Irán: Una fachada democrática y un interior de fuerte represión
Encendidas polémicas sobre el futuro de la economía y la política nacionales, sobre cuál debe ser la relación con EE.UU., sobre si se debe aceptar la invitación de Barack Obama a dialogar. Acusaciones cruzadas de corrupción. Debates por TV entre los candidatos. Una prensa que toma partido. Actos políticos con miles de simpatizantes en las calles… El espectáculo de la campaña electoral iraní, que desemboca hoy en comicios presidenciales que pueden marcar una bisagra en la historia del país y en su vínculo con Occidente, puede hacer suponer al observador poco prevenido que está ante una democracia vibrante. La realidad, sin embargo, es muy diferente.
La revolución islámica de 1979 del ayatolá Jomeini inauguró un régimen teocrático que con el tiempo se burocratizó en extremo, lo que hoy lo hace parecer mucho más una teocracia totalitaria que una democracia.
Irán tiene un presidente, un Parlamento y un Poder Judicial, pero son parte de un engranaje institucional complejo que tributa en su vértice superior en el «Veleyat e faqih», que se personifica en el llamado por Occidente «guía o líder espiritual», en los hechos vitalicio.
El líder espiritual (inicialmente Jomeini; hoy Alí Jamenei) nombra a seis de los doce miembros del Consejo de Guardianes de la Revolución, poderoso organismo encargado de ratificar las leyes que aprueba el Parlamento («Majlis») y de ejercer el control de constitucionalidad, es decir que las normas legislativas se adecuen a la «sharia», la ley islámica.
Otra función del Consejo de Guardianes es la de revisar todas las candidaturas a cargos electivos, lo que restringe al extremo la posibilidad de cambios políticos y, de hecho, pone un cepo a todo el sistema político.
Por caso, para las elecciones presidenciales de hoy se habían presentado 475 candidatos, una dispersión que en buena medida tiene que ver con el impedimento constitucional para la formación de partidos y con la obligatoriedad de que los candidatos se presenten a título individual. Es cierto que muchos de esos postulantes son poco consistentes (alguna vez hasta se anotó a un chico de doce años), pero llama la atención que sólo cuatro hayan pasado el proceso de revisión. En el camino quedaron, como siempre ha ocurrido, 42 mujeres.
Otro dato: en las legislativas del año pasado, el Consejo vetó a casi tres mil candidatos, en su enorme mayoría reformistas. No sorprende así que la abstención de los votantes haya llegado, en ocasiones, al 50%.
Una prensa libre es un requisito básico de cualquier democracia. Pues bien, eso no existe en Irán. Es cierto que hay periódicos de diferentes tendencias, pero los límites son claros y no se pueden sobrepasar. Durante la primavera que supusieron los dos mandatos del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005), el Poder Judicial ordenó el cierre de decenas de diarios y revistas, política que arreció desde la llegada al poder del ultraislamista Mahmud Ahmadineyad hace cuatro años.
Reporteros sin Fronteras considera a Irán uno de los mayores «predadores» mundiales de la libertad de expresión.
Hace poco, a fines de mayo, las autoridades iraníes prohibieron por varios días el acceso a Facebook, que, a tono con lo que ocurre en numerosos países, se convirtió en instrumento de los candidatos. Lo que alarmó al clero más conservador fue su uso por quien es hoy el principal rival de Ahmadineyad, el conservador moderado Mir Husein Musaví.
Al adentrarse en el sistema legal iraní también se encuentra una enorme represión. El año pasado, se aplicaron 346 condenas a muerte en el país, lo que lo convirtió en uno de los más duros del mundo.
Amnistía Internacional ha denunciado que los castigos suelen ser crueles e incluyen flagelaciones y amputaciones. Las condenas a muerte también pueden ser por lapidación, una costumbre que había caído en desuso en los años de Jatamí y que volvió con la restauración de Ahmadineyad.
Hasta mayo último, ya se habían practicado en el año 140 ejecuciones en Irán, algunas incluso de menores de edad. Según datos de Amnistía, sólo desde 1990 han sido condenadas a muerte al menos 42 personas acusadas por crímenes cometidos antes de la mayoría de edad.
AI denunció también la aplicación de torturas, persecuciones a minorías étnicas y una extendida discriminación contra las mujeres.
Otro rasgo del régimen que se endureció con el actual presidente es la actuación de la policía moral, muy celosa en materia de indumentaria femenina.
Irán es uno de los 80 países del mundo en los que la homosexualidad es ilegal, según datos de la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas (ILGA), con sede en Bruselas. En el país, esa opción sexual es castigada con la horca. Acaso eso explique las declaraciones de Ahmadineyad en setiembre de 2005 en la Universidad de Columbia: «Nosotros no tenemos homosexuales», dijo ante la carcajada general.
Ahmadineyad es el candidato de Jamenei, del clero más conservador y de las clases populares más identificadas con la «pureza» del islam; Musaví, en tanto, es apenas un conservador moderado, un histórico del régimen y, pese a sus promesas de apertura, de ningún modo puede considerárselo un reformista en toda la regla.
Cuando Ahmadineyad ganó hace cuatro años, los verdaderos reformistas denunciaron un escandaloso fraude. Pero Jamenei, una figura poco menos que intocable en el país, se encargó de acallar las críticas cada vez que éstas surgieron.
El 18 de mayo llegó incluso a pedirles a los iraníes que «cuando voten, deben evitar llevar a la Presidencia a cualquiera que pretenda rendirse al enemigo (EE.UU., Israel) y arruinar la nación».
Pocos días antes había fustigado a los postulantes opositores que «mienten y confunden a la opinión pública al hablar de la situación económica». No toleró que denunciaran el colapso de la economía a pesar del ingreso de u$s 272.000 millones en concepto de exportaciones petroleras y gasíferas, su dilapidación en una política disparatada, la inflación galopante del 25% anual (según las discutidas estadísticas oficiales) y el desempleo juvenil.
El líder espiritual se abstuvo también de amonestar a Ahmadineyad, como le pedían insistentemente los opositores, por haber lanzado pesadas acusaciones de corrupción a lo largo de la campaña. Una de sus víctimas fue la esposa de Musaví, Zahra Rahnvard, de quien dijo que compró su título de politóloga. Lo que molesta de la mujer a los más conservadores es otra cosa: en sus últimas apariciones se mostró con un velo mucho más liberal de lo aceptable.
Ahmadineyad (un negacionista del Holocausto que hasta organizó en Teherán una «conferencia internacional» para tal fin y que abogó repetidamente por la destrucción de Israel) también la emprendió contra el ex presidente Alí Akbar Hashemi Rafsanyani, uno de los hombres más poderosos del país, a quien acusó de haber incurrido junto a sus hijos en graves hechos de corrupción. De nada valieron las quejas y el poder de éste; Jamenei se mantuvo imperturbable en el apoyo del presidente.
Este hecho pone de manifiesto la línea de quiebre que se ha abierto en el clero iraní. Por un lado, los más poderosos y conservadores defienden a Ahmadineyad, mientras otros, algo más moderados, cuestionan su retórica encendida y el descrédito que le causan al país su enfrentamiento excesivo con Estados Unidos y su negación del Holocausto.
Que se entienda: las políticas más controvertidas del régimen, como el apoyo a los grupos Hamás y Hizbulá, y el plan nuclear, sospechado de tener fines bélicos, no son responsabilidad de Ahmadineyad. Este último, por caso, es de hecho muy anterior al actual presidente y debe ser considerado una política de Estado, al punto que es defendido por todos los candidatos que se presentan hoy a las urnas. Lo que los críticos del Presidente plantean es que se lo coronará más fácilmente si se evita una confrontación demasiado abierta con Occidente y, sobre todo, la amenaza de un ataque militar israelí o norteamericano.
Otro hecho divisivo dentro del régimen es la invitación al diálogo formulada por Obama. Si gana Musaví, esos contactos podrían ganar sustancia y tener algún viso de seriedad que justifique lo que hasta ahora puede verse como voluntarismo del demócrata.
Esto es Irán hoy. Algunos de sus rasgos más filosos invitan a preguntarse cómo es posible que, en virtud de un antiimperialismo vidrioso, una izquierda internacional que presume de laica
y defensora de los derechos humanos lo reivindique.
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