Inocencia de palabra… y de acciones
Si el presidente Colom es inocente de las graves acusaciones que Rodrigo Rosenberg vertió en su contra, antes de haber sido asesinado, debe actuar congruentemente. Debe dejar de usar recursos oficiales para reprimir las legítimas y espontáneas manifestaciones de descontento civil.
Parece que nuestro país despierta de una pesadilla solamente para caer en otra. Si no es el asesinato de activistas políticos, de derechos humanos, de empresarios, periodistas o de monseñor Gerardi, es el asesinato de diputados al Parlamento Centroamericano. Ahora nos toca vivir otra pesadilla más: el asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg.
Su muerte catalizó la ola de indignación que había comenzado con el asesinato del señor. Musa y su hija. Pero el video colmó la paciencia de la ciudadanía. Las acusaciones son gravísimas y deberán ser resueltas en dos planos: el político y el legal. Del lado legal, inevitablemente, el Ministerio Público y, ahora, la Cicig tomarán la investigación. El resultado está fuera de nuestras manos. El mismo Rodrigo nos pidió no buscar venganza, sino justicia, y nos instó a buscarla por las vías institucionales.
En el plano político y de opinión pública, la historia es otra. El Gobierno insiste, equivocadamente, en sostener la tesis de una conspiración desestabilizadora y, torpemente, busca reprimir la disidencia. Desde la primera manifestación en la Plaza de la Constitución no pudo resistir la tentación de acarrear en buses a sus simpatizantes, para intimidar a los manifestantes bajo el velo de un “apoyo al presidente”. Parece que el Gobierno prepara sus “fuerzas de choque” al estilo de Chávez en Venezuela y Ortega en Nicaragua.
Esa intolerancia no contribuye a la tesis oficial de su inocencia y más bien invita a otra investigación sobre el uso de fondos oficiales, para promover directa o indirectamente esas contramanifestaciones. Eso está mal y debe cesar. Es algo que la Prensa nacional e internacional ya han notado y fue un cuestionamiento directo de la periodista Patricia Janiot —de CNN— al mandatario Colom. Si éste dice ser una persona que ha trabajado por la paz, debe dejar que los ciudadanos —legítimamente hartos e indignados de la violencia— se manifiesten pacíficamente como lo están haciendo, inclusive, para pedir su separación del cargo y la de sus cercanos colaboradores.
Me pregunto: ¿Qué pensaría otro mártir de la violencia en Guatemala: Manuel Colom Argueta? ¿No murió él también por la intolerancia de las autoridades de turno? A pocas semanas de que su memoria haya sido homenajeada en diversas actividades oficiales, el Gobierno debe recapacitar y actuar congruentemente con su discurso reciente. Al final del día, las acciones son más importantes que las palabras.
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