Latinoamérica frente al aumento del proteccionismo global
Buenos Aires – A fines de 2008, se reunieron los países del G-20 financiero en Washington y tuvo lugar la cumbre de APEC en Lima. En ambos foros, los líderes del mundo bregaron por el comercio internacional. En Washington, los líderes presentes firmaron una declaración comprometiéndose a completar la Ronda de Doha y a no tomar medidas proteccionistas contra la crisis financiera durante doce meses. Sin embargo, según Jean-Pierre Lehmann, esto fue pura retórica, ya que cada uno de esos 20 países firmantes tomó medidas proteccionistas desde entonces.
El auge del proteccionismo en los últimos meses incluye la administración de devaluaciones monetarias para beneficiar a fiscos y empresas nacionales, los rescates en varios países a sus industrias -notablemente, la automotriz-, políticas arancelarias cada vez más restrictivas de la importación, la revisión de los tratados de comercio preferencial, y las políticas de Compre Nacional que impulsan los países industrializados -el Buy American lanzado por Obama en su plan de emergencia es el que más inquieta a los países que exportan a Estados Unidos. Como consecuencia de la nacionalización de bancos y la incertidumbre, los riesgos aumentan, el crédito comienza a redirigirse hacia mercados internos y los flujos de capitales se reducen. Asimismo, europeos y estadounidenses tienen políticas de ingreso de extranjeros más restrictivas, y muchos países de todo el mundo reinstauran sus sistemas de visado de personas.
El economista alemán Friedrich List, el autor clásico del proteccionismo, en el siglo XIX proponía a sus compatriotas cuidar a las industrias nacientes para que puedan desarrollarse y no ser arrasadas por la importación de manufacturas británicas, más baratas y mejores que las alemanas. Para List, padre de esta teoría de la "industria infantil", sin un poco de proteccionismo inicial no había desarrollo nacional posible. Pero lo que sucedió en los años 30, y lo que se insinúa hoy, va más allá de los argumentos proteccionistas de List y se convierte en algo de naturaleza diferente. Los estados, cada día más intervencionistas, no están protegiendo a algunos sectores vulnerables de sus economías para ayudarlos a crecer –como la política agraria común de la Unión Europea, o la política automotriz de los países sudamericanos-, sino que estamos ante un aumento generalizado del proteccionismo. Por eso, es más adecuado hablar de deglobalización- es decir, de un proceso de gradual restricción en todas las relaciones económicas internacionales.
La deglobalización se produce como resultado del estallido de los temores particulares, y su origen no es, precisamente, la racionalidad del conjunto. La historia de los años 30 enseña que el proteccionismo global es peligroso, porque todos los países crecen menos como consecuencia de la caída del comercio exterior, y ello redunda en un aumento del desempleo, la pobreza y la inestabilidad política. Pero esta sabiduría acumulada, expresada en la retórica declaración del G-20, cede fácilmente ante los problemas de los actores reales: ahorristas, productores, empleados, votantes.
Para analistas como el mencionado Lehmann, los efectos sociales de esta crisis pueden ser aún más devastadores que los de 1930, porque en esta oportunidad existe una importante porción de la población mundial que se ha vuelto muy dependiente del alto crecimiento para poder absorber, año tras año, a millones de jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo. Y su crecimiento estaba determinado, en buena medida, por el consumo de los países más ricos que ahora se ajustan el cinturón. Este fenómeno se registra particularmente en China, India y el resto de los países asiáticos, que sumados representan el 65% de la humanidad.
Latinoamérica sufrirá por el proceso de deglobalización y es poco lo que puede hacer para evitarlo. Tiene voz en organismos internacionales, sobre todo a través de sus grandes productores de alimentos, pero lo que nunca pudo lograr en la OMC en tiempos de opulencia, menos podrá hacerlo cuando la presión proteccionista dentro de los grandes países consumidores es mayor. Carece del poder de enforcement y su mejor aliada es la sabiduría de los intelectuales acerca de los efectos sociales de la deglobalización, y la necesidad de pensar en ellos con responsabilidad social. Esta última tampoco alcanza: los países ricos de Europa y Norteamérica están dispuestos a financiar el comercio de los más pobres de Africa, pero no de los países de desarrollo intermedio como México, Brasil o Argentina.
Lo que sí puede hacer Latinoamérica, aprovechando sus ventajas culturales para la acción colectiva y la corriente de simpatía que existe entre muchos de sus gobiernos, es abrirse interiormente y dar un paso cualitativo en materia de integración comercial. Pero está sucediendo lo contrario: sus países están creando aceleradamente nuevas barreras arancelarias y para-arancelarias, leyes de compre nacional y devaluaciones monetarias descoordinadas. En los casos de Argentina – Brasil o Ecuador – Colombia, las modificaciones arancelarias están creando conflictos bilaterales.
Latinoamérica no se está diferenciando de lo que sucede en el resto del mundo, lo que pone de manifiesto la falta de una política comercial. Solo Chile y Perú están intensificando los lazos comerciales bilaterales en el contexto de crisis. ¿No es hora de activar la diplomacia presidencial y convocar una cumbre para analizar a fondo, y con propuestas superadoras, el estado primitivo del comercio regional?
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