¿La Cámara de los Lores norteamericana?
“Desconozco cuáles son las aptitudes de Caroline Kennedy. Aparte de tener un nombre reconocible, algo que también tiene Jennifer López.” — Representante Gary Ackerman, D-N.Y.
Idea acertada, argumento incorrecto. El problema de las aspiraciones de Caroline Kennedy al escaño de Hillary Clinton en el Senado que pronto va a quedar vacante no es la falta de aptitudes ni de experiencia. Las instancias del Senado albergan novatos inexpertos en grandes cantidades — acaudalados empresarios, estrellas del deporte, hasta el actor adventicio.
El problema es la irracional expectativa de privilegios por parte de Kennedy. Teniendo en cuenta sus logros bastante modestos, está explotando el apellido a base de bien.
Odio ser un buen fustigador del gobierno, pero ¿no era el experimento americano una renuncia bastante firme al gobierno por linaje?
No, los fundadores no eran demócratas. Creían en la aristocracia. Pero la suya era una idea de gobierno de la aristocracia natural — no consuetudinaria — una aristocracia de la “virtud y el talento,” en palabras de Jefferson.
Y sí, por supuesto, tenemos nuestra propia historia de sucesión dinástica: los Adams y los Harrison, y en el último siglo los Roosevelt, Kennedy y Bush. Recientemente hasta nos hemos expandido al terreno de la transmisión marital de estilo argentino, como con los Dole o los Clinton.
No es el fin del mundo, pero es una tendencia cada vez más extendida que no hay que fomentar. Después de todo, ya hemos creado otra enorme distorsión en nuestra política: una plétora de plutócratas en el Senado estadounidense, cortesía de nuestras demenciales leyes de financiación de campaña. Si usted es asquerosamente rico, puede adquirir un escaño del Senado invirtiendo en ello tanto dinero como desee. En tanto que su contrincante plebeyo se postula mendigando las reducidas donaciones permitidas por la ley. De ahí salen los Corzine y los Kohl, que aterrizan en el Congreso salidos aparentemente de la nada.
Habiendo dado esta ventaja adicional a los ricos, deberíamos oponernos a trufar nuestras legislaturas con aún más intrusos privilegiados, los nacidos en buena familia.
Cierto, los británicos funcionaron de esa forma durante siglos, pero lo hicieron con honestidad característica. Crearon una cámara del Parlamento destinada exclusivamente a los bobos nobles y los instalaron allí de manera vitalicia. Allí hablan indolentemente de irrelevancias supinas en lo profundo de su senilidad. El problema reside en que el Senado de los Estados Unidos ostenta los poderes de la Cámara de los Comunes al mismo tiempo que desarrolla la afiliación de la Cámara de los Lores.
No me entienda mal. No tengo nada contra Caroline Kennedy. Parece una persona agradable. Ciertamente ha llevado la vida de una digna integrante de la jet-set colaborando en todas las causas correctas. Pero cuando el alcalde de Nueva York da su apoyo a su candidatura ofreciendo, entre otros motivos, que "su tío ha sido uno de los mejores senadores que hemos tenido en muchísimo tiempo," hemos alcanzado el punto del sonrojo.
Tampoco es Kennedy la única con expectativas de privilegios. El escaño del vicepresidente-electo Biden en el Senado va a ser ocupado ahora por Edward Kaufman, un asesor del que nadie había oído hablar nunca antes de ayer. Y del que nadie tendrá noticias después de dos años, momento en el cual Kaufman se jubilará obedientemente. Él entiende su responsabilidad: conservar caliente el escaño de Delaware en el Senado durante dos años hasta que vuelva el hijo de Joe de Irak para asumir la posición y responsabilidades de su padre.
Este es, por supuesto, el estilo Kennedy. En 1960, el escaño de John Kennedy en el Senado fue cedido a su compañero de habitación en Harvard, un tal Ben Smith II (nombre de valor incalculable). Lo ocupó durante dos años — hasta que Teddy cumplió la edad constitucional de 30 años exigida para suceder a su hermano.
A la luz del carácter dinástico en lista de espera que tienen los escaños de Nueva York y Delaware en el Senado, el estilo lllinois resulta casi refrescante. Por lo menos el Gobernador Rod Blagojevich (presuntamente) dejó democráticamente abierto a todo el mundo el escaño de Barack Obama. Basta con ofrecer la puja más elevada, estilo eBay.
Tristemente, sin embargo, ni siquiera esta subasta estuvo libre de aristo-pelotilleo. Según los testimonios del auto criminal de la fiscalía, un tercio entero de aquellos a consideración tiene pedigrí. El Candidato 2 resulta ser la hija del presidente de la Cámara de Illinois; el Candidato 5 es el primogénito varón del Reverendo Jesse Jackson.
Caroline Kennedy, Beau Biden y Jesse Jackson hijo podrían ser algún día fabulosos senadores. Pero en un país en el que las ventajas en educación, formación y riqueza ya hacen extraordinariamente desigual la competencia, deberíamos oponernos a fomentar la única forma de privilegio que la República Americana se esforzó por abolir: la nobiliaridad.
Aquí no valen lores ni ladies. Si la Princesa Caroline quiere un escaño en el Senado, que lo gane en elecciones. Hay unas en 2010. Obtenerlo ahora por nombramiento basándose en la casta familiar es una ofensa al republicanismo más nimio. Cada estado de la unión tiene derecho a la representación en el Senado. Camelot no es un estado.
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