El desenlace de una historia Hollywoodense
Por Mary Anastasia O’Grady
The Wall street Journal
Era la semana de Navidad en la ciudad colombiana de Villavicencio y los eventos, tal y como estaban programados, tenían toda la apariencia de una superproducción de Hollywood. Si tan sólo los «héroes» no hubieran quedado como mentirosos.
Un niño de tres años, su madre y otra mujer, todos rehenes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), estaban a punto de ser liberados. El crédito por su entrega le correspondería al presidente de Venezuela Hugo Chávez. El ex presidente argentino, Néstor Kirchner, voló desde Buenos Aires para formar parte del espectáculo. El director ganador del Oscar, Oliver Stone, también estaba presente, ansioso de documentar el espíritu navideño de los asesinos revolucionarios y sus simpatizantes socialistas. El niño, por cuestiones del azar, se llamaba Emmanuel.
La parte del villano le tocó al presidente colombiano Álvaro Uribe, un aliado de EE.UU. que como política se ha rehusado a ceder a las demandas de las FARC por territorio colombiano a cambio de la liberación de rehenes. Uribe también anunció recientemente que Chávez ya no era bien recibido como negociador en el esfuerzo por lograr la liberación de la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, tres contratistas estadounidenses y otros 41 rehenes políticamente valiosos para las FARC. Uribe retiró la alfombra de bienvenida cuando Chávez trató de pasar por encima de él y dirigirse directamente a los altos mandos militares colombianos. Según el libreto de esta película, ni siquiera la terquedad de Uribe pudo evitar que el compasivo Chávez lograra la libertad de los tres.
Para Stone, se cocinaba un milagro navideño antiestadounidense. Su película mostraría a Chávez como un héroe humanitario a la vez que demonizaría a Uribe. Pero no sería un oscuro filme extranjero sin un mensaje para las audiencias estadounidenses. También complementaría las afirmaciones de los sindicatos de ese país, otras fuerzas proteccionistas y los adversarios políticos del presidente Bush, todos los cuales insisten, en contra de la evidencia, que el presidente colombiano viola los derechos humanos.
Por supuesto, la actual obsesión de la izquierda estadounidense con Uribe no tiene que ver realmente con su preocupación por la vida humana. Lo que les importa es el tratado de libre comercio pendiente entre EE.UU. y Colombia, el cual quieren hundir por razones «morales». Presentar a Uribe como un derechista intransigente es fundamental para su narrativa. En esto, los proteccionistas son aliados de los rebeldes. La verdad es que la restauración del imperio de la ley y el orden en Colombia, llevada a cabo por Uribe, ha puesto a las guerrillas a la defensiva y ahora están presionando frenéticamente los botones de la propaganda internacional.
Durante la semana de Navidad, el suspenso que rodeaba la prometida liberación iba en aumento. Chávez recordaba a los televidentes a diario que su dramático plan de rescate no tenía nada que ver con él y todo que ver con su compasiva preocupación por los secuestrados. Uribe había accedido a permitir que una aeronave venezolana entrara a Colombia para recoger a las dos mujeres y el niño. Las FARC sólo tenían que indicar el lugar. Pero no hubo pronunciamiento.
Los rebeldes atribuyeron el retraso al mal tiempo y a Uribe, a quien culparon de haber movilizado a las fuerzas armadas en el área. Uribe negó las acusaciones, así como lo hizo su principal comandante militar.
Chávez dijo que no se podía confiar en Uribe. Mientras tanto, el ministro venezolano para las relaciones con las FARC, Ramón Rodríguez Chacín, excusó a los guerrilleros, quienes, dijo, tenían que prepararse para afrontar acciones militares colombianas en contra de ellos, después de la entrega. Las guerrillas, dijo, deberían «preparar su estrategia de retirada y tomar todas las medidas de seguridad que necesiten».
El 31 de diciembre, finalmente, Uribe realizó una rueda de prensa para dar su «hipótesis» sobre por qué no había ocurrido la liberación: las FARC habían mentido cuando dijeron que tenían al niño y estaban tratando de ganar tiempo para encontrarlo. De hecho, el niño estaba en un hogar adoptivo en Bogotá. La sugerencia causó conmoción, pero después que las pruebas de ADN confirmaron el hecho, Uribe quedó reivindicado.
Entre las revelaciones más sorprendentes estaba las del tratamiento inhumano que las FARC le dieron al infante. Su madre, Clara Rojas, que era la vicepresidente en la campaña presidencial de Ingrid Betancourt fue secuestrada en 2002. El niño nació en un campamento guerrillero en 2004 y tenía menos de un año cuando fue dejado en manos de un campesino. Después de un mes, el humilde hombre se dio cuenta que no podía tratar las serias enfermedades del niño y lo llevó a una clínica local, la cual lo transfirió a un hospital.
Los informes de prensa dicen que los médicos diagnosticaron al bebé con anemia, malaria, una enfermedad parasitaria de la piel, desnutrición y un brazo que se le había roto al nacer y no fue tratado a tiempo. «Cualquiera habría echado a llorar al ver a este niño con tantas enfermedades» le dijo el director del hospital al Miami Herald. «El no levantó la vista. Recibió juguetes pero no los levantó. No se paraba, sino que se arrastraba sobre su cola, Lloraba, pero no le salían lagrimas debido a la desnutrición».
Cuando se conocieron las noticias del paradero del niño, Stone se fue molesto, no con sus héroes de las FARC, que habían sido expuestos como abusadores de niños, sino con Uribe y Bush. De las FARC, dijo, «Tomar secuestrados es la forma en la que pueden financiarse para tratar de alcanzar sus ideales, los cuales son difíciles. Creo que son heroicos por luchar por lo que creen y morir por ello, tal como lo fue Castro en la sierra de Cuba».
Mientras tanto, cuando Chávez quedaba como un tonto, finalmente liberaron a las dos mujeres el jueves. Las FARC tenían razones para ayudarlo a reparar su imagen: como esta columna frecuentemente ha indicado, necesitan a Venezuela como su principal ruta de tránsito para la cocaína y como un refugio.
Chávez trató de presentarse como un negociador de paz independiente, pero un día después se quitó la máscara. Ya sabemos que un diplomático de Cuba, que ha estado sembrando el terror en Colombia durante 50 años, acompañó a las secuestradas a Caracas, subrayando los lazos entre Chávez, Cuba y los rebeldes. También sabemos que mientras el helicóptero que llevaba a las secuestradas despegaba, Rodríguez Chacín le dijo a los rebeldes «¡sigan con la lucha y cuenten con nosotros!»
El viernes, Chávez fue aún más allá, alegando que las FARC tiene un ejército «verdadero» que «ocupa espacio» y por lo tanto son «beligerantes», un término que les daría un soporte bajo el derecho internacional. Pidió que se les quitara el calificativo de terroristas. Colombia llamó al discurso «disparatado», pero sabe de qué se trata. Esta fue una acción calculada después de la liberación y sólo es el siguiente paso en lo que ahora es la guerra de Chávez, librada por las FARC, en contra de Colombia.
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