La etiqueta “racista”
Fue algo desafortunado, y Gingrich no fue el único Republicano conservador en decirlo. Rush Limbaugh llamaba a Sotomayor "racista inversa" en su programa radiofónico; Glenn Beck, de Fox News, anunciaba que "ciertamente suena como una racista”. Se producían comentarios similares de la polemista Ann Coulter y el ex congresista Republicano Tom Tancredo, y el Washington Examiner titulaba un editorial "La jurisprudencia racista de Sonia Sotomayor.”.
Las opiniones Sotomayor en materia étnica y racial son ciertamente deplorables. Aparentemente se trata de una chauvinista sin complejos que piensa no solamente que la perspectiva de un juez está ligada indefectiblemente al sexo, la raza y la etnia — el juicio se ve afectado por "las diferencias culturales fisiológicas inherentes" de color, dice — sino que la perspectiva "latina" ha de ser celebrada especialmente. Esas opiniones son odiosas para cualquiera que piense que la justicia, para ser justa, debe ser indiferente a la raza. Desafortunadamente, eso no es lo que creen los progres contemporáneos. Sotomayor merece ser cuestionada exhaustivamente a propósito de su apoyo a tan trasnochada política de minorías. No merecía ser atacada como racista.
Los comentarios de Gingrich y compañía provocaron rápidamente la represalia. “¿Qué demonios está sucediendo aquí?” inquiría Chris Matthews en la MSNBC tras reproducir un fragmento de Limbaugh llamando a Sotomayor "una mujer amargada… con prejuicios… una racista.” En el New York Times, el columnista Charles Blow denunciaba "el radical hostigamiento racial Republicano", y llamaba "vergonzosa y derrotista" a la acusación de "racista”. La Senadora de California Diane Feinstein lamentaba que "llamar a alguien racista… es simplemente terrible" y sólo añade "un tremendo matiz visceral" al discurso público. David Axelrod, consejero de Obama, condenaba la acusación como "particularmente ofensiva… Ciertamente no representa el lenguaje, la postura y la orientación que cabrían esperar”.
En su defensa, Gingrich retiró la acusación algunos días más tarde. "La palabra 'racista' no debería haber sido utilizada con la juez Sotomayor como persona, incluso si sus propias palabras son inaceptables", escribió el 3 de junio. Ahora convenía, decía, con aquellos que "han sido críticos con mi elección de la palabra.”
La satanización de Sotomayor como racista fue escandalosa, y los progres y los Demócratas acertaron al condenarla. Y si ahora convienen en que tal discurso político de odio no debería tener cabida en la esfera pública, quizá insistan en pedir disculpas en nombre de aquellos que en sus propias filas han sido culpables de difamaciones comparables.
Empezando por el Senador Ted Kennedy.
Sucedía el 1 de julio de 1987, apenas 45 minutos después de que Ronald Reagan nominase al juez Robert Bork al Tribunal Supremo, que Kennedy desataba un virulento ataque contra uno de los juristas más distinguidos de la nación. “La América de Robert Bork es un país en el que las mujeres serán obligadas a abortar clandestinamente, los negros se sentarán segregados en las cafeterías, policías canallas pueden tumbar las
puertas de los ciudadanos en registros nocturnos", acusaba Kennedy. El pensamiento de Bork era “neanderthal” y “siniestro”, dijo; confirmarlo autorizaría a los censores y cerraría las puertas de los tribunales federales "pillando los dedos de millones de ciudadanos”.
Fueron difamaciones despreciables, como reconocen ya hasta los seguidores de Kennedy. “El Bork del discurso de Kennedy era un fascista virulento y Bork el candidato no”, escribe Adam Clymer, el veterano corresponsal de Washington y biógrafo de Kennedy. Ethan Bronner, que cubrió la noticia para el Boston Globe, describía a Kennedy más tarde “habiendo retorcido la forma de ver el mundo de Bork” — no en el calentón del debate, sino con premeditación y alevosía.
La misma premeditación se repetiría posteriormente con los demás jueces conservadores nominados por presidentes Republicanos. En 1991, Clarence Thomas era atacado como un traidor a su raza por casarse con una blanca, y acusado de ser un títere de los partidarios de la supremacía blanca. “Si se pone harina en la cara de Clarence Thomas”, afirmaba Carl Rowan, “pensará que es David Duke quien habla”. El juez Charles Pickering, veterano defensor de la reconciliación racial, fue difamado por el Senador John Kerry como “poderoso defensor de un racista” y por el Senador Charles Schumer por su “evidente insensibilidad racial”.
En algunos sectores de la izquierda, las acusaciones de racismo son lanzadas con una soltura asombrosa. Las recientes protestas fiscales celebradas por los partidarios de los límites al gasto público en todo el país, afirmaba la actriz/activista Janeane Garofalo, trataban "de odiar al negro en la Casa Blanca… racismo evidente”. El canal Fox News, dice Keith Olbermann, es “tan peligroso como el Ku Klux Klan”. Gingrich en persona ha sido víctima. Cuando, siendo congresista de Georgia, llevó a los Republicanos a la victoria en las elecciones de 1994, Jacob Weisberg, de la revista New Yorker, atacaba sus políticas como “un señuelo del hostigamiento racial", y añadía: " George Wallace también tenía éxito en la Georgia rural”.
Pocas armas de acoso y derribo político son tan repugnantes como el sambenito de "racista". Los que se enfurecen cuando los conservadores lo cuelgan a los progres deberían escandalizarse en la misma medida cuando los progres lo hacen a los conservadores. Y, no debería hacer falta decirlo, a la inversa.
- 23 de enero, 2009
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