Obama choca con los Castro
El País, Montevideo
El presidente Obama eliminó algunas restricciones que impedían que los cubanos viajaran frecuentemente a la Isla o que les remitieran dinero a sus familiares. Fue un gesto inteligente. Una oportuna rama de olivo que había prometido durante la campaña. Lo hizo en vísperas de su viaje a la Cumbre Americana de Trinidad y Tobago. Casi simultáneamente declaró que esperaba que Cuba pusiera en libertad a los presos políticos y respetara los derechos humanos, mientras publicaba un texto, en el que mencionaba el marco político adecuado para recibir plenamente a Cuba en la familia americana: la Carta Democrática firmada en Lima por los 34 gobiernos de la OEA, precisamente el 11 de septiembre de 2001, mientras ardían las Torres Gemelas.
Raúl Castro, desencantado y desencajado, reaccionó de una manera previsible: "más de lo mismo". En ese momento estaba en Venezuela convocado por Chávez para agitar en el circo del ALBA, una familia excéntrica de países amantes del colectivismo y enemigos de la democracia representativa y del sentido común que se reúnen de vez en cuando para jugar al antiamericanismo y otras formas curiosas de la bobería.
No muy lejos de Venezuela, en Haití, Hillary Clinton, la Secretaria de Estado, había dicho algo similar: ahora le tocaba a Cuba responder a la buena voluntad de Obama con una señal de cambio. Para La Habana aparentemente era algo muy fácil: si Estados Unidos facilita la entrada de los cubanos a la Isla, ¿por qué Cuba no hace lo mismo y propicia que sus ciudadanos puedan entrar y salir libremente del país, como sucede en casi todo el planeta?
Raúl Castro tenía razón. Lo que Obama está planteando con relación a la Isla es muy parecido a lo que han dicho antes que él otros diez presidentes norteamericanos (y lo que sostiene la Unión Europea): Estados Unidos está dispuesto a entablar relaciones normales con Cuba, pero sólo si su gobierno evoluciona en dirección de la apertura política y el respeto por los derechos humanos y las libertades civiles.
Washington, en suma, propugna un cambio de régimen en el país vecino. No está dispuesto a aceptar como "normal" y permanente esa dictadura comunista calcada del desacreditado modelo soviético, prácticamente ya desaparecido en todo el mundo.
¿Por qué esa insistencia? ¿Por qué Estados Unidos no puede convivir armónicamente con una satrapía comunista de la misma manera que en el pasado lo hizo con las dictaduras de Trujillo o Somoza? Las razones fundamentales son tres:
• Porque Estados Unidos, tras un siglo de fracasos, al fin comprendió que era un cínico error mantener buenas relaciones con las tiranías en un continente supuestamente comprometido con las libertades. ¿No criticaban a Estados Unidos por tener vínculos amistosos con las dictaduras latinoamericanas?
• Porque el caso cubano tiene un claro componente de política interna norteamericana. El 25% de la población cubana, unos 3 millones de personas (nacidos en Cuba o descendientes de cubanos), vive en EE.UU. Hay dos senadores, cuatro congresistas federales, y numerosos funcionarios dentro de la estructura de poder norteamericana. Los intereses mayoritarios de la etnia cubana, o su relativo peso electoral, como sucede con los judíos americanos con relación a Israel, hay que tomarlos en cuenta.
• Porque a Estados Unidos, finalmente, lo que le conviene es que en Cuba se instale una democracia sosegada y estable, como la costarricense, para mantener buenas relaciones políticas con la Isla, dotada de un sistema económico productivo, de manera que los cubanos no continúen emigrando en masa hacia Estados Unidos. Y nada de eso se puede conseguir si en La Habana continúa enquistada la vieja oligarquía comunista que tomó el poder hace medio siglo y ha sido incapaz de evolucionar bajo el peso de la experiencia, lo que hace que el régimen actual, aunque fuerte en apariencia, sea siempre precario. Sabíamos que en el comunismo dinástico, tras Fidel le tocaba el turno a Raúl, pero ¿qué o quiénes vienen tras Raúl?
Obama ha tomado la posición correcta. Hacer concesiones sin esperar algo a cambio hubiera sido un error. Habría sido como decirles a los demócratas de la oposición y al inmenso (aunque escondido) sector de los reformistas, que no era necesario que el país abandonara el fracasado sistema comunista porque a nadie le importa el destino de los cubanos. A Obama y a su administración sí les importa.
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