Analfabetismo económico
Cuando hablo en campus universitarios, los estudiantes muchas veces me preguntan qué se puede hacer con "el problema" de los jóvenes que no se preocupan lo suficiente como para votar. Yo siempre les contesto que no veo que sea precisamente un problema "porque la mayor parte de vosotros no sabe nada aún. Me parece bien que no votéis." Los estudiantes se ríen, pero lo cierto es que no estoy bromeando.
Hasta cumplir los cuarenta no empecé a creer que mis ideas sobre política doméstica eran sensatas y ayudarían a la gente. (Aún no he llegado a tanto en asuntos internacionales). Sólo llegué a eso después de años de informar y leer con voracidad para absorber los argumentos tanto de la derecha como de la izquierda. La idea de que la mayor parte de los votantes acude a las urnas sin haber hecho un esfuerzo parecido me parece francamente aterradora.
No soy el único con esta preocupación. Un economista de la Universidad George Mason, Bryan Caplan, afirma que pocas personas piensan siquiera en su voto o ven algún beneficio en emitirlo. Su nuevo libro, El mito del votante racional: por qué las democracias eligen malas políticas, sostiene que la mayor parte de los electores deposita sus papeletas según prejuicios irracionales sobre asuntos económicos. Ese es el motivo por el que tantos candidatos hostiles a los mercados libres, los beneficios, el libre comercio mundial o la inmigración salgan elegidos. Las personas tienden a adquirir sus opiniones equivocadas sobre política económica empaquetadas en visiones sobre el mundo que heredaron mientras crecían. Nunca ponen a prueba sus visiones frente a los hechos porque eso les perturbaría. A nadie le gusta ver cuestionada su visión del mundo. De modo que la gente vota a los candidatos que les hacen sentir bien. Votan irracionalmente.
Caplan destaca que la mayor parte de los votantes no ven motivo para hacer otra cosa porque no cargan con las consecuencias de sus elecciones. Esta irracionalidad no se extiende a su vida personal porque allí sufren las consecuencias de sus propias decisiones. Pero cuando sale gratis, observa Caplan, la gente se deja llevar por sus prejuicios. Caplan los divide en cuatro categorías:
- Los prejuicios contra el mercado tienen su raíz en pensar que los asuntos de comercio y beneficio son juegos de suma cero en los que el beneficio de una persona es la pérdida de otra. No han aprendido que el libre intercambio es una situación en la que ganan ambas partes y que en un mercado libre los beneficios llegan con la innovación en la reducción de costes.
- Los prejuicios contra los extranjeros, vestigio quizá del hombre primitivo, consisten en desconfiar "de ellos", incluso cuando nuestra prosperidad se incrementa en función de lo global que es la división del trabajo. Los extranjeros no quieren invadirnos; quieren vendernos cosas útiles.
- Los prejuicios a favor del trabajo son la creencia de que lo que nos hace ricos son los empleos, en lugar de los bienes, y que por lo tanto cualquier cosa que elimine puestos de trabajo es mala. Si eso fuera realmente cierto, podríamos prosperar ilegalizando todos los inventos creados después de 1920. ¡Piense en todos los puestos de trabajo que crearía!
- Finalmente, los prejuicios pesimistas son la opinión de que cualquier problema económico es prueba de un declive más general. ¡Hay muchas personas que realmente se creen que somos más pobres de lo que lo eran nuestros abuelos!
Como resultado de estos prejuicios, la gente apoya con frecuencia los controles de precios, las barreras al comercio exterior y las leyes contra la deslocalización laboral, y se opone a la inmigración. Casi todos los economistas están ansiosos por demostrar que estas políticas son malas para la sociedad, pero la mayor parte de la gente no está interesada en las pruebas. Lo que quieren es oír aquello que confirme su visión del mundo y les haga sentirse bien. De modo que con frecuencia votan a proteccionistas, oponentes de la inmigración y otros detractores del libre mercado.
El libro de Caplan no está escrito para animar a quienes preferimos más mercado y menos democracia. Ofrece algunas soluciones que no es probable que se adopten a corto plazo, como permitir votar solamente a los alfabetizados económicamente, o darles más votos o eliminar las campañas para reducir la abstención, que sólo sirven para movilizar el voto menos informado.
Su propuesta más práctica consiste en animar a que "todo aquel que sepa algo de economía" a aprovechar cada oportunidad que tenga de enseñarla. Eso es lo que intento hacer con mis secciones en 20/20, los especiales de televisión y el programa Stossel in the classroom, que lleva ideas económicas a las aulas universitarias y técnicas.
Espero crear algunos votantes racionales en el proceso.
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
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