El Capitalismo con acné
El Colombiano, Medellín
“El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas” . William George Ward.
Esta semana cuando me estaba afeitando frente al espejo, una de las pocas actividades masculinas que las mujeres no envidian, me sorprendió ver cómo aparecieron de nuevo en mi rostro señales de acné. ¿Cómo podía ser posible que a mi avanzada edad volviera a sufrir de algo que pensé que no volvería a suceder? ¿Sería que me había convertido en una pobre versión subdesarrollada de Benjamin Button?
Pero esto último estaba descartado desde el principio, porque quienes me conocen personalmente o han visto mi foto en la internet, para desgracia de sus ojos, saben que lo único que tengo en común con Brad Pitt, para fortuna de los ojos de Angelina Jolie, es que a los dos todavía nos crecen las uñas.
Confieso que esta molestia menor no me disgustó del todo y me llevó a pensar lo interesantes y educativas que son las recaídas. Todavía envuelto en mi toalla terminé concluyendo que si a mi edad era posible que yo tuviera nuevamente acné, ¿cómo no iba el capitalismo a tener un tropiezo si era más viejo que yo?
Y es que cuando olvidamos la historia y no pensamos en el futuro, terminamos juzgando únicamente por las coyunturas del presente y creyendo que lo que sucede hoy es el inicio o el final de todo.
Resulta lamentable que muchos análisis de la actual crisis económica parecen estar afectados por esta limitación. Desde finales del año pasado hemos tenido que soportar a una legión de catastrofistas y comunistoides vergonzantes que, porque piensan más con el deseo, salieron presurosos a pregonar por enésima vez que “esta vez sí, era el fin del capitalismo”. Y aunque el escenario y las variables no son las mismas, no podemos olvidar que ésta no es la primera vez que el capitalismo estadounidense tiene una crisis y mucho menos la última. Ya en 1792, unos años antes de morir en un duelo a pistolas con el vicepresidente de la época, el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, Alexander Hamilton, tuvo que enfrentar audazmente una crisis financiera inyectando liquidez en los mercados.
Hace algunas semanas Jerry Muller, profesor de Historia de la Catholic University of America, decía en un interesante conversatorio en el Council on Foreing Relations: “La historia del Capitalismo es la historia de los fracasos. La historia del socialismo es la historia del fracaso también, pero no de este tipo, porque definitivamente tenía problemas básicos que no podía resolver. La historia del capitalismo es el desarrollo de nuevas instituciones, de nuevas prácticas. Y estas instituciones y prácticas resultan teniendo algunas ventajas. Y también ciertos inconvenientes, previstos o no, que dan lugar a crisis que llevan a la reforma institucional, tanto gubernamental como a nivel de las propias empresas y los inversores”.
No se trata de subestimar lo que está sucediendo y falta por suceder, tanto en EE.UU. como a nivel global, pues faltan muchos por caer todavía, como lo señala David Kenner al candidatizar para tiempos difíciles por venir a Gran Bretaña, Letonia, Grecia, Ucrania y Nicaragua, tal vez olvidando peligrosamente a Rusia. Pero tampoco se puede desconocer que muchos de los problemas que hoy se le adjudican a la crisis venían incubándose desde antes y sólo ella los hizo evidentes. Sin embargo la peor manera de pensar sobre esta situación es la de los esnobistas que repiten el patético deseo revanchista de los jurásicos comunistoides que no se resignan a aceptar que su modelo fracasó sin remedio y ven en las dificultades de quien los derrotó, la ilusión de no sentirse concluyentemente equivocados.
Todos los organismos vivos sin excepción enfrentan crisis, equivocaciones y condiciones adversas, pero solo aquellos capaces de recuperarse, hacer ajustes y adaptarse, sobreviven en el tiempo. El capitalismo, con los errores que tiene y tendrá, posee una larga lista de crisis, pero igual o mayor de recuperaciones. Desafortunadamente estas recaídas no se dan siempre suave o gradualmente sino de forma abrupta, afectando a todos, aunque no hubiésemos sido los directos culpables del tropiezo. Pero aunque las correcciones del sistema todavía se dan a punta de golpes, éstas siempre terminan poniendo los precios y las cosas en el sitio que habían perdido, premiando a los prudentes y castigando a los codiciosos e irresponsables que todavía creen que pueden hacerse fortunas de forma acelerada y sin esfuerzo.
Todavía nada ha reemplazado a la competencia, al trabajo duro y constante, a la honestidad, a la capacidad de reconocer los errores y “ajustar las velas”, al ahorro, a la responsabilidad colectiva, al estudio de la historia y de la naturaleza humana, y a la visión de futuro y a la inteligencia, como instrumentos para el bienestar seguro y sereno.
El autor pertenece al Centro de Pensamiento Estratégico – Universidad Eafit.
- 28 de diciembre, 2009
- 23 de julio, 2015
- 16 de junio, 2012
- 25 de noviembre, 2013
Artículo de blog relacionados
Clarín La batalla por el Presupuesto ha sido la primera gran confrontación en...
14 de noviembre, 2010Prensa Libre Aumentar el salario mínimo en una época tan económicamente difícil no...
30 de diciembre, 2008Perspectivas Políticas Desde hace más de doce años, quienes se han ocupado de...
24 de junio, 2015- 18 de agosto, 2020