El culto progre a Obama
Libertad Digital, Madrid
Hace años que el mundo no asiste a un espectáculo parecido, pero ese show no se representa en los escenarios donde tiene lugar la marcha hacia la investidura de Barack Obama. Lo insólito, lo nunca visto, es que todos los antiamericanos de manual, especie harto abundante, se encuentren en una disposición anímica tan exaltada y entusiasta que, de no mediar algún sentido del ridículo, ondearán banderitas de los Estados Unidos mientras contemplan el solemne acto que se celebra este martes en Washington.
Anotemos la evidencia. La obsesión antiamericana, diseccionada por Revel, tiene como premisa necesaria la obsesión americana. Una fijación con América posee a quienes son por norma sus más iracundos detractores. El antiamericano furibundo de ayer puede volverse ahora –ya se ha vuelto– un furibundo partidario de Obama. Explicará que no estaba contra los Estados Unidos, sino contra Bush (antes, Reagan o Bush padre). Pero la intensidad del sentimiento, que es lo único que no cambia, le delata. Mantiene con los Estados Unidos una relación no correspondida de amor-odio. El odio necesita darse un respiro cada tanto, de ahí que sus cultivadores agradezcan jubilosos la ocasión de reemplazarlo por una adoración tan irracional como la aversión de antes.
Estamos ante el clímax del culto a Obama. Y la gracia de ese culto es que sus devotos vienen a ser los mismos que denunciaban la connivencia de Bush con un "fundamentalismo religioso" que, según decían, se había apoderado de la sociedad americana. Ironías de la historia. Quienes alertaban en tono apocalíptico de los peligros de la religiosidad estadounidense, vuelcan ahora sobre Obama un caudal de fervor digno de una secta mesiánica. Las gentes de progreso – de aquí como de allí– festejan su llegada a la Casa Blanca como si del advenimiento de un salvador se tratara. Tanta es su fe y tan inconmovible, que hasta creen en milagros. Sufren de una patología del siglo anterior y el actual. Han desplazado el impulso religioso a la política.
No se sabe bien qué ha prometido el presidente electo, pero quienes proyectan sobre los Estados Unidos su rechazo de la democracia liberal y el capitalismo, han podido creer que es de los suyos. Por ese motivo, que no por ningún otro, dan saltos de alegría y están a punto de hacer un gran cambio. Van a mudar la camiseta del Che y el pañuelo palestino por un fular de barras y estrellas y una sudadera de Obama. La devoción progre por el presidente electo se extiende y se contagia, sin que conozca más fronteras que las de la razón. Y la razón no es bienvenida en las catarsis colectivas. Sólo los aguafiestas decimos con Popper que "en política, al igual que en medicina, lo más probable es que el que promete demasiado sea un charlatán".
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