La metafísica y la economía neoclásica
Lo mínimo que uno espera de un científico es que no sea un metafísico. De un científico de cualquier tipo: dedicarse a las ciencias sociales no le excusa a nadie para ponerse a soltar arbitrariedades sin ofrecer un razonamiento sostenible o una base empírica de la que extraer –con el tiempo, con más muestras y con ciertos presupuestos teóricos– regularidades que tengan sentido, que no hagan aguas por todas partes. Pero por lo visto esta condición tan básica, tan primaria, supone un esfuerzo demasiado grande para algunos.
Sin embargo, no hay por qué rebajar las exigencias: es cuestión de tiempo el que la economía mainstream, ya puesta en evidencia en muchas ocasiones (la última, con motivo de su impotencia frente a la crisis económica mundial), se vea superada por otro paradigma que poco a poco la va royendo (también cabe la posibilidad de que ella misma se revista de otra cosa pero sin cambiar en lo esencial, perpetuando así el problema, como ya ocurrió con la llamada "síntesis neoclásica"). Paradójicamente, cuando los neoclásicos se ponen gallitos (Krugman parodiando la teoría austriaca del ciclo económico), acusan a los austríacos de dos cosas, no necesariamente al mismo tiempo: una, de auto-aislarse de la comprobación empírica, y dos, de moralizar la economía. Volveremos sobre estas dos críticas.
Antes me gustaría exponer lo que, derivando de lo que cabe esperar de un científico (es decir, que no sea un metafísico), cabe esperar de una ciencia, concretamente de una ciencia social, más susceptible por la naturaleza de su objeto a la parodia y a la banalización: que no sea pura charlatanería.
Una ciencia social seria, digna de respeto, debería ser capaz de explicar bien al menos ese aspecto de la realidad en el que se centra, sin trocearlo inútilmente (por ejemplo, sin dividir en "micro" y "macro" su objeto de estudio, como si el razonamiento económico individual y las consecuencias de las decisiones económicas fueran diferentes en la política y en la calle). Una ciencia social seria, digna de confianza, debería poder confrontar su teoría a la realidad a gusto, no a regañadientes, no imponiendo innumerables condicionantes irreales, y todo para acabar ofreciendo equilibrios "parciales" o conclusiones facilonas a las que cualquier persona espabilada puede llegar por sí misma. Una ciencia social seria, con futuro, debería conocer este aspecto de la realidad que se atribuye como la palma de su mano, o como mínimo tener los instrumentos adecuados para ello. Por el contrario, en la actualidad sufrimos un paradigma de ciencia económica simplón y abstracto que, por el momento, sólo ha servido para dos cosas: para justificar teóricamente el dirigismo, y para que exista una carrera universitaria llamada Economía, que suena muy bonito y profesional.
Desgraciadamente, la mayoría de las personas ajenas a las aulas de esta carrera no saben exactamente qué se cuece ahí dentro, y seguramente se piensan (siendo, por lo demás, perfectamente razonables) que todos estamos aprendiendo muchísimo sobre cómo se gestó esta crisis, sobre cómo prevenirla y sobre las diferentes lecturas que hacen de la misma las diferentes corrientes de pensamiento económico. Nada más lejos de la realidad. Aquí estamos, hallando equilibrios.
Y no es que la economía neoclásica no haya podido sospechar la crisis que se estaba gestando: es que, ni siquiera a posteriori, hay un modelo que funcione y que diga algo más que "la burbuja inmobiliaria tenía que explotar tarde o temprano" (¡y también aquello de "¡busquémonos otra burbuja!"). ¿Es el resultado –uno de los resultados, y a la vez uno de los síntomas– lo único que la economía neoclásica puede ofrecer como explicación?
Curiosamente, las dos críticas que se le hacen a la Economía Austríaca en estos momentos, cuando uno profundiza en los razonamientos subyacentes, o no tan subyacentes, de la economía neoclásica de hoy en día (o sea, neokeynesiana), ve que son, en realidad, sus complejos. La economía neoclásica quiere ser neutral, quiere ser matemática, pero finalmente acaba opinando que la crisis es culpa de la codicia de unos pocos y que la solución es la manga ancha en el gasto público. ¿Cómo es que la "neutralidad metodológica" les lleva a una solución tan política, y tan políticamente correcta? La economía neoclásica quiere ser realista, quiere manejar matrices de datos colosales y plasmarlas en gráficas exactas, pero finalmente acaba diciendo que "la característica principal de una competencia perfecta es el beneficio cero". ¿Cómo es posible esta sentencia tan insensata? Sí, estamos de acuerdo: esto es una tomadura de pelo.
Pero estos insólitos axiomas que he puesto como ejemplo de cómo la economía neoclásica traiciona su supuestamente propio "empirismo", no son una excepción, son la norma: la clave está en decir cosas cuanto menos realistas mejor. La metafísica neoclásica florece especialmente en el campo minado del análisis económico (por ejemplo, en las Microeconomías, en las que cambian de repente los presupuestos según hablemos de los individuos o del Estado) y de la economía aplicada (por ejemplo, en Economía mundial, en la que se nos pide amablemente, en el modelo explicativo del comercio relativamente más completo, el de Hescker-Ohlin, que "imaginemos que en el mundo hay sólo dos países que producen sólo dos bienes con sólo dos factores de producción". ¿Increíble? Pues si te apuntas al club, podrás hacer toda esta magia y mucha más: harás que aparezcan de la nada funciones de oferta y demanda, o incluso rectas isovalor al más puro estilo del utilitarismo benthamiano (¡pero sin ni siquiera unidades de medida de utilidad!).
Por mi parte, estoy convencida de que un estudiante de Economía, al acabar la carrera, termina por saber de economía menos que cuando entró. En el mejor de los casos, conocerá la historia y algunos conceptos interesantes, pero no sabrá explicar nada de lo que sucede a su alrededor. Pero a cambio, de Metafísica seguro que sabrá bastante.
- 23 de julio, 2015
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