Moscú y Pekín compiten en la región
WASHINGTON.- Cuando todas las miradas se centraban sobre esta capital por la cumbre del Grupo de los Veinte (G-20), que evaluó la crisis financiera internacional, dos semanas atrás, el máximo referente de la administración Bush para la región, Tom Shannon, armó sus valijas y cruzó medio mundo. Lo esperaban en Pekín.
Allí, con sus interlocutores chinos, como antes lo hizo con rusos, japoneses y coreanos, Shannon cruzó información, aportó ideas y recibió otras, según confirmó LA NACION de fuentes norteamericanas. Unos y otros buscaron saber cuáles eran los objetivos de sus gobiernos, cuáles podían ser las áreas de trabajo conjunto y, también, los límites infranqueables.
Para Estados Unidos, chinos y rusos no aparecen como su mayor preocupación. Son los iraníes. Pero es Moscú, en particular, la capital que podría enviar una señal a Teherán de que todo tiene un límite. Un mensaje que los norteamericanos también les comunicaron a los latinoamericanos. "Si hay un atentado en nuestro territorio y se gestó o coordinó desde algún punto de América latina, aunque haya sido una célula iraní, habrá consecuencias", contó una voz estadounidense a LA NACION; palabras más, palabras menos, fue un mensaje tajante.
Los diplomáticos de Washington saben, además, que rusos y chinos mantienen una relación bilateral tensa, en la que se abren resquicios para presionar a ambos, más aún cuando Pekín y Moscú buscan profundizar sus vínculos comerciales en América latina, un "área de influencia" que la Casa Blanca siente que debería ser mayormente suya.
Rusos y chinos compiten entre sí por los mercados del continente. Pero también buscan mucho más. "Es una manifestación de una geopolítica cambiante a nivel global", afirmó la especialista en América latina del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales, Johanna Mendelson.
Las relaciones entre Moscú y Washington nunca fueron fáciles. Incluso con la Guerra Fría en el pasado, George W. Bush y Vladimir Putin mantuvieron una relación singular, algo que se acentuó con la asunción de Dimitri Medvedev como presidente y la invasión de Georgia. Chávez se mete así en una pelea entre gigantes que lo excede por mucho, pero de la que puede salir muy dañado. En septiembre, tensó la cuerda al autorizar el aterrizaje de dos bombarderos rusos de largo alcance en Venezuela, donde participaron de ejercicios militares. Y esta semana repitió el gesto con el arribo de una flotilla rusa al puerto de La Guaira.
Desde Washington, la flotilla se toma como una retribución moscovita al envío de buques norteamericanos a las inmediaciones de Georgia, así como a los planes de la administración Bush, que comparte el presidente electo, Barack Obama, de desplegar un sistema de defensa con misiles en Europa. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, desdramatizó la situación: "Unos pocos barcos rusos no van a cambiar el equilibrio de poder" en la región. Pero desde la perspectiva norteamericana irrumpen varios ejes cuando menos incómodos.
En primer lugar, la imagen de unos y otros en la región no es la misma, lo que queda claro al cotejar las diferentes reacciones que cosecharon la reactivación de la IV Flota estadounidense y la presencia en el Caribe de buques de guerra rusos por primera vez desde la Crisis de los Misiles de 1962. ¿Los mismos que criticaron a Estados Unidos callan con Rusia?
Medvedev tampoco ayudó a apaciguar los ánimos. Ayer definió a Venezuela como uno de los más importantes socios de Rusia en América latina y se comprometió a suministrarle más armas.
Aún más preocupante para Washington es el acuerdo que los rusos firmaron en Caracas para desarrollar un programa de energía nuclear con fines pacíficos en Venezuela, en momentos en que el jefe de la Agencia Federal de Energía Atómica de Rusia, Sergei Kiriyenko, anunció que la construcción de la primera planta nuclear en Irán concluirá en 2009.
Para que quede claro: el régimen iraní y la energía nuclear son factores que, para Washington, no pueden combinarse en la misma ecuación. Y norteamericanos y rusos pueden tomar a Teherán -más aún a Caracas- como prenda de negociación. O de conflicto.
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