En el mundo ya nadie le cree al Gobierno
Por Joaquín Morales Solá
La Nación
Nunca, desde el default de la Navidad de 2001, la Argentina fue tan vapuleada en el exterior. Una extraña coalición parece agrupar a los observadores internacionales, a los empresarios (nacionales o extranjeros) y a los argentinos de a pie. La palabra más usada entre todos ellos es «desconfianza». Desconfianza respecto de lo que el Gobierno prometió hacer con los fondos de pensión y desconfianza sobre los futuros pasos de la administración de los Kirchner.
En definitiva, la decisión de estatizar todos los recursos de las jubilaciones hundió al matrimonio en el peor descrédito internacional que haya sufrido en más de cinco años de poder.
Una videoconferencia entre economistas de las principales capitales del mundo, el miércoles último, convocada para analizar la crisis financiera internacional, ocupó una cuarta parte de su tiempo en examinar el caso argentino. Un economista inglés usó una metáfora para la conclusión final: «Se han metido en el féretro sin que nadie los empujara». A su vez, el mercado bursátil de Madrid se desplomó porque resultaba creíble cualquier versión sobre el destino de las empresas españolas con inversiones en la Argentina. «¿Qué diferencia hay ahora entre Kirchner y Chávez?», preguntaba un empresario desde Madrid.
* * *
Uruguay vetó ayer la designación de Néstor Kirchner como secretario ejecutivo de Unasur (la incipiente coalición de naciones sudamericanas) por las razones políticas que consignó su gobierno, pero también como un mensaje de clara diferenciación con la administración del Estado argentino. Montevideo afirmó que no podía avalar la candidatura de Kirchner; es decir, de quien permitió los cortes de los puentes binacionales durante tres años. En verdad, Tabaré Vázquez debía hacer sólo eso si aspiraba a seguir siendo querido por los uruguayos.
Sin embargo, Uruguay, una plaza financiera importante en América del Sur, no podía permitir que lo confundieran con los manejos intervencionistas y confiscatorios de su vecino occidental. «Estamos juntos, pero no revueltos. Ese es también un mensaje», señaló ayer un alto exponente del gobierno de Tabaré Vázquez.
El propio canciller español, Miguel Angel Moratinos, anduvo en las últimas horas averiguando si el proceso de expropiación del gobierno de los Kirchner afectaría a más empresas hispanas. El mensaje del gobierno local fue contradictorio, como suele sucede siempre con los Kirchner. Mientras Julio De Vido hacía su primera visita urgente a Repsol para garantizarle la seguridad jurídica, y repetía ese mensaje ante Telefónica, otros funcionarios adelantaban una inminente expropiación de Aerolíneas Argentinas, propiedad actual de importantes empresarios españoles.
El secretario legal y técnico de la presidencia, el influyente Carlos Zannini, les aseguró ayer a diplomáticos españoles que esa eventual decisión no estaba a estudio de la Presidenta, aunque aceptó que las versiones salieron del propio Gobierno. «No sé qué buscan», se escudó. ¿A quién creerles? Hace poco más de un mes, Cristina Kirchner se reunió en Nueva York con Rodríguez Zapatero y le garantizó que las negociaciones con los dueños de Aerolíneas Argentinas se ajustarían al marco del derecho. Ahora, sus propios funcionarios deslizaron ante periodistas que se avecina la estatización de la compañía aérea. ¿Quién dice la verdad?
En Madrid, cayeron por culpa de la Argentina hasta los valores de las empresas que no tienen inversiones en la Argentina. Pero son empresas vinculadas con compañías que sí están expuestas al riesgo argentino.
Las versiones sobre las próximas y probables decisiones de los Kirchner merecían rápidamente la confianza de los hombres de negocios. Desde ya, ninguna de esas versiones era elogiable. «Nadie le cree al gobierno argentino. Esa es la verdad y eso es lo que explica todo. Si una decisión parecida hubiera tomado Michelle Bachelet, aquí no habría pasado nada», resumió un diplomático desde la capital española.
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La sociedad argentina empezará a sentir los efectos de la decisión cuando vea, por ejemplo, que se acabó el crédito de los electrodomésticos. Las cadenas comerciales de esos artículos financiaban con créditos a largo plazo esas compras mediante fideicomisos en manos de las AFJP. El fastidio social es fácilmente perceptible, pero, al revés del conflicto con el campo, en el actual entrevero no hay cuatro dirigentes capaces de liderar la protesta. Nadie sabe si eso es mejor o peor para el Gobierno: aquellos cuatro dirigentes rurales también contenían y le daban una forma al reclamo social.
El Gobierno capturó los fondos de pensión para esquivar el default. Se suponía, por lo tanto, que debía aumentar el valor de los bonos argentinos, porque aquí se estaba asegurando su pago en tiempo y forma.
Pasó todo lo contrario: los bonos argentinos se cayeron estrepitosamente en todos los mercados del mundo. Tampoco en el mundo financiero, demasiado sensible de antemano, se le cree a la administración de los Kirchner.
El riesgo país alcanzó un nivel que directamente expulsó al país de cualquier ilusión de volver al mercado financiero internacional. De esa desconfianza no se saldrá ni siquiera con las viejas promesas de pagarles al Club de París y a los holdouts, promesas que ahora han perdido todo sentido. Al final de cuentas, la Argentina hizo su aporte a la crisis financiera internacional, pero sólo para profundizarla.
Hasta el viejo default de principios de siglo tenía más atenuantes. Entonces, todas las cuentas estaban en rojo y el viento de la economía internacional era un huracán que soplaba de frente. El error de entonces fue haber hecho una fiesta de un velatorio. Esta vez la fiesta se convirtió en velatorio, cuando no había ningún muerto. Había sólo que tomar algunas decisiones que no serían muy populares, pero a las que Néstor Kirchner les huyó, con coherencia y perseverancia, desde que tiene poder. Ese rasgo del matrimonio presidencial es, precisamente, lo que hace impredecible cualquier pronóstico sobre sus decisiones.
Ese trazo confuso de políticas y personalidades es lo que explica también que ni siquiera el plan para escapar del default haya caído bien en el mundo y que los Kirchner hayan pasado, raudamente, de jactarse del «efecto jazz» a sufrir en carne propia el «efecto tango».
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