La sumisión del Ché
Un penalista italiano afirmó alguna vez que la estafa era siempre “un delito que despierta admiración”. Y sin duda que lo es la estafa de la popularidad de Ernesto Guevara, el Che, que ni siquiera era simpático, ni ingenioso en sus decires o haceres. La foto de Korda y ahora otras políticas publicitarias han podido más en la consumación del engaño. Pero esta vez la madurez del exilio –de jóvenes y viejos– ha servido para demostrar que cada día entendemos mejor la realidad cubana, por viejos y jóvenes, en Cuba y en el destierro. Salvo pequeñísimos errores, la crítica a la última — nueva película– de propaganda “chechera” ha sido mesurada, objetiva, leal y legal.
Creo que Pedro Corzo y otros investigadores han tenido mucho que ver en sus trabajos sobre varios aspectos de la vida del Che Guevara.
Quien repase bien la historia del Che verá que el fracaso en cuanto hizo y dijo parece una constante en sus actuaciones. Toda su vida es un constante fracaso. Como médico, si es que lo fue, no hay página que cuente éxito alguno. Ni en el mundo de la zoología veterinaria se apuntó ningún acierto. Como economista, banquero o ministro de industria se equivocó a derecha e izquierda. Ni hay fábrica, ni cooperativa que deba triunfo alguno gracias a sus facultades.
Tampoco fue el Fouche, el genio tenebroso de la revolución cubana. Frente a Castro era un pelele sin personalidad con miedo feroz a las iras del tirano. Una de las pocas veces que lo vi, cuando como profesor de la Universidad de Villanueva, fui, en gestiones de protesta con alumnos, profesores y el Rector entonces, Boza Masvidal. Yo me adelanté a la digna representación de Villanueva. Hablaba solo con Fidel en el tercer piso del Palacio criticando disparates que hacia ya la revolución.
El propio Castro se burlaba hipócritamente de algunas ideas de los cronistas sociales y aludió a una serie de personajes revolucionarios a los que él mismo les tomaba el pelo.
En eso pasa el Che por el corredor donde conversábamos Fidel y yo. Castro estaba indignado por las súplicas de familiares y gentes presa para fusilar. Entre esos presos se encontraba, como señaló el Che, un compañero de la Sierra, un amigo que preparaba todos los días el desayuno. Fidel recordó que ya le había dicho que había que prenderlo porque podía estar conspirando. Al final decidieron darle opción al muchacho de ser fusilado o enviarlo al exilio. El sujeto decidió, previo pago de cierta cantidad, irse a New York y al llegar al aeropuerto se pegó un tiro dejando una carta escrita por un amigo narrando su gran decepción. El sumiso Che continuó su tarea revolucionaria en la Cabaña sin juicios previos y chantajeando, exigiendo dinero, con falsas promesas de liberar a los condenados a paredón.
Y luego, alejado el Che de Cuba, en viajes y guerrillas por el mundo, llenos los bolsillos con muchos dólares, recorrió el mundo africano y asiático hasta que cayó en la trampa de Bolivia. Y toda esa estafa se vendió al mundo como una gloria del “hombre nuevo” que la revolución promovía cínicamente.
Baste leer el Diario del Che para conocer su incapacidad, y su cinismo.
La cobardía sumisa era para el Che un recordatorio de la estrategia castrista como en el caso de Camilo Cienfuegos y otros que fueron liquidados del proceso revolucionario. El pánico ante el obrar diabólico del “líder máximo” de la revolución se refleja claramente para los que observaron la conducta entre ambos dirigentes. El Che quería vengarse del líder supremo, pero no tenía recursos, ni habilidad estratégica para superar al cacique máximo jefe maquiavélico de la revolución. Todo fue, como diría Ravines, una gran estafa.
Por más películas que se hagan, o novelas que se escriban, la popularidad del asesino que fue el Che no aumentará sus credenciales falsas de líder sacrificado, heroico e inteligente. La realidad, algún día vencerá a cualquier propaganda y la revolución devora a sus propias hijos.
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