¿Economía solidaria y sin mercado?
Por Guillermo Arosemena Arosemena
El Expreso de Guayaquil
Desde el inicio de la humanidad, hace más de dos millones de años, cuando nuestro antepasado, el homus habilis, decidió construir las primeras herramientas con las piedras que rodeaban su entorno, lo hizo por iniciativa propia, no porque el jefe de la tribu le ordenó hacerlo. Así, la iniciativa individual se convirtió en la principal fuerza del progreso humano. En efecto, él construyó las herramientas porque así llenó necesidades no satisfechas.
Descubrimientos e inventos tan antiguos como fuego, rueda, arnés, y otros, ocurrieron por iniciativa propia. El Gobierno no ordenó a Bell crear el teléfono; a Ford, la producción en serie; a Fleming, la penicilina; a Noyce, el microprocesador o a Jobs, la computadora personal. Cada uno de ellos, observaron que existían necesidades insatisfechas y se propusieron buscar las soluciones. Fue el interés propio el factor motivador.
El Estado no tuvo ningún rol directo, su acción se circunscribió a crear la institucionalidad y establecer el marco jurídico que garantice el estado de Derecho, incluyendo la propiedad privada, tanto física como intelectual. Esta es la realidad histórica y se encuentra escrita en todos los libros sobre historia de la invención. En el campo de las ciencias, se da el mismo caso.
El Estado no inventó la ingeniería, ni la medicina, ni ninguna otra profesión. Por ejemplo, el padre de la ingeniería industrial es Frederick Taylor, persona apasionada a la observación, detalle e interés por mejorar todo lo que veía. Él estudió las actividades de los obreros y las dividió en pasos para poder medir su duración y luego estudiar la forma de simplificar el trabajo para hacerse en menos tiempo.
El extraordinario progreso humano conseguido a través de miles años de esfuerzo individual, se debe básicamente a lo que llamo trinidad económica: emprendimiento, innovación y tecnología. Esta trinidad pertenece al sector privado, no puede darse en el público, no es posible. La riqueza generada por los emprendedores ecuatorianos, desde quienes llegaron a acumular gran fortuna hasta los que establecieron pequeños negocios, en muchos casos lo hicieron sin tener educación universitaria y debieron enfrentar la adversidad, incluso la originada en el propio Estado. El sector público jamás arriesga, los servidores públicos manejan el dinero de los contribuyentes, pero el emprendedor que quiere hacer realidad su idea, arriesga su capital y el confiado a él por terceros.
¿Qué busca la Asamblea al rehusar incluir el mercado dentro del sistema económico? Seguramente crear el “paraíso terrenal” ofrecido por Marx y Engels, como los que existen en Cuba y Corea del Norte. Hemos sido testigo de las recientes noticias de que los cubanos por primera vez pueden tener celulares y televisores, cuando en Ecuador forman parte de las necesidades básicas. Sin una economía de mercado en Ecuador, no tendríamos la variedad de canales de televisión que disfrutamos, ni el número de empresas de telefonía celular, ni hornos de microondas, ni cualquier otro tipo de bien que hacen que la vida sea más agradable y productiva.
En toda economía, Estado y mercado cumplen un rol. El primero, educa y capacita a la gente, crea las condiciones para que la economía funcione eficientemente y regula al sector privado para que cumpla con sus responsabilidades. El segundo, contrata a empleados y obreros, los capacita, produce bienes y servicios, paga impuestos y genera riqueza para el país. Esta se traduce en ahorros e inversión.
La prosperidad de Chile, que tiene el ingreso por habitante más alto de nuestra región, no se ha logrado por la intervención del Estado en la economía, se debe al esfuerzo del sector privado, el cual, entre otras innovaciones, comenzó la “siembra” del salmón para la exportación y en pocos años, vende más de 1.500 millones de dólares en el mercado internacional. Lo mismo podemos escribir sobre los camarones ecuatorianos que se cultivan en piscinas. No hay prosperidad sin mercado.
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