Yo, el yuyito
Cuando la presidente Cristina Fernández de Kirchner tuvo la mala idea de referirse a la soja como el “yuyito” y su marido la peor idea de enfrentarse a muerte con el campo, ambos cometieron el error de su vida. Un error que no sólo los destruyó políticamente, sino que, además, llevó la economía a la parálisis que hoy estamos viendo. Tal vez, si hubiesen leído un pequeño texto escrito por Leonard Reed 50 años atrás y titulado “Yo, el lápiz” hubieran advertido que el camino que tomaban los conduciría al fracaso.
En ese famoso ensayo, Leonard Reed explica todo el complejo sistema económico que tiene que funcionar para fabricar un simple lápiz de grafito. En principio, alguien tiene que dedicarse a la forestación para producir la madera que se utilizará para fabricar el lápiz. Otro tendrá que elaborar las máquinas y herramientas para talar los árboles. Un tercero tendrá que generar los insumos para crear esas máquinas y herramientas: acero, caucho para los neumáticos y plástico, entre otros. Alguien deberá invertir en cemento para construir las rutas que permitan transportar, primero, la materia prima y, luego, el producto terminado. También alguien deberá invertir para extraer el grafito. Para ello, tendrá que contratar mano de obra, instalar una fábrica y comprar equipos y herramientas. Otro deberá estar dispuesto a asignar capital para fabricar la pintura para terminar el lápiz. Nuevamente, fabricar la pintura exigirá contratar mano de obra, comprar productos químicos, transportarlos, empacarlos, comercializarlos y distribuirlos.
En síntesis, Reed demuestra que la producción de un simple lápiz de grafito requiere de infinidad de tareas, decisiones de inversión y creación de puestos de trabajo que nadie coordina. Simplemente, la gente va tomando decisiones en base a los precios que se pagan en el mercado por cada uno de los insumos necesarios para producir el lápiz y lleva adelante su tarea. En libertad y sin que ningún mandamás le esté pegando con un látigo para que produzca como si fuera un esclavo.
El mensaje de Leonard Reed en ese pequeño ensayo consistió en mostrar cuán complejo es el sistema de asignación de recursos. Al mismo tiempo, demostró cómo la capacidad de innovación y la libertad económica permiten ir compaginando todas las tareas hasta producir un simple lápiz de grafito, compaginación que ninguna mente humana podría, por sí sola, llevar a cabo, ni siquiera con la ayuda de la computadora más potente que pudiera existir.
Sin tener en cuenta estas enseñanzas, la soberbia de Néstor Kirchner lo llevó a creer que su subordinado Guillermo Moreno podía, por medio de la fuerza bruta, asignar los recursos productivos de acuerdo al capricho de su patrón. Fue así que, en lo que hace al sector agropecuario en particular, lo primero que hicieron fue meterse con la producción y comercialización de carne. Consiguieron destruir la industria ganadera y, con ella, a una serie de actividades ligadas a la misma, lo que generó desocupación. A continuación, destrozaron la industria láctea y la producción de trigo. Vemos ahora que, de acuerdo a estimaciones privadas, la Argentina –el país de las vacas y el trigo– podría llegar sembrar menos trigo que 100 años atrás.
Curiosas las vueltas de la vida: mientras la presidente repite sin parar que gracias a su marido y a ella la Argentina creció, en los últimos 6 años, como nunca había crecido en los últimos dos siglos (si sigue así va a remontarse al descubrimiento de América), la realidad indica que por culpa de los Kirchner la producción nacional de trigo bajó a los niveles de principios del siglo XX y el país perdió el liderazgo en la exportación de carne vacuna en manos de Brasil y Uruguay. Dicho en otras palabras, si Néstor hubiese gobernado alguna nación árabe productora de petróleo, seguro que fundía dicha actividad y, obviamente, también al país.
Ante tanta soberbia en la pretensión del conocimiento de qué hay que producir, a qué precios hay que vender los productos y de qué calidad hay que producirlos, Néstor consiguió que los productores fueran desplazando su producción hacia la soja. La actividad ganadera, láctea, trigo y girasol dejaron de ser negocio porque Néstor así lo decidió con su intervencionismo.
Claro, la recomendación lógica frente a tanto populismo era producir algo que no tuviera que ver con el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Es decir, producir algo que si aumentaba de precios no le molestara a Néstor porque no afectaba el IPC dibujado del INDEC.
Pero resulta que su ambición por la caja también lo llevó a meterse con el “yuyito” y la mandó a Cristina a demonizarlo. La 125, la negativa a bajar la retención a las exportaciones del yuyito, la farsa de federalismo de coparticipar el 30% de lo que se recaude por derechos de exportación del yuyito, todo conspira contra su producción y comercialización.
¿Qué consiguieron con todo esto? Paralizar la economía, perder recaudación, caja y poder político. Al atacar al sector agropecuario frenaron la demanda de fertilizantes y la compra de maquinarias. ¿Cuántos puestos de trabajo se han perdido, no solo en el sector agropecuario, sino en otras industrias? El productor no compra maquinaria agrícola. El fabricante de maquinaria agrícola no sabe qué hacer con sus empleados y operarios. No compra insumos para producir, lo cual afecta a otras industrias y sus puestos de trabajo. El productor, ante las pérdidas que le producen Néstor, deja de comprar autos. El concesionario de autos vende menos y despide personal. Cierran los locales de las concesionarias y el dueño que le alquilaba el local se queda sin ingresos, con lo cual disminuye su consumo afectando los comercios que antes le vendían algo al dueño del local.
Como los concesionarios venden menos autos, las fábricas automotrices producen la mitad o menos de lo que producían el año pasado. Les sobran empleados y, en cualquier momento, comienzan los despidos. Sus empleados ya no reciben ingresos por horas extras y, por lo tanto, tienen menor capacidad de demanda.
Al producirse menos autos, se demanda menos acero. Las fábricas de acero están frenadas, con riesgos de pérdidas de trabajo en el sector. Como producen menos acero, demandan menos materias primas. Al comprar menos materias primas se contratan menos fletes, con lo cual, las empresas transportistas tienen menos trabajos. Lo que, a su vez, los lleva a no renovar sus unidades. Compran menos camiones.
El ataque al yuyito y al campo también redujo en 1.000.000 de viajes menos el transporte de granos. Los camioneros tienen menos trabajo. Al tener menos trabajo consumen menos. Compran menos ropa, calzado, salidas a comer afuera, etc.
Los fabricantes de neumáticos ven que, al fabricarse menos autos y camiones, tienen menos trabajo. Nuevamente, sobra gente en el sector.
En los pueblos, la tienda de electrodomésticos vende cada vez menos. El carpintero, el pintor y el albañil no tienen trabajo porque el productor frenó toda mejora en sus campos y la gente que vive en los pueblos no tiene suficientes ingresos para encargarles trabajos.
El gerente de la sucursal bancaria del pueblo observa que cada hay menos trabajo porque la gente no hace operaciones. Así, el sistema financiero se reduce a simples transacciones: se pagan la luz, el gas y algunas otras cuentas. ¿Para qué necesita el banco un empleado que venda créditos si no hay quienes lo demanden? ¿Para qué precisa un analista de créditos si no hay a quién prestarle, ni qué prestarle? El resultado: menos puestos laborales en los bancos.
Los dueños del bar, del restaurante y del hotel ven con tristeza cómo hay cada vez menos trabajo porque la gente del pueblo no tiene la plata (ni las ganas) para salir a comer y cada vez hay menos viajantes que llegan a los pueblos para alojarse allí. ¿Qué van a venderles a los productores los comerciantes de programas de computación, fertilizantes y demás insumos si nadie quiere ni puede comprar nada? ¿Para qué hacer kilómetros de ruta de pueblo en pueblo para intentar vender nuevos insumos si no hay demanda gracias a Néstor?
En toda esta locura de paralización económica generada por el matrimonio Kirchner, hay un dato que no es menor. Decía antes que, en un momento, convenía producir cualquier cosa que no influyera en el IPC para que Moreno, por orden de su superior Néstor, no se
metiera en el negocio. La soja era el refugio ideal porque prácticamente no se consume internamente. Sin embargo, ¿cuál fue el mensaje que envío Néstor al expoliar a los productores de soja y librar una batalla personal por el tema? El mensaje fue para toda la sociedad y consistió en lo siguiente: “Estamos tan hambrientos de plata que cualquiera que tenga utilidades será objeto de nuestro voracidad”.
El resultado es que, luego de ver lo que hicieron con el yuyito, nadie quiere invertir un peso en un país gobernado por un autócrata que se cree que él sabe mejor que cada uno de nosotros qué hay que producir, cómo hay que producirlo y comercializarlo y cuánto tiene que ganar cada uno. Su comportamiento destruyó actividades económicas enteras, destrozó los puestos de trabajo, hizo aumentar la pobreza y la indigencia y destruyó algo que no es económicamente mensurable: las ilusiones de millones de familias que soñaban mejorar gracias a su esfuerzo personal.
A la luz de las barbaridades que ha hecho Kirchner, el famoso ensayo de Leonard Reed, redactado 50 años atrás para explicar cómo la producción de un simple lápiz genera una serie de actividades que mueven el conjunto de la economía sin necesidad de que ningún burócrata intervenga, hoy podría ser reescrito titulándolo: “Yo, el yuyito. Cómo Néstor dinamitó la economía argentina”.
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