Las turbas y el cambio
Pero en modas y percepciones intelectuales, que deberían ser tan fácilmente discriminadas en términos de circunstancias como las ropas, es muy fácil que la gente de países en desarrollo como los nuestros adopte sin darse cuenta –o dándose cuenta para parecer elegante– ideas foráneas a nuestra propia realidad. Tal es el caso, por ejemplo, de la idea que el comunismo se acabó y que la confrontación entre las tiranías de izquierda radical y la democracia ya es cosa del pasado. Esto, por supuesto, es cierto en Europa, porque allí ya no hay comunistas ni radicales de izquierda. No lo es en Latinoamérica, en donde sí hay radicales de izquierda muy activos, no sólo en la tiranía de la familia Castro que existe en Cuba desde hace cincuenta años, sino en tiranías en formación como Nicaragua y Venezuela.
Pero aún así, hay muchas personas en Latinoamérica que, oyendo a los europeos decir que ya no es razonable tener miedo a los comunistas, piensan que decir algo así es elegante o moderno, y dicen lo mismo, con tono de intelectual viendo con ojos vidriosos al Báltico desde un café en Kiel, refiriéndose no a la política europea sino a la latinoamericana. Ingenuamente repiten lo oído sin darse cuenta de que los europeos ya no temen a los comunistas porque allá ya no existen, no porque el comunismo ya no inspire temor en donde todavía existe.
Este es el error que cometieron muchos nicaragüenses en las elecciones presidenciales de 2006 en su país. Leyendo artículos de la prensa internacional, libros basados en la realidad europea o australiana o canadiense, pensaron contra toda evidencia que Daniel Ortega y los sandinistas ya no representaban una amenaza para la democracia nicaragüense y los eligieron a la presidencia, pensando que si no les gustaba la manera en la que los gobernaban podían cambiarlos en la siguiente elección. Ese fue el grave error que hoy los nicaragüenses están entendiendo que cometieron hace dos años. Como lo hicieron en Rusia, en toda Europa Oriental, en Cuba, y lo están haciendo en Venezuela, los radicales de izquierda no respetan las reglas del sistema democrático y planean quedarse para siempre con el poder, usando la trampa, la violencia, la intimidación y cualquier medio lícito o ilícito para lograr dicho objetivo.
Las fotografías que describen la realidad actual de Nicaragua, en las que se ven los enmascarados, las armas mostradas para intimidar, las quemas de llantas y buses, los disparos al azar para causar terror, describen una realidad que es muy similar a la que vivimos durante la guerra en El Salvador y muy similar a la que Chávez ha creado en Venezuela también. Es la realidad de la lucha de clases, que aunque declarada en nombre de la pobreza no puede sino aumentar dicha pobreza, convirtiéndola en miseria al mezclarla con la violencia. Nicaragua está más pobre que nunca. Y además ahora tiene violencia y terror y el prospecto de una verdadera esclavitud.
Los nicaragüenses cometieron su error porque creyeron en el eslogan de los sandinistas, que identificaban al sandinismo con el cambio –sin definir lo que era el cambio–. De esta forma los votantes pusieron en la palabra "cambio" lo que ellos deseaban, y se ilusionaron con que eso que ellos querían era lo que el FSLN quería decir con el cambio. Los votantes ahora se dan cuenta de que los cambios que han traído los sandinistas son unos que nunca se imaginaron: los cambios estructurales que les van a permitir eternizarse en el poder en contra de la voluntad ciudadana.
Si viviéramos en Europa, en donde las turbas de enmascarados armados no existen desde hace mucho tiempo, podríamos descansar tranquilos sin temer que turbas de este tipo tomen el poder. Pero viviendo aquí, viendo que todavía existen, que hace sólo un par de años mataron a dos policías, y que en Nicaragua el gobierno de un partido hermano del FMLN las usa para intimidar a los que se atreven a protestar por una trampa escandalosa en las elecciones, ¿cómo podemos ser tan tontos de creer que aquí ya no hay nada qué temer de estas turbas?
En realidad, no es difícil darse cuenta de que este irrespeto a la democracia y el uso de las turbas para intimidar a la ciudadanía son los únicos cambios que nos puede traer el FMLN. Ellos no pueden dar lo que no tienen: nunca han creado empleos, nunca han atraído inversiones, nunca han entendido la manera en la que la economía funciona. Lo único que tienen y pueden dar es el uso de la violencia para perpetuarse en el poder. Ese es su cambio.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
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