Las virtudes redentoras de la codicia
La codicia , conderamos, es mala. También es rara. Está incluida desde hace tiempo entre los Siete Pecados Capitales, lo que sugiere que es una faceta universal y perenne del percal humano.
Pero la cantidad de ella, en los Estados Unidos por lo menos, responde a ciclos políticos. La avaricia crece cuando los Republicanos ocupan la presidencia. La ocuparon durante la década de los 80, y tamaña autoridad en materia de honestidad moral como es el periodismo estadounidense nada menos la bautizó como la Década de la Avaricia. Además, todo el mundo sabe que estamos inmersos en nuestro desaguisado económico actual a causa de la avaricia, que dormida durante la administración Clinton, fue despertada por la liberalización y las bajadas de los impuestos de la administración Bush. El día después de las elecciones de 2008, el New York Times (véase arriba: honestidad moral, autoridad en materia de) achacaba la tesitura económica de América a "la avaricia y una orgía de liberalizaciones”. El péndulo económico oscila, de forma que los Republicanos se harán con la presidencia en algún momento, provocando brotes de avaricia.
La codicia es difícil de definir pero la conocemos cuando la vemos. La persona avariciosa es la que gana, o quiere ganar, más de lo que es decente. La indecencia es difícil de definir, pero la conocemos en cuanto la vemos. Un vendedor de algo que nosotros queremos comprar es avaricioso si el precio que pide no es razonable. La irracionabilidad es difícil de definir, pero la conocemos en cuanto la vemos.
En el mercado de la reventa de entradas de acontecimientos de ocio, el terreno de la gente llamada a veces especuladores, la avaricia existe. De forma que todo el mundo sabe que la regulación pública es obligada. Todo el mundo menos David Harrington, economista del Kenyon College. Escribiendo en la publicación trimestral Regulation, defiende que los mercados liberalizados castigan la avaricia. Los mercados la reconocen en cuanto la ven.
Estudiando la página web Stubhub, que es propiedad de eBay, Harrington hizo un seguimiento del mercado de la reventa de entradas del partido de fútbol americano que jugaba la Universidad Pública de Ohio el 25 octubre 2008 contra la Penn State, que atrajo a una cifra récord de 105.771 aficionados. Stubhub hace las veces de corredor, cobrando el 15% al comprador y el 10% al vendedor, que puede cobrar lo que quiera. En general, el valor de la entrada depende de la ubicación del asiento — contra más baja sea la fila del estadio y más cerca de la línea de 50 yardas se encuentre, mejor.
Harrington recabó dos grupos estadísticos de información, uno el 13 octubre, 12 días antes del partido, y el otro el 21 octubre, cuatro días antes. El 13 octubre había 346 vendedores que ofrecían 682 entradas. Ocho días más tarde, 411 vendedores ofrecían 845 entradas. Durante el paréntesis, el equipo de la Universidad de Ohio derrotó al de la Universidad Pública de Michigan y una invicta Penn State derrotó a Michigan, intensificando el interés de los aficionados en el partido.
Pero aun así el precio medio de las entradas ofrecidas bajó de 359 dólares a 304 dólares. Esto se debió en parte a que la calidad (la ubicación del asiento) de las entradas restantes era peor. También la cantidad de días de venta se estaba reduciendo. Los asientos de acontecimientos deportivos son, como los asientos de las líneas aéreas, un inventario perecedero: en cuanto el avión despega o el partido empieza, el valor de las entradas sin vender pasa a ser cero.
Un vendedor codicioso — uno que sacara sus entradas al mercado a un precio muy elevado — tenía una menor probabilidad de venderlas dos semanas antes del partido que los demás vendedores. De ahí que tuviera que recurrir a descuentos mucho más acusados que los demás conforme se acercaba el día del partido y de la pérdida potencial del valor de su activo. Contra mayor es el número de asientos facilitados a través de la reventa, y más transparente es ese mercado gracias a la red, más probable es que la avaricia sea castigada.
Siendo justos con los codiciosos, lo cierto es que prestan un servicio: al poner un precio muy alto, preservan la oferta de entradas en víspera del partido destinadas a personas dispuestas a pagar una prima por las compras impulsivas de última hora. Desafortunadamente, esas personas se inclinan a ser más ricas que los por este motivo supuestamente codiciosos.
Quizá sería relajante dar un respiro al razonamiento moral y dar una oportunidad al razonamiento económico. Hasta hace poco tiempo, muchos estados regulaban "la reventa" limitando el margen de beneficio permitido del precio de las entradas, o proscribiendo el mercado de la reventa de ciertos acontecimientos. La mayor parte de estos estados han derogado o flexibilizado esas leyes, a pesar de que un editorial del New York Times en 1997 exigía una implementación más agresiva de las leyes anti-reventa por temor a que el público fuera víctima de "agentes que especulan con las entradas”.
En la práctica, los presuntos especuladores se encuentran en manos de un público armado con información, que es lo que generan y transmiten los mercados. La avaricia es peor que un defecto moral, es causa de tasación absurda. Ese es el motivo de que los mercados la reconozcan en cuanto la ven. Y cuando se permite operar al mercado, la avaricia precipita su propio castigo.
© 2009, Washington Post Writers Group
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