Colombia: El ‘cuentico’ de la paz
El Tiempo, Bogotá
A un perro, según el dicho popular, no lo capan dos veces. Pero mucho me temo que esa desventura sí le pueda ocurrir a Colombia por cuenta de las seráficas ilusiones de paz que han vuelto a girar en torno al turbante de Piedad Córdoba y a la reciente entrega de secuestrados.
Semejante fábula tiene como sustento la idea equivocada de que las Farc, duramente golpeadas en el último año y ante la inminencia de una total derrota, no tienen más camino que el diálogo. La verdad, sin embargo, es otra. El diálogo que proponen sus eternos compañeros de ruta y los incorregibles ilusos que abundan en nuestro entorno mediático es, por lo pronto, una coartada de 'Alfonso Cano' para recobrar fuerzas, abastecerse, evadir cercos militares y tal vez disponer de un santuario semejante al del Caguán para proseguir su guerra en condiciones más favorables. Jamás ha pensado en desmovilizarse y abandonar su llamado proyecto revolucionario.
Eso en lo inmediato. En una perspectiva más amplia, 'Cano' busca poner en marcha una estrategia política, muy oportuna en tiempos electorales, encaminada a sustituir la mano dura de Uribe por un sucesor que muerda el anzuelo de otro proceso de paz.
¿Qué hilos mueve esa estrategia? Muchos. El más importante de todos es la guerra jurídica. Con ella se busca, por intermedio de agentes o amigos de las Farc infiltrados en la Fiscalía, la Procuraduría y las altas Cortes, abrir procesos contra civiles y militares sin más soportes que endebles y manipulados testimonios, dictar medidas de aseguramiento y dejar, de esta manera, suspendida sobre oficiales de las Fuerzas Armadas la amenaza de una inculpación, si es que deciden adelantar operaciones frontales contra la guerrilla.
El otro hilo, aún más sutil, es el llamado por 'Cano' trabajo de masas, que consiste en movilizar juntas de acción comunal, marchas indígenas y campesinas, paros sindicales, paros judiciales y movimientos de protesta en las universidades, con el fin de crear un clima de agitación y desorden capaz de debilitar al Estado.
Por último, en busca de favorecer alternativas de diálogo opuestas a la política de seguridad democrática, las Farc manejan de manera simultánea dos formas de acción aparentemente opuestas: el terrorismo (bombas en centros urbanos) y supuestos gestos humanitarios con la entrega de secuestrados. Es el viejo truco del garrote y la zanahoria para obtener que una población atemorizada dé una respuesta favorable a lo que engañosamente denominan acuerdo humanitario o conversaciones de paz.
En este contexto, una izquierda, que abarca desde los mamertos de toda la vida hasta aquellos intelectuales que la lucen como una elegante flor en el ojal, sin olvidar a los periodistas internacionales amigos del terrorismo y los infortunados que salen del cautiverio con síndrome de Estocolmo, acaba por ver a Uribe como un Presidente empecinado en la guerra y opuesto a toda tentativa de negociación. Esa engañosa visión la extienden hábilmente los agentes políticos de las Farc a las cancillerías, centros académicos y medios de comunicación de Europa y aun de Estados Unidos.
Quienes vemos con lucidez este nuevo ardid vamos a ser calificados, por supuesto, como derechistas, militaristas y enemigos de la concordia.
El "buenismo" -como se le llama en España- es una enfermedad recurrente de quienes consideran el terrorismo como un desvarío corregible y no como una alienación ideológica que no admite treguas ni apaciguamientos. Por influencia del "buenismo", enquistado en el PSOE, el gobierno español intentó en cierto momento un diálogo con Eta y acabó por comprender su error. ¿Nos ocurrirá lo mismo? ¿Volveremos al cuento de hadas del Caguán? Esperemos que no. Como sea, necesitamos vacunarnos contra ese mal endémico, tan propagado a veces en Colombia, que es simplemente la tontería.
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