Cambios de signo en el gobierno de México

Editorial – Diario Exterior

Los primeros pasos de Felipe Calderón como presidente de México representan ya un cambio de aires para la política del país y probablemente para la de todo el continente. Con sólo algunas muestras el nuevo presidente clarificó el contenido ideológico de su gobierno, indicando que será abierto, de franca discusión y de un claro rol del Estado como garante de la seguridad jurídica.

Por empezar por el final, Calderón promovió ayer una conferencia de prensa de los responsables de Seguridad, Defensa y Justicia para aclarar que el gobierno utilizará «toda la fuerza del Estado» para terminar con los narcos y con todo aquello que represente un poder paralelo. El secretario de Interior explicó que «Felipe Calderón ordenó hace una semana lanzar el Operativo Michoacán para recuperar los espacios públicos que delincuencia organizada había arrebatado a los ciudadanos y acabar con la impunidad en la región».

Los pasos firmes de Calderón coexisten con un cuidadoso manejo de la cuestión política, frente a la que presenta un tono conciliador. Calderón no quiere estimular la radicalización del tono político, favoreciendo el juego propuesto por López Obrador, quien persiste en su alocada pretensión de poder. López Obrador ha llevado a la sociedad mexicana a un grado de enfrentamiento inédito en la democracia de ese país, que fuerza el gobierno a mostrar su cara más negociadora.

Esta señal de evidente pragmatismo parece ser sólo utilizada por Calderón en el terreno político. Al igual que en la definición sobre el combate al narcotráfico, el gobierno lanzó claros mensajes de estabilidad jurídica y de defensa de los derechos individuales. El discurso está orientado a dos aspectos sensibles de la actualidad mexicana: la inseguridad urbana y la necesidad de inversiones productivas.

En particular Calderón impulsó las siguientes medidas: destinar 10.000 soldados a la lucha contra el crimen organizado; llevar a rango de ministerio al Instituto de Acceso a la Información Pública; garantizar frente a los empresarios el respeto incondicionado de la ley de inversiones, y la revisión del régimen del Sistema Profesional de Carrera, que define el reclutamiento de agentes públicos.

The Washington Post dedicó su editorial político más importante para destacar los cambios del gobierno, mencionando su esfuerzo por cuidar la relación con el populista Obrador: «las primeras acciones de Calderón han sido afortunadas porque después de seis años de pasividad y estancamiento político bajo el presidente Vicente Fox, México necesitaba urgentemente un gobernante eficaz», señaló el editorial. «Hasta ahora Calderón ha acompañado su campaña de ley y orden con gestos populistas: cortó su salario y el presupuesto presidencial y adoptó algunos de los programas sociales promovidos por Andrés Manuel López Obrador, el candidato frustrado que ahora busca destruir la democracia de México».

La iniciativa de Calderón constituye, en una primera aproximación, una bocanada de aire fresco para la política regional que convive con las pretensiones de un populismo anacrónico y de aspiraciones irrealizables. Su propuesta constituirá un espejo frente al que muchos países podrán mirarse y canalizar su descontento.

El cambio de Calderón es necesario además para el desgastado estado de la democracia mexicana. Las ideas aperturistas, de desarrollo y de respeto hacia las normas constitucionales pueden situarlo en un lugar de privilegio si es consecuente y firme en las decisiones. De su sagacidad y empeño dependerá que ello así ocurra y que tanto la democracia como la sociedad mexicana comiencen a consolidar un camino de respeto y desarrollo duradero.