De Lula a Chávez, pasando por Néstor Kirchner
Las naciones latinoamericanas oscilan hoy entre dos modelos opuestos, representados por Luiz Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez. La primera cumbre que divide las aguas entre ambos modelos, en su faz política, es el candente tema de la reelección . La segunda cumbre que las divide, ya de naturaleza económica, es la definición de las relaciones entre el Estado y el mercado .
Cuando el antecesor de Lula, Fernando Henrique Cardoso, tuvo que plasmar el modelo político brasileño que heredaría su sucesor, pronunció una frase histórica: "Tres presidencias consecutivas no es una democracia, sino una monarquía". En la medida en que Lula, ya en medio de su segunda presidencia, confirme el rechazo de una tercera presidencia consecutiva, que ya ha anticipado pero en cuya dirección lo tientan algunos de sus partidarios, impresionados por su alto nivel de popularidad, completará el modelo de Cardoso, esto es, el rechazo de toda "re-reelección" como aquella a la que aspiró sin lograrla el presidente Menem en 1999.
Al consagrar de este modo la "no re-reelección", el modelo político brasileño empieza a manifestarse más que como una sucesión de "ciclos" personalistas de incierta duración, como un verdadero sistema político . Una vez que un país pasa de una sucesión de ciclos personalistas marcados por la exaltación temporaria de un líder mesiánico a un "sistema político" caracterizado por una estabilidad de largo plazo, empieza a encaminarse hacia las duraderas "políticas de Estado" que trascienden las breves "políticas de gobierno" sujetas a la cambiante fortuna de los caudillos. En esta vía está Brasil. Con variaciones menores, hoy siguen la vía del "no re-reeleccionismo" otras naciones latinoamericanas como Chile y Uruguay. Junto con el Brasil de Lula, el Chile de Bachelet, el Uruguay de Tabaré Vázquez y eventualmente la Colombia de Alvaro Uribe, si éste rechaza su propia tentación re-reeleccionista, todas estas naciones prometen alinearse con el desarrollo político europeo y particularmente con el modelo político norteamericano, donde nació la idea de que "tres períodos consecutivos no es una democracia, sino una monarquía" allá por 1797, cuando el presidente Washington no quiso aceptar su propia "re-reelección". También el largo período del gran progreso argentino, de 1853 a 1930, tuvo como marca la no reelección consecutiva de sus presidentes.
De Lula a Chávez
La segunda cumbre, esta vez económica, que divide las aguas entre el modelo de Lula y el modelo de Chávez es la relación entre el Estado y el mercado. A principios del siglo XX, cuando todavía arreciaba en Occidente la polémica entre el primer socialismo que exaltaba el Estado y el liberalismo originario que exaltaba el mercado, el sociólogo Max Weber sostuvo que el desarrollo económico de las naciones no depende del triunfo del Estado o del triunfo del mercado, sino de una difícil pero factible combinación entre ambos o, con otras palabras, de que una clase empresaria caracterizada por su competitividad conviva con una burocracia caracterizada por su profesionalidad . Es en esta dirección que marcharon Europa occidental y los Estados Unidos, y que hoy marchan Brasil, Chile y Uruguay, los países de punta del desarrollo económico latinoamericano.
Si tuviéramos que definir ahora el modelo de Chávez, podríamos decir que en el plano político lo caracteriza el re-reeleccionismo y, en el plano económico, el estatismo. El re-reeleccionismo de Chávez es la expresión de un narcisismo que lo conduce a creerse algo así como una reencarnación contemporánea de Bolívar. Este narcisismo, prolongación a su vez del típico caudillismo latinoamericano que tanto atrasó a nuestra región, ha sido bautizado por el columnista Andrés Oppenheimer como un "narcisismo-leninismo" porque postula un "socialismo del siglo XXI" que no es más que un castrismo bañado en petróleo. Chávez profana en realidad el noble nombre del socialismo por desconocer su evolución histórica, que partió del llamado "socialismo utópico" del siglo XIX, bordeó peligrosamente el comunismo al comenzar el siglo XX y remató a comienzos del siglo XXI en lo que hoy llamamos la "socialdemocracia", una idea política y económica perfectamente compatible con la democracia, según lo muestran grandes figuras como el inglés Tony Blair o el español Felipe González y, ya en nuestra región, el Partido de los Trabajadores de Lula, el Frente Amplio de Tabaré Vázquez y la Concertación Democrática chilena.
Es que lo de Chávez no es "socialismo" sino "estatismo", porque su política económica se parece más a la de los movimientos totalitarios que cundieron en los años 30 detrás de pretendientes del poder total (de ahí su adjetivo de "totalitarios") que, ya hayan venido de la derecha de un Hitler o de la izquierda de un Stalin, lo único que han querido es el sometimiento político, económico y cultural de la nación.
Que Chávez se halla al borde de esta escabrosa frontera lo prueba su persecución de los opositores, varios de los cuales han debido exiliarse; su intensa campaña para monopolizar los medios de comunicación, y su intento de bloquear el desplazamiento de aquellos predicadores contemporáneos de la libertad como Mario y Alvaro Vargas Llosa, que han osado profanar en Caracas el templo nada sublime del "pensamiento único".
Nuestro "medio modelo"
Siguen al pie de la letra el modelo chavista otros presidentes latinoamericanos también re-reeleccionistas y estatistas, como el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales, pero aún podríamos decir que el programa que encarna entre nosotros Néstor Kirchner es por ahora sólo un "medio modelo", no porque dude íntimamente ante el atractivo ejemplo que le brinda Chávez, sino porque, a la inversa de Correa y de Morales, aún no ha podido imponerlo del todo en la democracia argentina, cuyo destino a partir de las elecciones del próximo 28 de junio se abre en dos direcciones alternativas.
Si el kirchnerismo triunfara categóricamente en ellas, entonces podríamos ver a Kirchner y a su esposa alinearse ya sin disimulo junto con el caudillo venezolano que en el fondo admiran, y algunos de cuyos rasgos como el re-reeleccionismo ya han adoptado bajo la forma, hasta cierto punto original, de la sucesión indefinida intraconyugal, que, en ese caso, trataría de imponerse de nuevo en 2011. Pero lo que aún permite calificar al de Kirchner como un "medio modelo" es que esa victoria categórica, plebiscitaria, a la que el ex presidente aspira, dista de ser probable.
Es más, lo que aún permite asignarle a Kirchner la adopción de un "medio modelo" es que, si el 28 de junio llega a perder el control del Congreso que hasta ahora ha tenido, se abrirá para él y para sus propios opositores una nueva instancia de equilibrio que los empujará a ese diálogo y a ese compromiso que hasta ahora el ex presidente ha rechazado. Un Congreso pluralista podría convertirse así en una alta muralla contra la invasión chavista en la Argentina. En su lugar podría surgir al fin el horizonte de una Argentina democrática, republicana y "no re-reeleccionista" en la que el otro modelo, el de Lula y sus pares ideológicos, resultaría posible. Es por esta razón que al programa de poder de Kirchner, sujeto como está a lo que decidan los propios argentinos el 28 de junio, aún no podemos darle más que el nombre provisorio de un "medio modelo", cuya opción final sería completarse hasta la definitiva instalación del modelo chavista entre nosotros o, más probablemente, hasta su definitiva erradicación.
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