La tarea de Martinelli en Panamá
El País, Montevideo
Ricardo Martinelli ganó los comicios panameños de manera aplastante. Es posible que ese episodio sea el primer síntoma claro del inicio del hundimiento del chavismo en América Latina. Martinelli alcanzó algo más del 60 por ciento de los votos en una elección con tres candidatos. No recuerdo nada semejante desde hace muchos años.
El triunfador es millonario (lo que suele ser un inconveniente en las urnas), dueño de una cadena de supermercados, pro libre empresa, abiertamente pro norteamericano, contrario a las supersticiones del Socialismo del Siglo XXI, y él y su partido forman parte de la Red Liberal Latinoamericana (RELIAL) que preside el político costarricense Otto Guevara. Todo eso lo sabían los electores y lo respaldaron resueltamente.
El primero de julio Martinelli entrará en el Palacio de las Garzas, la elegante casa de gobierno panameña, y tendrá que enfrentarse a varias tareas muy importantes en las que coinciden casi todos los analistas: continuar las obras de ampliación del Canal, erradicar la corrupción, mejorar el decadente sistema de instrucción pública, combatir con medidas efectivas la pobreza que afecta al 28 por ciento de sus conciudadanos, frenar en seco los crecientes índices de criminalidad, cerrarle las puertas al narcotráfico, y patrullar con cuidado esa frontera sur que las narcoguerrillas de las FARC suelen utilizar para escapar de la presión del ejército colombiano.
Como Martinelli es un exitoso hombre de negocios, sabe que para llevar a cabo esas tareas necesita estimular la creación de empresas que generen beneficios, nuevos empleos, paguen impuestos e inviertan.
Sabe que lo que hace rica a una sociedad es el tejido empresarial que consigue segregar. Mientras más empresas existan, y mientras más sofisticados sean los bienes y servicios que brindan, más rico será el conjunto de la sociedad y mejores salarios obtendrán los trabajadores.
Él y los que le rodean, de acuerdo con las conversaciones que hemos tenido o las charlas que les he escuchado, quieren que la distribución de los ingresos en el país sea más equitativa, como sucede, por ejemplo en Canadá o en las sociedades escandinavas, pe-ro como son personas informadas y no idiotas o demagogos, conocen el secreto de esa igualdad: no es el fruto de la presión fiscal redistributiva, sino de la existencia de empresas con gran valor agregado que requieren los servicios de una masa trabajadora muy bien educada, creadora de riqueza, y, por ende, receptora de altos salarios.
Hay, pues, que aumentar el "capital humano".
Como buen liberal, en el mejor sentido de la palabra, Martinelli no ignora que para que se produzca ese milagro de desarrollo colectivo, el país necesita un marco macroeconómico estable, un clima justo y abierto de competencia, instituciones que funcionen con seriedad y un sistema judicial neutral y razonablemente veloz que solucione los inevitables conflictos que surgen en cualquier conglomerado humano. Al mismo tiempo, estudioso del fenómeno de la prosperidad y la estabilidad, seguramente ha hecho suyas las inteligentes conclusiones de Robert Putnam y la perentoria necesidad del "capital social". Si los panameños no lo incrementan están condenados a la mediocridad.
Martinelli sabe, además, que su paso por la presidencia es fugaz, y cinco años más tarde habrá dejado el poder sólo con una parte de la labor cumplida, porque en el camino habrán surgido mil contratiempos que frenarán o desviarán su labor de gobierno, como le sucede a cualquiera que ocupe esa posición en cualquier latitud del planeta. Se ha dicho mil veces, pero hay que repetirlo: un presidente jamás termina su labor. Es sólo el capitán provisional de un buque a la deriva que lleva muchos años navegando y que continuará su rumbo cuando él abandone la cabina de mando.
Esta última convicción, debería dictarle a Martinelli una labor política paralela, tan importante como su obra de gobierno, de la que no ha hablado durante su campaña: si quiere realmente dejar una huella perdurable en la historia de su país, tiene que aglutinar permanentemente a todas esas fuerzas de la moderación y el sentido común con las que ha ganado las elecciones, para crear un gran partido que le dé continuidad a su labor.
Ninguna sociedad se transforma en cinco años. Hacen falta veinte o veinticinco. Esa fuerza debe entender con toda claridad los fundamentos de los principios republicanos y cómo se crea o se destruye la riqueza, y su cúpula dirigente tiene que poseer honradez y espíritu de servicio.
Simultáneamente, hay que dotar a ese partido de un sistema justo de selección de líderes para que la sucesión no se produzca como resultado de la decisión del "Jefe", sino como consecuencia de la voluntad de las bases.
La democracia comienza por casa. Si Martinelli logra ese objetivo, su legado será inmenso y los panameños se lo agradecerán para siempre.
©FIRMAS PRESS
- 23 de julio, 2015
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