El nacionalismo se afirma en el escenario político japonés
Por Emilio J. Cárdenas
Economía Para Todos
Después de haberse recuperado de un largo período de recesión económica, Japón evoluciona y sus líderes políticos comienzan a acercarse a posiciones más nacionalistas.
La atención de todos quienes normalmente siguen de cerca todo lo que ocurre en el escenario internacional se concentra en los temas más “calientes” de paz y seguridad. O sea, en Medio Oriente, Corea del Norte, Irán, Irak y Sudán (Darfur). No obstante, siempre hay que seguir muy de cerca la evolución de lo que ocurre domésticamente en los países más influyentes del mundo, porque de esta manera es posible leer señales tempranas de tendencias y conductas que luego se harán, en el tiempo, más evidentes.
Por esto, queremos referirnos brevemente a lo que está sucediendo en Japón. Allí, el próximo 20 de septiembre habrá elecciones en el seno del partido gobernante, el Liberal-Democrático. Y flota en el aire una cuota de ansiedad, por lo que aparece como un viento de cambio que se aproxima. Cuando Japón, de la mano firme de Junichiro Koizumi, ha salido finalmente de una larguísima recesión económica de quince años y ha vuelto a crecer, en la política también aparecen señales de evolución, en este caso en dirección al nacionalismo, las que presumiblemente se confirmarán cuando, cumplido que sea su ciclo, a fin de este mes de septiembre, Koizumi deba dar un paso al costado. Como ocurre normalmente en los países adelantados, donde nadie piensa en ser sucedido por su esposa o por su hermana. Porque eso es, simplemente, lo contrario a la alternancia propia de los modelos democráticos.
El candidato más firme a suceder a Koizumi es Shinzo Abe, de 51 años, en los hechos una suerte de delfín de su predecesor. Pero con una visión algo diferente. Reformista en lo económico, Abe es un “duro” en materia de política exterior, especialmente respecto de las relaciones con sus dos vecinos más importantes: China y Corea del Sur.
Abe es el gran favorito, pero deberá, no obstante, competir contra el canciller Taro Aso (también un conservador “duro” en materia de política internacional). Y contra Sadakazu Tanigaki, el ministro de Finanzas, más “blando” en lo que hace a política externa.
Los tres son del equipo de Koizumi, lo que testimonia cuánto, y cuán profundo, ha influenciado el actual premier en el escenario político nipón. Abe parece imbatible, salvo que se abata una impredecible tormenta. Es a la vez el preferido de los “popes” del partido de gobierno y el favorito de la opinión pública.
Abe pertenece a una familia de tradición política. Su padre fue canciller y su abuelo, alguna vez primer ministro, fue encarcelado luego de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, por crímenes de guerra, pero no fue, nunca, procesado.
Abe no tiene el carisma de Koizumi. Al menos, todavía. Sus propuestas son iconoclastas, desde que propone nada menos que reformar profundamente la Constitución de su país. La de 1947, que curiosamente fue redactada por los norteamericanos y es de corte pacifista, con toda suerte de restricciones al militarismo japonés. Argumentando que la alianza militar con los Estados Unidos es el eje de la seguridad de su país, Abe se propone eliminar las actuales restricciones que impiden a Japón tener fuerzas armadas defensivas robustas, modernas, bien equipadas y ciertamente capaces de responder adecuadamente a los nuevos desafíos en materia de seguridad, esto es a los que llegan desde Corea del Norte, China y, seguramente también, desde el complejo universo del fundamentalismo islámico.
Abe no ha dicho si continuará a no con la costumbre de Koizumi de visitar el Santuario Nacional de Yasukuni, cada 15 de agosto. Pero se sospecha que sí lo hará. Allí, recordemos, es donde yacen los héroes de guerra nipones, pero también decenas de hombres que, en el exterior al menos, son considerados más bien como criminales de guerra. Por esto, esas controvertidas visitas, que son –en rigor– casi litúrgicas, enfurecen a China y a Corea del Sur, países en los que las heridas de las duras ocupaciones militares japonesas aún no parecen haber cicatrizado.
Sangre nueva, formada en torno a Koizumi, la de Abe. Sus propuestas hubieran causado revuelo pocos años atrás. Después de la era Koizumi, ellas parecen ser sólo la evolución lógica de un camino que, paso a paso, los japoneses saben que han comenzado a transitar, el del regreso a la normalidad. El de un país en el que ya no hay ni lugar, ni razones, para las restricciones patológicas, ni para las externas, ni –menos aún– para las que sean autoimpuestas. Todo un cambio.
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