¿Ahora somos todos ke…? No, gracias
No piense que he caído en la vulgar práctica de suplantar innecesariamente la letra "q" por la "k". El título se refiere a una vieja afirmación de Richard Nixon, expresada en 1971 y que se está poniendo de moda nuevamente, según la cual "ahora somos todos keynesianos".
De hecho la acaba de repetir Joseph Stiglitz, premio Nobel en 2001, en un reciente artículo que lleva el exagerado y arrogante título de "El triunfal retorno de John Maynard Keynes". Una arrogancia fatal, como sin dudas y con acierto la hubiera calificado Hayek.
Alrededor de Keynes, el economista más influyente del Siglo XX, se generan discusiones que exceden lo estrictamente económico, se mezclan inevitablemente con el oportunismo político, y terminan enredándose en interpretaciones equivocadas de su pensamiento.
Algunas ciertamente hechas por sus propios seguidores, más keynesianos que el propio Keynes. O más papistas que el Papa…, expresión que cabe dado el culto a la personalidad que muchos parecieran tributarle a este economista, aparentemente confundiendo economía con religión.
Quizás sea porque ante la imposibilidad de abordar algunas de sus posturas desde la racionalidad, han optado por hacerlo desde la creencia.
Keynes, más allá de sus polémicas y fuertes contradicciones, era un hombre de vasta cultura y fina ironía británica, que solía decir que "los hombres prácticos siempre son esclavos de las teorías de algún economista difunto", afirmación aplicable a quienes hoy pretenden resolver todos los problemas del planeta con el "multiplicador keynesiano".
Se trata de un concepto famoso sobre el cual lo único que está claro es…, la oscuridad de su justificación. Como veremos.
La premisa keynesiana de impulsar artificialmente la economía mediante estímulos a la demanda asume que el Estado es capaz de crear riqueza sin costo alguno, cuando a lo sumo lo único que pude hacer es redistribuirla mediante la ejecución de su acción subsidiaria, la cual debería ser puntual, específica y sólo en beneficio de los más pobres. A diferencia de lo que suele ocurrir en la realidad.
La idea es muy popular entre los políticos, quienes apelan a la afirmación de que el gasto público suele tener un efecto multiplicador "mayor que uno". De hecho en los Estados Unidos se está hablando de un factor de 1.5, tal como indicaba con incredulidad Robert Barro la semana pasada en el Wall Street Journal. ¿A qué se refiere tal efecto multiplicador del gasto público?
Comencemos suponiendo que el multiplicador fuese exactamente igual a uno, lo cual significaría que un incremento de un dólar en el gasto público originaría un aumento también de un dólar en el PIB (Producto Interno Bruto): se trate de un puente o de un avión militar, el gasto público sería en dicho supuesto "gratis" para la sociedad porque permitiría expandir la economía sin requerir recortes ni en el consumo ni en la inversión privada.
Si el multiplicador fuese mayor que uno, digamos el 1.5 del cual se está hablando, el proceso sería maravilloso porque por cada dólar invertido en gasto público, además de pagar el puente o el avión militar, se generarían mágicamente bienes y servicios por otros 50 centavos de dólar. Incluso si el puente no fuese a ningún lugar o si el avión no tuviera alas. En tal caso, ¿por qué no llevar el estímulo al infinito?
Este simplista modelo macroeconómico keynesiano asume que el Estado siempre asignará mejor los recursos temporalmente ociosos, prestándole demasiada atención a ello y demasiado poca al impacto microeconómico que las recesiones tienen en las personas de carne y hueso que las sufren. Que no es lo mismo.
La realidad es que cada dólar destinado al gasto público fue previamente detraído de otras partes del PIB, sea en consumo, inversión o exportaciones netas: no existen magias y excepto en casos sumamente extraordinarios, de muy específica delimitación temporal y geográfica, y pequeño tamaño, el multiplicador termina siendo siempre menor que uno. El costo social es superior al beneficio.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 25 de noviembre, 2013
- 16 de junio, 2012
- 8 de junio, 2012
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