Globalización, inmigración e ignorancia
Por Carlos Ball
AIPE – El Comercio
Guste o no, vivimos en un mundo crecientemente globalizado. Una de las grandes ventajas que ha disfrutado EE.UU. es que es una nación muy grande, que en estos días alcanzará una población de 300 millones de habitantes. ¿A qué ventaja me refiero? A que yo, que vivo en el sur de Florida, puedo intercambiar productos y servicios libremente con toda esa inmensa cantidad de gente, sin tener que gestionar permisos de importación, licencias de exportación, pagar comisiones a agentes que tramitan complicados procesos aduanales, comprar divisas extranjeras ni tratar de comunicarme en un idioma que desconozco.
El inevitable éxito de la globalización es que se trata de una fuerza dinámica que beneficia a las grandes mayorías, y solo perjudica a aquellos que, por sus conexiones políticas o comprando funcionarios, tratan de mantener sus monopolios u oligopolios fuera del alcance de toda competencia extranjera. Esos son los verdaderos enemigos del bienestar general, y no podrían operar sin el apoyo de la corrupción oficial y de la profunda ignorancia ciudadana sobre los conceptos básicos de la economía de mercado.
El proteccionismo y los mal llamados tratados de libre comercio, que en realidad sirven para abrir unos pocos centímetros las puertas al libre intercambio, mientras se alargan por 15 o más años las cuotas y protecciones que benefician a los poderosos y que más perjudican al pueblo, son himnos nacionales de descarada hipocresía.
Jamás le oímos decir la verdad a un diplomático o representante comercial, porque el beneficio real del intercambio comercial no es exportar más, sino importar todo aquello que se consigue más barato en el exterior, en beneficio de los consumidores nacionales. La razón de ser de exportar es obtener las divisas para poder comprar productos y servicios del exterior más baratos que lo producido internamente.
Tal afirmación no es ‘políticamente correcta’ y actualmente vemos al senador demócrata Charles Schumer, junto con el senador republicano Lindsey Graham, en campaña para imponer aranceles a China, a menos que ese país revalúe su moneda, con el fin de que los norteamericanos paguen más por la ropa y demás productos baratos que llegan de China. Ese es el cuento del ‘campo de juego nivelado’ del que tanto se oye hablar en las discusiones comerciales.
Los engaños políticos aumentan en la medida en que el mundo se globaliza. En EE.UU. oímos a los políticos hablar de las ventajas del etanol, en vista del alto precio del petróleo y los supuestos peligros del calentamiento terrestre. Lo que esos mismos políticos no dicen es que al etanol brasileño EE.UU. le impone aranceles de hasta 40%, con lo cual se deja ver claramente que lo que realmente interesa a Washington son los votos de los estados productores de maíz, materia prima del etanol. En Brasil, el etanol se destila de la caña de azúcar, pero en EE.UU. el precio del azúcar es tres veces el precio mundial, para proteger a los cañicultores de Florida y los cultivadores de remolachas de Luisiana.
Las migraciones responden a exactamente las mismas fuerzas económicas que los políticos fracasan tratando de controlar. Como en EE.UU. los salarios son mucho más altos que en América Latina, la mano de obra seguirá fluyendo al norte y los capitales fluirán al sur, para invertirse en aquellos países de América Latina donde la mano de obra es barata, siempre y cuando sus gobernantes respeten los derechos de propiedad.
En conclusión, los peores enemigos de la prosperidad son la falta de libertad y la ignorancia de conceptos básicos de economía, algo que los maestros (empleados del gobierno) no enseñan a la juventud.
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