Chávez lucha por salud mental
Como un mago que saca trucos de la manga, Hugo Chávez, a quien algunos ven como el bufón de América, da pasos firmes para silenciar a los que lo critican. Acusa a su mayor fustigador en la prensa de un delito asentado en una ordenanza en abril pasado.
Chávez sin lugar a dudas es un dictador habilidoso. Aparenta respetar las leyes usando a la fiscalía, que él manipula, para incriminar de una fechoría, probablemente falaz, a Guillermo Zuloaga, presidente del canal privado Globovisión.
El 21 de mayo funcionarios del gobierno hallaron 24 automóviles en la casa de Zuloaga, los cuales hacían parte de un negocio de carros. De acuerdo a la versión oficial, el empresario los guardaba para revenderlos a mejor precio, «perjudicando a los pobres de Venezuela''.
La inculpación es hilarante: ''usura genérica'', la cual Zuloaga no había cometido aún, sino que las autoridades sospecharon que lo haría. ¿Cómo le adivinaron el pensamiento? ¿Qué diablos es usura genérica?
Pero, como si fuera poco, el 5 de junio le pidió a la fiscalía abrir una investigación de carácter penal contra Globovisión. Horas antes multaron a la televisora con $3.1 millones de dólares. El ministro de Obras Públicas y titular del organismo rector de las telecomunicaciones, Diosdado Cabello, admitió públicamente que la ofensiva de las instituciones del estado contra la emisora es un asunto de «salud mental''.
Chávez enfila baterías contra todo el que se interponga en su plan de adueñarse de las riquezas del país y de gobernar indefinidamente.
La ley y la justicia son empleadas por él a su discreción. Durante meses amenazó con meter a la cárcel a Manuel Rosales, alcalde de Maracaibo, valiente contrincante que lo desafió y finalmente casi logra su propósito de apresarlo. En abril ordenaron su captura y ahora está refugiado en Perú.
No sé si Rosales es culpable o no, pero suena sospechoso que contra él pesen investigaciones por enriquecimiento ilícito, después de oponerse al gobierno. También es suspicaz que a Zuloaga, dueño de la televisora que fiscaliza abiertamente a Chávez, se le persiga con saña.
La ley del miedo apenas comienza. Lo que vemos del bufón, con características perversas, son sólo las tiras de su sombrero que caen sobre el rostro y difícilmente podemos identificarlo. Pero cuando saque totalmente la cabeza y el cuerpo de su teatrillo se conocerá el verdadero aspecto y los venezolanos que lo eligieron tendrán que asumir la responsabilidad, aunque su populismo los tiene hipnotizados y no les deja percibir el peligro.
Para tratar de distraerlos siembra la idea de que podría convertirse en un mártir porque la ultraderecha latinoamericana lo quiere matar. Este delirio alucinante de ver o inventarse conspiraciones es la misma estrategia que durante décadas usó Fidel Castro.
Los gobernantes de izquierda radicales de Latinoamérica sufren de paranoia. Hugo Chávez la padeció otra vez al negarse a ir a la posesión de Mauricio Funes en El Salvador. Dijo que mercenarios pretendían derribar con misiles la aeronave de Cubana de Aviación que lo transportaría.
Hay dos razones por las que pudo ''sospechar del peligro'' denunciando una supuesta amenaza latente y tomar la decisión de no asistir: se proponía encubrir la maniobra de continuar silenciado a la prensa venezolana o temió que Funes no le diera el protagonismo que ansiaba porque parece que nunca fue el alumno aventajado que idealizó.
Es evidente que lo que se le viene a Venezuela encima es una época de mayores pérdidas de libertades. Una censura ''genérica'' que comienza con taparles la boca a sus más acérrimos críticos y opositores, por «salud mental''.
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