Brasil no debería depender de Washington
La tarea de un líder es inspirar confianza durante una crisis y durante una visita a Nueva York la semana pasada, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva estaba trabajando horas extra.
Entre el cortejo a los inversionistas y las promesas socialistas de rigor de una mayor redistribución de la riqueza, Lula lanzó algunas advertencias sutiles sobre las dificultades que podrían producirse si Estados Unidos sigue cometiendo errores en su rol de líder financiero.
Durante una conferencia con inversionistas patrocinada por The Wall Street Journal, Lula recitó varios logros de su gobierno. Dijo que la relación de la deuda de Brasil y su Producto Bruto Interno era hoy de 35% (un nivel no visto desde 1978) y que "el flujo de capital había ido en contra de la marea global".
En términos más generales, habló sobre cómo tanto la clase media, como el mercado doméstico y las exportaciones se habían expandido bajo su gestión. Agregó que aunque las crisis financieras de los años 90 que surgieron en México, Asia y Rusia fueron menos severas que la actual, a Brasil le está yendo mejor esta vez.
La audiencia en el Hotel Plaza parecía encantada, tal vez más por el mensajero que por el mensaje. Un ex obrero metalúrgico y líder sindical, Lula solía espantar a los inversionistas con su feroz retórica antimercado. Pero después de seis años en el poder, se ha ganado una reputación de líder pragmático.
Lula se ha convertido en uno de los defensores más ardientes del libre comercio global en todo el mundo. Otrora famoso por sus períodos de hiperinflación, Brasil hoy disfruta de una relativa estabilidad de precios y Lula, quien adoptó la postura antiinflacionaria del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, merece el crédito. La estabilidad sin crecimiento, sin embargo, no lleva a un país pobre muy lejos de modo que aún hay mucho de qué preocuparse. Lula compartió algunas de sus inquietudes durante un desayuno con editores del Wall Street Journal antes de la conferencia.
En la última década, Brasil se ha convertido en una potencia exportadora y su principal impedimento para crecer este año sería el colapso del comercio global. Esto empieza a manifestarse en la producción industrial, la cual se contrajo 12% en diciembre, la caída más pronunciada en los 17 años en los que el gobierno ha estado contabilizando el dato. Lula dice que la economía igual crecerá este año, pero un número de analistas independientes pronostica una contracción.
El principal culpable es el desapalancamiento global. Golpeado por la caída en los precios de las viviendas, el consumidor estadounidense ha dejado de comprar a lo loco y empezado a ahorrar. Esto ha reducido la demanda. No hay mucho que Brasil pueda hacer al respecto y al país y a Lula les convendría más impulsar una reforma del engorroso código tributario, el cual desalienta el crecimiento del empleo, que quejarse de los cambios en los patrones de gasto en EE.UU.
De todos modos, también es cierto que hay una contracción en el financiamiento comercial. Esto se debe a que, a medida que los activos tóxicos han debilitado los estados de resultados de las grandes instituciones globales y destruido sus bases de capital, los bancos se han vuelto más cautos. Citigroup era uno de los líderes en el financiamiento comercial en la región. Ahora, Brasil está sufriendo los problemas del banco.
Lula ve un paralelo con el Japón de los años 90, cuando sus bancos zombies no podían restaurar el crédito. El mundo, advirtió, no puede darse el lujo de que lo mismo ocurra en EE.UU. porque ese país juega un papel crucial en la economía global. Traducción: Washington no ha enfrentado adecuadamente el problema de los activos tóxicos de la crisis financiera. ¿Alguien podría por favor enmendar el rumbo?
Tiene razón. El Departamento del Tesoro ha empleado cientos de miles de millones de dólares a través de su Programa de Alivio de Activos en Problemas (TARP, por sus siglas en inglés), pero el laberinto de los activos tóxicos sigue minando la capacidad de préstamo de las instituciones financieras.
Además, los estadounidenses parecen hartos con los "rescates" y "bonificaciones" y el doble discurso de Washington. Cuando finalmente el Tesoro les pida esta semana a los contribuyentes que vuelvan a llevarse la mano al bolsillo para financiar la tan esperada solución "público privada" al dilema de los activos tóxicos, bueno, tal vez el Congreso sienta que tiene que decir que no. ¿Y luego qué?
No es una ironía menor el hecho de que ahora el socialista Lula sea receloso de tanta intervención estatal. Si a los bancos les hubieran dicho hace meses que el rescate no era una opción, las cosas serían distintas. En vez de esperar que el Departamento Tesoro solucione sus problemas, tal vez habrían desarmado esos complejos paquetes de activos para determinar cuáles eran valiosos, cuáles había que revalorar y cómo recaudar capital fresco. También habría ayudado permitirles a los bancos que, para propósitos regulatorios, valoraran sus activos ilíquidos con análisis de flujo de caja. El Tesoro pudo haber actuado como un prestamista de última instancia haciendo estipulaciones sobre dividendos hasta que la deuda fuera saldada.
Nada de eso pasó y ahora a la Reserva Federal de EE.UU. se le dice que debe resolver los problemas emitiendo dinero, aplastando al dólar en el proceso. Eso podría elevar los precios de las exportaciones de materias primas de Brasil, al menos en términos nominales, pero no es una receta para restaurar la salud de una economía que, según Lula, es tan necesaria para el crecimiento global.
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