desayuno. Así ocurrió los dos primeros días, y puntualmente disfrute de mi colación.
Pero al tercer día no ocurrió tal. En efecto, a las seis de la mañana nadie estaba limpiando el salón, y a las siete ni estaba la terraza puesta ni había a quien pedir el desayuno. Así que me acerqué a recepción a ver qué ocurría, obteniendo la evidente respuesta de que la chica encargada no se había presentado, y que estaban tratando de localizarla. Por acortar, la historia terminó con la recepcionista despertando a la empresaria de su seguramente merecido sueño, y con ésta abriendo el restaurante a las siete y media, y preparándome unas deliciosas crepes.
Esta simple anécdota revela importantes características sobre la relación entre empresario y trabajador, y que llevan a cuestionar la supuesta asimetría negociadora entre ambas partes que, entre otras cosas, justifica la regulación laboral y la existencia de sindicatos.
En primer lugar, no se debe de olvidar que de los dos recursos básicos u originarios (tierra, trabajo), únicamente es el trabajo el imprescindible. No hay forma de acometer un proyecto empresarial, por muy automatizado que sea, sin presencia humana. En cambio, sí se pueden acometer empresas sin disponer de recursos naturales (por ejemplo, la canción de un cantante, o el consejo de un abogado). Así que es evidente que el empresario necesita del trabajador: sin trabajador no hay empresa.
La ausencia de la limpiadora-cocinera el día de autos tenía que ser suplida como fuera por el empresario, que corría el riesgo de ver toda su inversión arruinada, activos que posiblemente le habían costado más de lo que pagaría a la chica en toda su vida laboral, si no tomaba ninguna decisión. En este caso, no le quedó más alternativa que levantarse a prepararme el desayuno.
¿Es mutua la dependencia? ¿Depende el trabajador del empresario? De forma irreflexiva, se podría responder que sí, pues es el empresario el que le paga el salario. Sin embargo, el trabajador es el único de los recursos de la empresa que la puede abandonar a su gusto sin ninguna pérdida. Si el empresario decide abandonar la empresa, perderá su inversión.
Más aún: el trabajador puede decidir hacer la competencia al empresario, puede integrarse verticalmente hacia delante y formar su propia empresa. Así que no solo el trabajador puede decidir no trabajar, o cambiar de empresa, es que tiene en sus manos crear su propia empresa. Compárese con las posibilidades del empresario al respecto del trabajador.
Realmente, no sé qué pasó con la protagonista ausente de la anécdota. Pero podemos imaginarnos que tal vez encontró un puesto de trabajo mejor, más cerca de su casa o mejor remunerado o más interesante, y no juzgó necesario comunicárselo a su jefa. O a lo mejor ese día no tenía ganas de trabajar. Sea como fuera, la situación deja a la empresaria en su verdadero lugar, como una persona con gran parte de su patrimonio invertido en una finalidad y dependiendo para su recuperación completamente de los caprichos de otro ser humano.
Evidentemente, los "caprichos" del trabajador se ven atenuados por su deseo de mejorar su vida y por la competencia que le suponen los restantes trabajadores, en esencia, por su instinto de supervivencia. Pero eso no cambia el análisis realizado: existe una asimetría de dependencia entre ambas partes del mercado, que no es tan aparente en los mercados de otros tipos de bienes y servicios.
Lo curioso es que, a mi modo de ver, esa asimetría en el mercado libre es contraria a la que encontramos en los mercados intervenidos. En el mercado libre, el empresario depende del trabajador; en el mercado intervenido, con la regulación de un salario mínimo y demás derechos sociales, se produce un exceso de oferta del factor trabajo, y la asimetría pasa a ser la contraria: es el trabajador el que depende para su subsistencia del empresario, que puede encontrar con (cierta) facilidad sustitutos.
Una vez más, reluce en todo su esplendor la gran paradoja del intervencionismo: la regulación implementada para equilibrar el poder de negociación entre empresario y trabajador, nominalmente para mejorar la posición de éste, son la causa última del mayor poder de negociación del empresario.
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