Veintidós años en el gulag de Castro
Por Mary Anastasia O’Grady
The Wall Street Journal
MIAMI—A finales de diciembre de 1959, casi un año después de que el dictador cubano Fulgencio Batista había sido expulsado del país por un movimiento cuyo objetivo era restaurar la constitución cubana de 1940, Fidel Castro estaba consolidando su poder.
En aquellos momentos, Armando Valladares era un burócrata de 22 años en el Banco Postal del Ahorro. Un día, un grupo del Partido Comunista se presentó en su oficina y colocó un cartel encima de su escritorio que decía «Si Fidel es comunista, ponme en la lista. Él está en lo cierto».
Castro aún no había hecho públicas sus simpatías comunistas. Pero Valladares dice que «el cartel era parte de la campaña del partido y de Fidel para preparar a la población para el comunismo, del cual muy poca gente sabía algo. La idea era que dado que Fidel ya había hecho que su nombre fuera sinónimo del Mesías cubano, debía tener razón con respecto al comunismo».
Valladares les dijo a sus visitantes que no quería ese cartel sobre su escritorio. «Cinco o seis días después, a altas horas de la madrugada, vinieron a mi casa. El dormitorio de mi madre era el que estaba más cerca de la puerta de entrada así que ella fue quien escuchó tocar a la puerta y se levantó a abrir. Cuando abrió la puerta, los hombres la apartaron de en medio a empujones y se apresuraron dentro de la casa. Me desperté con una ametralladora contra la sien».
El joven Valladares tenía mucha compañía. Miles de personas estaban siendo arrestadas en las redadas. Algunos tuvieron que esperar meses para ser juzgados. Muchos otros fueron puestos inmediatamente ante el pelotón de fusilamiento.
Valladares fue citado en el juzgado una semana después. El juez, dice, estaba sentado con sus pies sobre la mesa mientras leía un cómic y hacía bromas. El registro de su casa no había aportado «pruebas, armas, ni propaganda en contra del Estado». Aun así, fue condenado como un conspirador potencial contra la Revolución y condenado a 30 años de prisión. Sus compañeros de celda aplaudieron la decisión, porque la única otra sentencia posible era la pena de muerte.
Las autoridades estatales de seguridad emplearon todos los métodos de tortura que figuraban en el manual del totalitarismo (con unas cuantas inspiradas improvisaciones incluidas) para hacer hablar a los prisioneros. Muchos acabaron confesando y otros se suicidaron, pero Valladares, junto con otra pequeña minoría, nunca se rindió ante la «Revolución». Valladares cuenta que fueron tres cosas las que lo ayudaron a sobrevivir sus 22 años en prisión. Primero, estaba totalmente convencido de sus ideales. En segundo lugar, estaba su amor por Martha, que se convertiría en su mujer, y el hecho de que ella creía en él. Tercero, sus convicciones religiosas. En 1982 fue finalmente puesto en libertad aunque forzado a salir al exilio.
La dimisión de Castro como «presidente» de Cuba en febrero ha encendido mucha especulación sobre si su hermano, Raúl, el nuevo jefe de Estado, empezará pronto una transición que se aleje de la represión política y económica. Sin embargo, Valladares, que ahora es un logrado poeta y artista, activista humanitario y diplomático (sirvió como embajador de Estados Unidos para la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra) dice que no hay manera.
Recientemente cené con él y Martha en su casa en Miami y aproveché la oportunidad para cubrirlo de preguntas sobre el panorama político actual de Cuba. En la parte superior de mi lista estaba el si ya estábamos viendo las etapas nacientes de una reforma en la isla.
Su respuesta es un inequívoco no: «Hasta que Fidel Castro se muera, no habrá cambios en Cuba. Fidel no lo permitirá. El terror impuesto desde 1959 continúa hoy y Raúl no se atreverá a hacer ni un solo cambio mientras su hermano mayor siga vivo».
¿Y qué pasa con la salud de Fidel? «Aún puede sembrar el terror porque sigue teniendo momentos lúcidos», dice Valladares. «Pero esos momentos son impredecibles, y es por eso que no puede hacer apariciones en público en televisión en directo ni por un minuto». Mientras tanto, me cuenta que la represión ha aumentado en los últimos meses, mientras aquellos que participaron de sus crímenes buscan preservar el status quo.
El gobierno de Castro ha sido una máquina asesina desde que se hizo con el poder en 1959. Si en algún momento se implementara una comisión de verdad y reconciliación para establecer responsabilidades, Fidel, Raúl y muchos de sus secuaces, cuyas «manos están manchadas de sangre», no saldrían bien librados, según Valladares.
No es ninguna coincidencia que las tres convicciones que lo ayudaron a sobrevivir la prisión son precisamente los principios clave que los comunistas estaban determinados a destruir: ideales liberales, la familia y Dios. Debido a su negativa a aceptar el adoctrinamiento (pese a las constantes palizas y trabajos forzados, semanas de confinamiento en solitario en minúsculas celdas sin ventanas y prácticamente la inanición), Valladares y su grupo se hicieron conocidos como los «plantados».
El régimen fue hasta tales extremos que a veces me pregunto si llegó a perder su sed de tortura después de un tiempo. Valladares me corrige. Dice que las condiciones sólo se volvieron «más represivas. A medida que mi grupo [los plantados] se negaba a ser «rehabilitado», cada día trataban de encontrar nuevas formas de torturarnos».
En 22 años sólo recibió 12 visitas. La resistencia de los plantados impresionó hasta a sus captores y a finales de los años 70, recuerda, la publicación oficial del ministerio del interior publicó algo sobre ellos, maravillándose ante el hecho de que «todos los métodos represivos y tácticas han fallado para forzar a cierto grupo de prisioneros contrarrevolucionarios a aceptar la rehabilitación política».
Valladares y otros tres prisioneros, incluyendo a Pedro Luis Boitel, que en 1972 murió en una huelga de hambre después de que Castro diera la orden de negarle agua, lograron escapar una vez de una prisión de máxima seguridad en Isla de Pinos. Mediante materiales que habían sido introducidos de manera oculta por visitantes, tiñeron sus ropas del color de los uniformes militares y rompieron los barrotes de las celdas con limas. Los disfraces funcionaron tan bien que «saludamos a los guardas a la salida», cuenta Valladares a carcajadas.
Pero el barco que supuestamente iba a buscarlos nunca apareció. Finalmente, los guardias los encontraron en los pantanos de la isla. ¿Qué pasó?, pregunté. Valladares dice que sólo puede especular, pero que debido a que todo el mundo conocía la reputación de la prisión debieron pensar que escapar era imposible. «Debieron pensar que el plan y quienes lo estaban planeando estaban sencillamente locos así que nunca se molestaron siquiera en ir a buscarnos».
Este episodio presagiaba la experiencia general más amplia de los cubanos de los próximos 50 años: abandono por parte del resto del mundo. Valladares lo explica a su manera. «Sentimos que el mundo le había dado la espalda a los prisioneros de conciencia de Cuba». En verdad, así fue.
Cuando en 1972 Martha fue autorizada a salir de Cuba con su padre (quien también había sido un prisionero político) y empezó una campaña internacional para llamar la atención sobre la situación de los prisioneros cubanos, la brutalidad del régimen ya estaba firmemente arraigada. Pero tal como descubrió, los hechos no la ayudaron mucho. «Fue muy difícil», me cuenta, lenta y deliberadamente con algo más que un dejo de tristeza.
Como ejemplo, cita un encuentro con Seán MacBride, ex presidente de la junta de Amnistía Internacional durante una conferencia sobre derechos humanos celebrada en 1977 en Venezuela. «Al principio fue muy agradable conmigo porque no se dio cuenta de quién era. Pero cuando traté de hablarle de los prisioneros cubanos de conciencia, empezó a dar golpes sobre el micrófono y a gritar, ‘¡No traduzcan eso! ¡No traduzcan eso!’ Los periodistas que cubrían el evento me preguntaron ‘¿Por qué le está pidiendo este hombre que se calle?»
El día siguiente había una noticia en los periódicos venezolanos con el siguiente titular: «Los derechos humanos violados durante una conferencia de derechos humanos». Ese mismo año, MacBride recibió el Premio Lenin de la Paz otorgado por la Unión Soviética.
Valladares dice que pese a lo asombroso que pueda sonar, le tomó hasta 1978 a Amnistía Internacional «descubrir» que había prisioneros políticos en Cuba. «¡Dieciocho años después de que yo fuera encarcelado! Miles de ellos ya habían sido asesinados, torturados. Boitel ya había muerto».
Aun así, AI se ha mostrado siempre progresista en comparación con algunos gobiernos europeos. Valladares dice que en 1988 el gobierno español de Felipe González fue especialmente falso, cuando su ministro de Relaciones Exteriores le dijo a Valladares que España no tenía evidencias de que los derechos humanos fueran violados en Cuba. Sólo unas semanas después, cuenta, la embajada española en La Habana produjo un informe que documentaba las atrocidades del régimen cubano, pero optó por sepultarlo como una forma de cubrir a Fidel.
Cuando el informe se filtró a la prensa, Valladares dice que llevó decenas de los periódicos españoles a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra y los distribuyó. «Le dije al embajador español ‘Felicidades, su informe es muy bueno. Es tan bueno como el de la CIA'».
Valladares estaba criticando al gobierno español con ironía, pero no sin falta de razón. Tanto él como su esposa dicen que a lo largo de los años, las autoridades de gobiernos europeos (España y Suecia por mencionar sólo dos) reconocieron repetidamente en privado la inaceptable brutalidad del régimen. Pero los mismos funcionarios también dijeron que proclamar eso públicamente implicaría admitir que Estados Unidos tenía razón sobre Castro. Nadie quería hacer eso.
«Castro sigue allí porque el mundo siente envidia de EE.UU., y todo el odio a EE.UU. se ha ido al apoyo de Fidel Castro», lamenta Valladares. Como resultado, los cubanos se han visto abandonados a su propia suerte contra los fascistas y las técnicas de espionaje de Alemania del Este de la seguridad estatal de Cuba. Miles han muerto tratando de escapar.
Martha Valladares piensa que el apoyo internacional para la causa de la libertad cubana ha mejorado «un poco» en los últimos 50 años. Cree que la prensa internacional de Cuba, pese al hecho de que no es libre y está manipulada, ha ayudado. «Las Damas de Blanco» [un grupo de esposas, madres y hermanas de prisioneros que se han organizado para reclamar contra la situación en la que se encuentran sus seres queridos] no podría haber existido antes. Intentamos hacer eso cuando el grupo de Armando estaba en huelga de hambre y nos llevaron a la cárcel».
Valladares dice que cuando Fidel muera, el régimen no será capaz de mantener su muerte en secreto durante mucho tiempo y entonces las posibilidades de cambio aumentarán mucho. «La vieja guardia tratará de mantener el status quo, pero hay muchos oficiales jóvenes que no quieren manchar sus manos con sangre y que no querrán luchar por un sistema que ha fracasado y está muriendo». Bajo estas circunstancias, señala, podría haber una lucha dentro del ejército.
Si a esto le añadimos que Raúl no es respetado, y que «los jóvenes están perdiendo el miedo y están criticando abiertamente al gobierno», uno puede ver esas posibilidades de cambio. «La capacidad para aterrorizar tiene un límite», dice, «y el país se está acercando». Si alguien sabe acerca del límite, es Valladares.
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