Roberto Carlos, los amigos y el himno
Es cierto que no hay muchas alternativas: Buenos Aires y Caracas serán siempre buenos destinos para el turismo, pero para la política son actualmente muy poco recomendables.
En consecuencia, y quizás sin proponérselo, el presidente Lula está haciendo realidad el sueño de su compatriota Roberto Carlos. No me refiero al cañón humano que jugaba en el Real Madrid, sino al cantante que quería tener un millón de amigos.
De hecho, la semana pasada el gobernante brasileño fue anfitrión de dos visitas: la de una presidenta que, enceguecida por sus actitudes revanchistas y una incorregible soberbia patológica, se ha encargado no sólo de dilapidar su popularidad, sino también de agigantar en su país el impacto de la crisis financiera internacional.
Me refiero a Cristina de Kirchner, presidenta de Argentina. Y no hay Lula que pueda ayudarla.
Distinto pudiera ser el caso de la otra visita, la del presidente electo de El Salvador, Mauricio Funes, quien a la de por sí complicada tarea de asumir la máxima responsabilidad política de su país, deberá agregarle la necesidad de mantener algunas saludables distancias. Y Lula puede ayudarlo.
Es casi inevitable que el presidente electo salvadoreño vea cumplido el sueño de Roberto Carlos (el cantante): sus "amigos", otrora contados, crecerán como hongos y sobrepasarán rápidamente el millón.
Algunos hasta ahora férreos opositores, pero que por alguna extraña y sospechosa metamorfosis velozmente han devenido en "neo-socialistas", ya comenzaron a referirse públicamente a él por su nombre. Pronto quizás hasta le digan "Mauri".
Un buen antídoto para detectar estos casos de "socialismo súbito" es tener siempre presente el tango "Yira yira" (se pronuncia "shira"), cuando dice "Verás que todo es mentira/ verás que nada es amor".
Quienes de verdad busquen un acercamiento genuino seguramente lo llamarán por su cargo y apellido.
Claro que el futuro presidente también deberá aplicar técnicas del otro Roberto Carlos (el futbolista), algo que ya ha comenzado a hacer, al menos si juzgamos por los campos pagados publicados para desautorizar las desafortunadas declaraciones de un diputado.
En efecto, lo que le aplicó al diputado fue, literalmente, un furibundo zapatazo en el lugar donde la espalda cambia de nombre.
Otras cosas con las que deberá lidiar son menores y hasta simpáticas: fue gracioso ver días pasados a cierta gente conocida fumando habanos y brindando, quizás sintiendo que así emulaban al Che Guevara en 1959.
Por cierto el lugar de los hechos no era la selva cubana sino el centro comercial El Paseo, un ámbito "chic" donde venden BMW y las confiterías tienen nombre francés. Pero es mejor que celebren allí, con parqueo cubierto, porque en la selva se podrían resfriar.
Es que aunque se dejen la barba, nunca darían el physique du rol de mi violento y nefasto paisano. Afortunadamente.
Finalmente, cabe reflexionar acerca de los himnos y la intolerancia que engendran, para lo cual es ilustrativo analizar el caso de una nación, y no de un simple partido, que decidió modificar su himno.
Me refiero al himno nacional argentino, compuesto en 1813 y sumamente agresivo para con España, al punto que en su letra los españoles eran caracterizados como "tigres sedientos de sangre", "fieros opresores de la patria" y "viles invasores", siendo la supuesta misión patriótica "desgarrar al ibérico altivo león".
En marzo de 1900 el gobierno decidió respetar "la dignidad de millares de españoles que comparten nuestra existencia". Y se eliminaron los agravios.
El instituto político salvadoreño que habla en su himno de tumbas y sangrientas sudoraciones debiera tomar nota. Seguramente habrá mil excusas para no modificarlo y solamente una razón para hacerlo: mejorar la convivencia.
Sólo una, pero imprescindible para el desarrollo económico.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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