El origen de las subprime
Libertad Digital, Madrid
Con el paso del tiempo, la denominada crisis subprime, tal y como era calificada en un principio, se ha ido materializando en una crisis sistémica de dimensiones globales y profundidad equivalente a la de la Gran Depresión de los años 30. La explicación reside en que las famosas hipotecas basura no eran la causa sino el primer síntoma evidente del estallido de la burbuja crediticia que, durante más de una década, fue alentada desde los organismos financieros de planificación central.
Curiosamente, la mayoría de políticos y analistas culpan a la avaricia y la desregulación de todos los males que aquejan hoy en día al sistema financiero y económico del mundo desarrollado. Sin embargo, más allá de las falacias y la demagogia que rodean dicho discurso, la visión políticamente correcta (la mayoritaria) ni siquiera atisba el origen real del problema. Esto es, la intervención del Estado en materia monetaria, mediante la fijación arbitraria de tipos de interés, así como la estrategia bancaria de endeudarse a corto plazo e invertir a largo, propio del actual sistema basado en la reserva fraccionaria y el dinero fiduciario sin soporte real (patrón oro).
El edificio se sustenta sobre cimientos endebles y el terremoto subprime marcó el inicio del fin de la burbuja crediticia. Ahora bien, lejos de las explicaciones que se exponen en las aulas universitarias y llenan las páginas de los medios de comunicación, la intervención estatal juega un papel clave y decisivo en todo este entramado. Basta con observar cómo y por qué nacen las famosas hipotecas subprime para desvelar este monumental engaño al que estamos siendo sometidos.
Para ello, hay que retroceder a la época del New Deal. En 1938 nace Fannie Mae de manos del presidente de Estados Unidos F. D. Roosevelt. Su nombre proviene de la siglas FNMA (Federal National Mortgage Association). Dicha entidad nace con el objetivo de expandir el crédito para la compra de vivienda ante la restricción de préstamos de aquel tiempo (credit crunch). Y ello, gracias a que sus hipotecas y bonos (emisión de deuda) contaban con el respaldo público del Gobierno. Es decir, Fannie Mae ejercía una función de banco público mediante la concesión de préstamos subvencionados. Algo similar, para entendernos, al Instituto de Crédito Oficial (ICO) presente en España.
En 1968, el presidente Lyndon Jonson procede a la privatización de la compañía, pero conservando el privilegio del respaldo gubernamental (GSE, Government Sponsered Enterprise). Poco después, en 1970, nace su hermano gemelo Freddie Mac(Federal Home Loan Mortgage Corp.), también bajo el patrocinio estatal (GSE), con el fin de extender aún más el mercado hipotecario en Estados Unidos.
Además, Richard Nixon, no contento con la función crediticia desempeñada hasta el momento por sendos bancos pseudoestatales, decide permitir a Fannie y Freddie la compra de hipotecas que conceden los bancos comerciales. Nace el mercado secundario de las hipotecas (titulización) respaldadas por el Gobierno. Pero aún hay más. Los demócratas, en sus aspiraciones de igualdad social y económica, se marcaron como objetivo político facilitar una vivienda en propiedad a cada norteamericano.
Jimmy Carter promulga en 1977 la Community Reinvestment Act (CRA). En un primer momento, dicha norma obligaba a las entidades financieras privadas, bajo amenaza de sanción, a conceder hipotecas a aquellos ciudadanos que, por su situación económica o en ausencia de avales, no alcanzaban los requisitos de solvencia exigidos para acceder a un préstamo privado.
Tras años de funcionamiento, el presidente Bill Clinton modificó la CRA para que las hipotecas de bajo coste (subprime) se ampliaran a las minorías raciales, con independencia de sus ingresos económicos e historial crediticio. La ley permitía denunciar ante los tribunales a los bancos que denegaran crédito a minorías étnicas o barrios marginales. Una especie de discriminación positiva, pero a nivel bancario. Para facilitar su extensión, este tipo de hipotecas eran adquiridas por Fannie y Freddie ya que, al fin y al cabo, contaban con el aval del Gobierno.
Como resultado, entre 1999 y 2005, los GSE lograron que amplias capas de la sociedad estadounidense abandonaran el mercado del alquiler para embarcarse en la fabulosa aventura de la propiedad inmobiliaria. Durante ese período la compra de vivienda creció un 87,2% entre los hispanos, un 71,9% entre los afroamericanos y un 46,3% entre los asiático-americanos, frente a un aumento próximo del 31% entre la población no minoritaria. Todo ello, impulsado, por supuesto, gracias a la fijación de unos tipos de interés oficiales muy bajos (entre el 1% y el 2%) por parte de la Reserva Federal (FED) que entonces dirigía el maestro Alan Greenspan.
Al grito de más madera, los directivos del GSE aún fueron más allá y, en su búsqueda de nuevos beneficios, comienzan a empaquetar hipotecas de alto riesgo para vendarlas como MBS (mortgage-backed securities). Dichas titulizaciones son colocadas a los inversores, garantizando además el pago de las mismas independientemente de la solvencia de los deudores (familias con escasos recursos). De este modo, proveen a los bancos comerciales de inyecciones de capital extra para la concesión de nuevas hipotecas.
Por otra parte, Fannie y Freddie contaban con privilegiadas líneas de crédito con el Tesoro de Estados Unidos a tipos inferiores a los del mercado. Esto les permite pagar más por las hipotecas que pretendían adquirir sus competidores. Su deuda también estaba avalada por el Estado, así que se podían financiar en el interbancario con mayor facilidad y menor coste que la banca privada; estaban exentas del pago de impuestos; las autoridades financieras les exigen menos fondos propios sobre el activo que a empresas privadas similares. Es decir, podían emitir más crédito con el mismo volumen de capital. Estos y otros privilegios gubernamentales permitieron a Fannie Mae y Freddie Mac ostentar el liderazgo del mercado hipotecario estadounidense durante años. En el segundo trimestre de 2008, ambas compañías emitieron el 84% de las hipotecas nuevas de la primera potencia mundial.
El crédito fácil y la financiación barata agrandó hasta el extremo la burbuja inmobiliaria que se había iniciado 30 años antes y empujó a las entidades financieras a una estrategia suicida basada en endeudarse a corto plazo (mercado interbancario) e invertir a largo (concesión de hipotecas a 20, 30 ó 40 años). Y todo ello, bajo la falacia de que el precio de la vivienda nunca baja y el coste del crédito (interés) siempre sería barato. No obstante, Greenspan alegaba por entonces que el aumento de la productividad en Estados Unidos propiciaba la permanencia de tipos bajos, al tiempo que permitía mantener a raya la inflación. Un negocio redondo, ¿verdad? El summum de la ingeniería financiera al fin se había alcanzado.
Sin embargo, la fiesta llegó a su fin. La burbuja estalló. La inflación (de bienes de consumo, que no de activos) comenzó a aumentar, obligando a una subida de tipos que, finalmente, descubrió el pastel de las hipotecas subprime. El precio de la vivienda se desmoronó, los impagos hipotecarios se dispararon, los embargos se sucedieron. Como resultado, se produce la quiebra de los fondos del banco de inversión Bear Stearns en el verano de 2007. El grifo de la financiación interbancaria se cerró. La imposibilidad de hacer frente a la deuda comprometida a corto plazo inició la sucesión de bancarrotas que se extiende hasta hoy en día.
Fannie y Freddie quebraron y volvieron a sus orígenes tras ser nacionalizadas. La factura que dejan detrás los gigantes hipotecarios tendrá ahora que ser sufragada por los contribuyentes y los hijos de los contribuyentes de Estados Unidos. ¿Desregulación? ¿Culpa del mercado? ¿Avaricia? Más bien todo lo contrario, ¿no creen? El Gobierno y la banca central, no el mercado, impulsaron, extendieron y facilitaron las famosas hipotecas subprime.
Manuel Llamas es miembro del Instituto Juan de Mariana y jefe de Economía de Libertad Digital.
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