Perú: Partidos, no caudillos

El Comercio, Lima

Un artículo reciente de “The Economist” subraya algo que los peruanos conocemos de memoria: el principal reto para el Perú es la estabilidad política, no el dinamismo económico. Reflejo de esta preocupante realidad es la proliferación de aspirantes a la presidencia de la República que, conforme vayamos acercándonos al 2011, se hará más numerosa. Candidaturas que, lamentablemente, tendrían como principal motivación legítimos proyectos personales, pero que en su mayoría carecen de ideas, programas y organización.

Ya tenemos a Lourdes Flores, Keiko Fujimori, Castañeda Lossio, Alejandro Toledo y Ollanta Humala en el partidor. A estos se sumó Pedro Pablo Kuczynski recientemente. Solo de amigos cercanos, conozco a tres personas más que me han hecho saber con seriedad sus “aspiraciones presidenciales”. Ninguno ha manifestando alguna idea adicional a su ambición de alcanzar el sillón de Pizarro. Y el único partido digno de ese nombre, el Apra —cuya debilidad doctrinaria y carencia de técnicos salta a la vista—, anunciará en su momento al candidato que menos incomode al presidente García.

La improvisación en la política es la causa de la baja calidad promedio en el Congreso de la República. Es también el correlato de un Poder Ejecutivo que navega en la inercia de Fuerzas Policiales que no se respetan, de Fuerzas Armadas acusadas de corrupción, de un Poder Judicial desprestigiado.

Para que la democracia garantice el Estado de derecho, es necesario que se consoliden partidos con ideas y programas para gobernar. En el espectro político actual, por ejemplo, lo normal sería tener una agrupación de izquierda, con Ollanta Humala y los socialistas tradicionales. Luego tenemos al Apra, con su tradicional tercio de centroizquierda (hoy tirado a la derecha). Por último, están el PPC, Toledo, Castañeda y los amigos que conozco, que si dejaran de lado lo personal deberían conformar una concertación socialdemócrata como existe en Chile (a la que por lógica podría sumarse el mismo Apra, cosa improbable). Y en el espacio liberal, ya sería hora de que despierten las huestes que quedaron afectadas después del autogolpe (¿con PPK?) y posterior éxito económico de Fujimori, cuya hija Keiko ya está ganando un espacio.

Siendo la política nuestra principal debilidad institucional, lo adecuado sería una reforma constitucional en los mecanismos de elección democrática, a fin de fortalecer los partidos. El voto voluntario, la bicameralidad sin incrementar el número total de congresistas, el distrito uninominal para diputados, la barrera para colocar congresistas del 5%, la renovación por tercios, el servicio civil, la reforma del sistema judicial para que sean los mejores abogados los jueces y no al revés, como sucede hoy con honrosas excepciones. Y establecer que el Congreso se dedique a legislar, más que a reemplazar a la fiscalía y al Poder Judicial en investigaciones que suelen teñirse de politiquería.

El debate político, por su lado, debería concentrarse en temas relacionados con la mejora de la salud, la educación, la infraestructura, en cómo fomentar el deporte, desincentivar el uso de drogas y fomentar la cultura. Deberíamos preguntarnos por qué un canal de TV parece no tener propietarios, por qué hay tanto dinero para inversión que no se ejecuta, qué pasa con la atención en los hospitales, por qué el transporte es un caos, por qué las empresas estatales no publican su información financiera. Sobre estas noticias no debaten los políticos. ¿O sabe usted qué piensa cada partido o potencial candidato de estos temas o de las reformas constitucionales mencionadas? En un país con verdaderos partidos políticos uno lo sabe, por lo menos de manera general. Acá no tenemos ni idea de las diferencias.

La proliferación de candidaturas será, pues, inversamente proporcional a la solidez doctrinaria, a la capacidad organizativa y a la calidad de los candidatos que se presenten. Eso no es lo que necesitamos. Necesitamos partidos, no caudillos.

El autor es Decano de Economía de la UPC