Sufragio y democracia
Una de las grandes distorsiones conceptuales de la población es considerar al sufragio como la expresión máxima de la democracia. Justamente, esta confusión es explotada por los regímenes totalitarios latinoamericanos de izquierda, llamando continuamente a la población a las urnas, para así “legitimar” los excesos de su accionar político.
Venezuela, Bolivia y Ecuador no escapan a esta práctica. Hugo Chávez viene dando las directrices a sus pupilos, Evo Morales y Rafael Correa, sobre la forma de tomar y consolidar el poder total, a través de la concurrencia reiterada del pueblo a las urnas, generando en este último, la ficción de ser gestor directo del proceso de cambio, cuando en la realidad, lo está haciendo cómplice inconsciente, del proceso de desarticulación del principio de la autonomía e independencia de las instituciones que ejercen el control del poder, como medio de contrapesar y regular la acción del gobernante frente a los ciudadanos y como medio de protección de la sociedad, ante el peligro de ser sometidos a abusos e iniquidades propias de la concentración de poderes y de la carencia de controles hacia el gobernante.
Pero esta convocatoria continua, sumada al desgaste propio del ejercicio del poder, donde el pueblo, en primer lugar, se ve forzado a acudir a las urnas, para no caer en las sanciones que el incumplimiento del deber cívico electoral impone; en segundo lugar, ese desgano propio del cansancio de este acto repetitivo; y, por último, la desconfianza generada en el pueblo por el desencanto de palpar el incumplimiento de las promesas de igualdad, bienestar y progreso, las cuales, en el caso del pueblo ecuatoriano, fueron transformadas en odio, revanchismo y estancamiento.
La democracia en sí misma, es un sistema fundamentado en la desconfianza ciudadana de ser objeto de abusos, generando la necesidad de oponerse a todo poder absoluto, originando el principio de los contrapesos del poder, para conseguir los tres grandes objetivos de toda sociedad moderna, civilizada; esto es, alcanzar el desarrollo sostenido, sustentable, a través de medios y gobiernos legítimos, que apliquen metodologías que permitan dar soluciones integrales, como medio de alcanzar el bien común, afianzados en gobernantes con una base moral sólida que trasladen esa solidez a las instituciones que representan.
Los gobiernos como el nuestro, concentradores de poder, han destruido la base moral de las instituciones del Estado, rompiendo la legitimidad moral que les otorga el sufragio, convirtiendo a los electores en peones de su juego absolutista, reforzando tal calidad a través de la pauperización de la economía, haciéndolos dependientes, cada vez más, de las dádivas denominadas subsidios.
La única forma de que el pueblo le devuelva la valoración moral al sufragio como expresión máxima de la democracia, es negándole el voto a regímenes totalitarios como el que nos rige.
- 23 de enero, 2009
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