Lo que Insulza olvidó
El Tiempo, Bogotá
¿Fue una torpeza? Sin duda. Sacar de su cama a punta de fusil a un presidente y enviarlo al exterior en piyama es un acto que nos recuerda los clásicos cuartelazos de otros tiempos en América Latina.
Pero es también una torpeza que, sin ver otra cosa que la abrupta acción militar, gobiernos, medios de comunicación, la OEA y la ONU se precipitaran a calificar lo ocurrido en Honduras como golpe de Estado. Lo siguen llamando así sin tomar en cuenta que en aquel país todas las instancias propias de un Estado de derecho -el Congreso, la Corte Suprema, la Fiscalía, la Procuraduría, el Tribunal electoral, para no hablar de los partidos y la Iglesia- habían aprobado la destitución de Manuel Zelaya.
Lo hicieron para defender la democracia y no para atentar contra ella; para cumplir con la Constitución y no para desconocerla, pues la Carta Magna vigente en Honduras establece que un presidente no puede ser reelegido y que tal norma constitucional es inmodificable. Aun si se buscara apelar a una Asamblea Constituyente, tal convocatoria no puede hacerla el presidente sino el Congreso. El artículo 239 es contundente: "El que quebrante esta disposición o proponga su reforma, así como aquellos que lo apoyen directa o indirectamente, cesarán de inmediato en el desempeño de sus respectivos cargos".
Esto era exactamente lo que se proponía Zelaya, aconsejado por Hugo Chávez. Su convocatoria de una consulta popular para abrir paso a una constituyente representaba una ruptura constitucional desde dentro. Dispuesto a todo, Zelaya trajo de Venezuela urnas y papelería electoral. Con esto pretendía no sólo su prohibida reelección, sino sumarse a la llamada 'banda de los cuatro' -Chávez, Morales, Correa y Ortega- y a su tétrico socialismo del siglo XXI.
Pues bien, pese a que Zelaya fue depuesto por instancias legítimas de su país, José Miguel Insulza, secretario de la OEA, insiste todavía en ordenar su restitución como "Presidente legítimo y constitucional". En cambio, nada ha dicho ni hecho para denunciar los constantes atentados a la democracia que comete Hugo Chávez y el rumbo dictatorial que cada día toma su gobierno, cuando asume el control de todos los poderes y del sistema electoral, desconoce los fueros de los alcaldes elegidos por la oposición, inhabilita candidatos, cierra canales de televisión y ahora amenaza a 285 emisoras, acorrala a la sociedad civil e impone como dogma su pensamiento en los centros educativos.
Por ese camino van Morales, Correa y Ortega. Por cierto, es el camino de Cuba, país que fuera expulsado de la OEA por contrariar todos los principios de su Carta Democrática. Aunque el gobierno de los Castro no ha dejado de ser una dictadura, el incongruente señor Insulza buscó el regreso de ese país a la OEA.
¿Hay derecho a abrir la puerta a Cuba y, en cambio, asfixiar a la pequeña Honduras por no querer enrumbarse hacia el socialismo del siglo XXI? Dirán los 'mamertos' de siempre que la mía es una posición de extrema derecha. Pues no es así. Personajes de izquierda como el profesor e internacionalista venezolano Demetrio Boersner (enemigo del imperialismo y del capitalismo salvaje, según su propia declaración) se manifiesta al respecto y escribe en el diario Tal Cual, dirigido por Teodoro Petkoff: "En Honduras el presidente Zelaya, elegido en forma legítima, se dejó sobornar por la oferta de apoyo del eje Cuba-Venezuela para elevarse a una posición de poder autocrático, integrándose de esta manera a un proyecto de expansión totalitaria en la región".
Insulza, muchos gobiernos y el estrepitoso mundo mediático padecen, pues, de una extraña miopía política que les impide ver el peligro donde realmente está.
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