Los puercos y la inmigración
Al oír hace unos días las palabras del presidente Barack Obama reafirmando su intención de esforzarse porque este año se reforme integralmente el fatigado e insuficiente sistema migratorio nacional, sentí un escalofrío al recordar haber oído a otro presidente pronunciar casi las mismas palabras.
En el 2001, George W. Bush también se comprometió a reparar el desvencijado sistema migratorio. Lo repitió en 2004, durante la campaña por la reelección, y una vez más en el 2007, cuando el Congreso discutía los pormenores del proyecto de ley McCain-Kennedy que, de haber sido aprobado, habría dado un respiro a una nación ávida de soluciones pragmáticas.
Al día siguiente del discurso de Obama se iniciaron las audiencias en el Congreso. Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal, testificó bajo juramento que la legalización de los trabajadores indocumentados le daría un gran estímulo a la economía. Un policía testificó que la legalización ayudaría sustancialmente a mejorar las relaciones entre las policías locales y las comunidades. El pastor de una iglesia defendió la legalización en términos morales y denunció el abuso de quienes se aprovechan de la precaria situación migratoria de los indocumentados.
Algo semejante sucedió en 2001. Después del anuncio del compromiso de Bush con la reforma migratoria, el Congreso convocó a audiencias y en ellas se exaltaron las virtudes de un vigorizado sistema migratorio que restaurara la legalidad y la normalidad. También testificaron quienes se oponen a la legalización; quienes querían una moratoria a la inmigración por razones ecológicas. No faltaron quienes insinuaron que sería preferible admitir a inmigrantes europeos blancos.
A fines de este abril, empezaron a sonar los tambores de guerra de los nativistas que dominan en las estaciones de radio y televisión archisuperconservadoras contra los indocumentados mexicanos, acusándoles de ser portadores del virus de la influenza porcina y dando indicios de lo que será su estrategia para evitar que prospere cualquier intento racional de reforma migratoria.
Las muestras de los excesos de comentaristas como Bill O'Reilly, de Fox, quien aseguró en su programa de televisión que los inmigrantes eran ''armas de destrucción biológica''; las acusaciones de Michael Salvage, conductor del programa de radio La nación Salvage (salvaje diríamos en español); de Glenn Beck de Fox News y de periódicos como el Washington Times contra México han sido alarmistas, pero poco novedosas.
Ante una epidemia, los inmigrantes generalmente terminan siendo los chivos expiatorios. En 1892, por ejemplo, se acusó a los inmigrantes judíos rusos de haber traído el cólera a Nueva York. Ocho años después, los ''responsables'' de la peste bubónica en San Francisco fueron inmigrantes chinos. En 1917, se acusó a los trabajadores mexicanos de traer el virus del tifo a Texas y se les sometió a denigrantes tratamientos de desinfección que, en algunos casos, les provocaron la muerte.
En 2007, cuando era inminente la aprobación del proyecto de ley McCain-Kennedy, y la opinión pública pedía mayoritariamente una solución pragmática al asunto, las mismas voces que hoy empiezan a organizar su oposición valiéndose de falsedades lanzaron con enorme éxito su campaña de intimidación que finalmente descarriló el proyecto.
La dinámica empieza a repetirse. Obama, el sector privado, los sindicatos, los principales periódicos del país y la opinión pública nacional quieren la reforma. ''Los datos de la encuesta del Pew Research Center de enero de 2009'', me dice Marc Hugo López, director asociado del Pew Hispanic Center, «muestran que 76% de los entrevistados opinan que la reforma del sistema migratorio debería ser una prioridad mayor (41%) o por lo menos muy importante (36%), en la agenda del Presidente y el Congreso este año.''
Así las cosas, Obama tiene que apurar sus esfuerzos para impedir que los puercos que se especializan en revolcar por el lodo todo lo que tocan vuelvan a tener la última palabra, tal y como le sucedió a Bush.
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