No siempre conviene ser minoría
Por José Enrique Idler
Diario Las Americas
Los hispanos pueden concebirse como un grupo que posee ciertos rasgos distintivos. Bien es cierto que hay muchos grupos nacionales bajo la categoría hispana (salvadoreños, mexicanos, cubanos, etc.), pero para el ojo de la cultura y el gobierno norteamericano hay un grupo minoritario llamado “Latino” o “Hispano.” Los hispanos son, de acuerdo con las regulaciones para la clasificación federal de grupos raciales y étnicos, una minoría oficial de la sociedad estadounidense.
Pero esta tendencia a la segmentación minoritaria no beneficia al inmigrante proveniente de Latinoamérica por dos razones. Primero, el inmigrante se verá insertado dentro de una identidad y una cultura de las “minorías” derivada de circunstancias que no entiende y le son ajenas.
A diferencia de otros grupos que han sido objeto de discriminación durante la historia de los Estados Unidos (por ejemplo, los Afro-Americanos o grupos de origen mexicano en el suroeste estadounidense), el inmigrante llega desde otro ángulo histórico. No es parte de las condiciones que llevaron, por ejemplo, a la creación del Civil Rights Act en 1964, el Voting Rights Act de 1965 o la creación del llamado “pentagón etno-racial” (las cinco categorías oficiales del gobierno federal para clasificar a grupos etno-raciales minoritarios).
En segundo lugar, el ser incluido dentro de un segmento social o cultural minoritario sólo encasilla al inmigrante al arribar a los Estados Unidos. El problema no es la categoría “hispana” como tal, sino más bien el status minoritario de la clasificación. Congelarse en este segmento social minoritario es peligroso porque, por lo general, éste se encuentra en la periferia de los mayores recursos económicos. La segmentación condena al inmigrante a un permanente status minoritario en vez de ponerlo en marcha hacia el centro. Así, el acto de clasificación puede excluirle del máximo acceso a lo que ofrece la sociedad estadounidense.
La motivación principal para el inmigrante es la movilidad social y el bienestar económico, no la identidad social. La razón principal por la cual un mexicano o una ecuatoriana se marchan de su tierra para probar suerte en el norte es porque hay oportunidades económicas disponibles ahí que no se comparan con lo que dejan atrás.
Debido a esta motivación, el inmigrante debe buscar la ruta que le permita mayor movilidad social. Esa ruta, con dirección a los mayores sueldos, posibilidades de educación y desarrollo financiero señala hacia una cultura típicamente “Americana.” Es aquí donde debe apuntar el inmigrante, no a la periferia de la identidad social minoritaria.
Será, naturalmente, extremadamente difícil. El idioma inglés no se aprende en asunto de días y la integración cultural requiere mucha adaptación y transformación de parte de los que llegan, y también de parte de aquellos a quienes les llegan. Y hay que mencionar también el hecho de que el centro cultural es muy difícil de penetrar. Por lo general no recibe al extranjero con anuncios de bienvenida—aunque si es posible penetrar al centro norteamericano, como lo han probado, por ejemplo, irlandeses y japoneses.
Muy probablemente sea un proyecto generacional. La primera generación no llegará hacia donde llega la segunda o la tercera. Considérese que dichos obstáculos son comunes en la historia de los inmigrantes a cualquier rincón de la tierra, en cualquier época. La diferencia en Estados Unidos, en contraste con otros pueblos y épocas, es que el centro es caro (el ajuste cultural siempre representa un alto costo), aunque posible.
Es en esa marcha de obstáculos, de alto costo, donde el inmigrante encuentra la mayor oportunidad de acceder a lo que vino a buscar, movilidad social y bienestar económico. Si identidad social fuese la motivación, no habría nada como quedarse en su nación de origen. La identidad social que adquiere en Estados Unidos es de todas maneras ficticia, la identidad hispana como tal es difícil de definir y no posee mayor sustancia. Es mejor resistir el encasillamiento del segmento minoritario y periférico y ponerse en marcha hacia el centro. La identidad nacional se quedo, en gran medida, en la tierra de origen—es parte del precio a pagar. A ese costo, el inmigrante no debe contentarse con quedarse afuera.
El autor trabaja en Global Affairs Division Tew Cardenas, LLP, Washington, D.C.
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