El Salvador: Las gremiales y los ciclos de la historia
Las circunstancias que está pasando el país en estos momentos es en muchos aspectos muy similar a la que vivió al principio de los ochenta, cuando, como ahora, se abocó a una recesión mundial en medio de trascendentes eventos políticos en los que se jugó la posibilidad de crear un país basado en la libertad y la democracia o en la esclavitud y el servilismo a gobiernos totalitarios.
Afortunadamente, el país optó por la libertad y la democracia, que, con todo y los miles de defectos que los procesos históricos conllevan, ha permitido el progreso continuo que ha experimentado el país en los últimos veinte años. Nadie en su sano juicio puede comparar El Salvador moderno, en el que existen todas las libertades ciudadanas de un país democrático, con el país de antes de la guerra, en el que los procesos democráticos no eran más que una máscara para ocultar regímenes militares, que se pasaban el poder de acuerdo al orden de las tandas de graduación de la Escuela Militar.
Nadie en su sano juicio puede tampoco comparar la economía del país actual con la de los años ochenta y anteriores, en los que el país dependía de las exportaciones de un monocultivo y no de docenas de industrias como es ahora. Nadie puede tampoco negar la emergencia de una clase media en un país que casi no la tenía, ni las mejoras enormes que ha habido en el alivio de males sociales como la pobreza, que ha caído desde el 68% a menos de 30% de la población y, en su forma extrema, a menos del 10% de ella. El logro del país que tenemos se debe en todas sus dimensiones a la tenacidad con la que la población salvadoreña defendió la libertad y a la visión de país que guió la creación de las instituciones que fundamentaron la paz.
Pocas veces se menciona el papel que en la defensa de las libertades y en la generación de esa visión de país de largo plazo jugaron las gremiales de El Salvador. Esta omisión es grave porque fue un papel central, jugado con gran valor, mucha presencia de ánimo y mucha claridad de mente. La generación de los ochenta respondió con gran distinción a su reto histórico. El Salvador que tenemos es un calco de la visión que se dibujó en las gremiales hace treinta años.
La importancia de este ejercicio que cada generación tiene que hacer es vital, como puede verse en los países que se han quedado en el camino, como Venezuela, en donde los jóvenes universitarios han tenido que salir a defender lo que sus abuelos lograron y que sus padres perdieron al dejarse derrotar por la tiranía de Chávez.
Ahora el reto ha regresado a nuestro país y se plantea a las nuevas generaciones. Viene en forma diferente –no como una guerra sino como un proceso político– pero en esencia es el mismo: el país tiene otra vez que escoger entre la libertad y la esclavitud y a la vez forjar una nueva visión de país que guíe el progreso de una nueva generación de salvadoreños.
Igual que en la generación anterior, las gremiales deben alzarse al nivel del reto y jugar un papel fundamental en ambas dimensiones. Con una crisis mundial en ciernes y con la amenaza más grande a la libertad en treinta años, las gremiales deben abrir sus puertas a la participación de todos sus agremiados, haciendo posible que todos ellos puedan acceder a puestos directivos, comisiones y otros mecanismos de decisión, como fue en 1980, cuando una nueva generación tomó el liderato de estas instituciones y las guió en lo que en última instancia fue un proceso exitoso de construcción de la nación.
Sólo con una apertura de este tipo es que las gremiales podrán renovarse para sobrepasar los nuevos retos que enfrenta nuestro país, llevando a El Salvador a un nivel más alto de libertades y generando en el proceso una nueva visión de país que inspire a toda una generación.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
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