Las automotrices no merecen un rescate gubernamental
Por George Will
Diario de América
(Puede verse también Detroit también busca desesperadamente una inyección de capital)
En las elecciones de 1994, los Republicanos pusieron fin a 40 años de control Demócrata de la Cámara de Representantes. De manera que en 1995, el vicepresidente de Fannie Mae escribía una carta a Ed Crane, presidente del Cato Institute, diciendo que Fannie Mae tenía intención de realizar una aportación a ese laboratorio de ideas libertario y defensor del libre mercado de 100.000 dólares.
La política dio lugar a Fannie Mae. Fue creada por el gobierno en 1938 para avanzar el objetivo gubernamental de incrementar la propiedad del hogar. Fue vendida – semi-privatizada, más o menos – por una finalidad política: ayudar al Presidente Lyndon Johnson a financiar la guerra de Vietnam. Fannie Mae no tiene ninguna objeción al gobierno intervencionista; el estado regulatorio la creó y la mimó. Y siempre ha sabido a qué árbol arrimarse – a todos, junto al contribuyente, a través de la garantía federal implícita de las obligaciones de Fannie Mae.
Pero en 1995, Fannie Mae, intentando congraciarse con los conservadores, se acercó al Cato con donaciones, demostrando así que entiende menos de libertarismo que de hipotecas de riesgo. Cuando Crane respondía que el Cato no acepta nunca financiación pública, recibió una estirada carta de Fannie Mae negando encarecidamente que fuera en cualquier sentido una entidad pública.
Bueno. Las garantías federales implícitas – que permitieron que Fannie Mae y que otra “entidad respaldada por el gobierno,” Freddie Mac, se expandieran anormalmente con más de 11.000 empleados y 5 trillones de dólares en hipotecas – se han hecho explícitas. ¿Estaba siendo cínica Mae en 1995 o se estaba engañando? Mientras la intromisión del gobierno en nuestro sistema de empresa cada vez menos privada crece más rápido que nunca desde los años 30, recuerde: Las buenas barreras hacen buen gobierno – barreras que demarquen claramente la frontera entre los sectores público y privado.
El Financial Times, que no es gracioso normalmente, arrancaba recientemente una noticia: «Tim Geithner es sin duda el banquero de inversiones más activo en Wall Street en estos tiempos.» Es presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. Los acuerdos que han alcanzado otros funcionarios públicos y él, con el respaldo del dinero público, pueden ser potencialmente necesarios porque los desplomes de instituciones financieras concretas podrían congelar el flujo de crédito que debe lubricar la recuperación. ¿Cuál es sin embargo la excusa para el bienestar corporativo de GM, Ford o Chrysler?
La planta de montaje de Ford en Louisville, Ky., participa de los problemas de esa corporación. La planta de Toyota en Georgetown, Ky., está floreciendo igual que parte de la industria automovilística estadounidense restante. Está ubicada en gran medida en el Sur, da trabajo a 92.000 americanos y no participa en los esfuerzos de los costes estructurales que Ford y GM negociaron con el Sindicato de Trabajadores del Automóvil. El socialismo limón – el subsidio al débil – es supuestamente necesario por temor a que un fabricante automovilístico estadounidense presente bancarrota, provocando el tipo de desorden civil y caos social que acompañó la desaparición de Studebaker, Packard, American Motors y otros.
Detroit está luchando por subsidios mientras la sartén esté caliente – mientras los 37 votos electorales de los dos estados del automóvil, Ohio y Michigan, estén en el aire. ¿Dónde está el “rencor partidista,” que John McCain deplora, ahora que lo necesitamos de verdad? Barack Obama y él convienen en el bienestar corporativo de los tres mendicantes de Detroit. Obama quizá crea que el socialismo limón es mejor que ningún socialismo en absoluto. McCain, reaccionando visceralmente, ve todo como un melodrama moral: su pensamiento económico, que en realidad no es nada que responda a tal apelativo, debe más a Moisés que a Adam Smith. En el McCainismo – la política del “honor” – no hay errores simples; también tienen que ser deshonrosos, por corruptos.
De cualquier manera, los contribuyentes han sido reclutados para subsidiar 25.000 millones de dólares en préstamos gubernamentales a Detroit, que afirma que dicha suma está bien como aperitivo, pero no supone en absoluto un plato. Quiere más.
Los anuncios a toda página de General Motors presumen de que (con la cooperación obligada del contribuyente) está “reinventando por completo el automóvil.” Esto no resulta más convincente que los anuncios emitidos de GM diciendo que ofrece a los clientes su descuento para empleados “para celebrar nuestro aniversario 100.” ¿Celebración? ¿De qué? ¿Del hecho de que una compañía que está perdiendo dinero a marchas forzadas tiene que rebajar sus productos?
Detroit afirma, correctamente, que algunos de sus problemas se derivan de la economía del crudo y de otros mandatos impuestos por los 535 ingenieros automovilísticos de Capitol Hill. Pero eso es marear la perdiz, que es: Nadie piensa que el derrumbe de un fabricante automovilístico suponga un riesgo sistemático para la economía. Los americanos simplemente se comprarán una combinación de coches diferentes.
En “El manifiesto comunista,” Karl Marx se maravillaba de que, siendo tal el dinamismo del capitalismo, “todo lo sólido se evapora.” Bear Stearns, Lehman Brothers y Merrill Lynch no deberían ser los últimos en aprender la verdad de eso.
© 2008, The Washington Post Writers Group
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