Los No Alineados toman partido contra la modernidad
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A mediados de septiembre se reunirán en La Habana los gobiernos agrupados en una curiosa instancia diplomática internacional conocida como Movimiento de Países No Alineados. La integran más de un centenar de Estados del tercer mundo. Fue creada en 1961 por Tito, Nasser e Indira Gandhi, en medio de la guerra fría, con el objeto de protegerse de las acciones de Washington o de Moscú, aunque, en general, se inclinaban más en favor de los intereses soviéticos que de los norteamericanos. Tras la desaparición de la URSS y del bloque socialista, hecho que marcaba el fin del mundo bipolar surgido tras la Segunda Guerra, parecía que la organización sería disuelta, pero no ha sido así: continúa viva y coleando, aunque hoy algunos de sus miembros intentan utilizarla para otros propósitos.
En efecto, a La Habana, junto a varias decenas de políticos, llegarán el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad –ese peligrosísimo fanático de ojos diminutos, empeñado en fabricar bombas atómicas y decidido a borrar del mapa a Israel–, Hugo Chávez, Evo Morales, tal vez el sirio Bashar al-Assad y el norcoreano Kim Jong-Il, o sus representantes personales, más otros personajes de parecido pelaje ideológico, personeros de abominables satrapías, quienes, morbosamente intrigados por la mala salud del comandante, tras visitar a Fidel Castro, el agonizante godfather que les extenderá una manita frágil y vacilante, tratarán de darle un vuelco a NOAL, siglas por las que se conoce al Movimiento.
La dirección que tendrá ese pretendido giro ya se sabe: antiamericanismo, antisemitismo, antioccidentalismo y, naturalmente, antiglobalización. El propósito que anima a este grupo de la izquierda retrógrada –enemiga del progreso, del pluralismo, la tolerancia y la democracia– es transformar a NOAL en un instrumento de lucha para conseguir la hegemonía planetaria de lo que algunos llaman »el socialismo del siglo XXI», nuevo disfraz de una viejísima tendencia autoritaria y colectivista que cambia de ropaje con cada generación que la sustenta, enemiga de la libertad y de los derechos individuales, en lucha incesante contra las ideas de la Ilustración desde hace tres siglos.
Pero si bien las intenciones de este grupo son bastante claras, lo que carece de explicación es qué hacen o qué van a hacer a partir de ahora dentro de NOAL algunos países como Colombia, Chile, República Dominicana, Ecuador, Guatemala o Nicaragua, cuyos principales aliados en todos los terrenos son Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. También hay que preguntarse por qué continúan figurando en ella, aunque sea en calidad de observadoras, otras naciones como México, El Salvador o Costa Rica, cuyos gobernantes nada tienen que ver con la visión del mundo que plantea esa izquierda retrógrada e ignorante que tanto daño le ha hecho a la humanidad, y muy especialmente a los inmensos estratos de la sociedad a los que mantiene en la pobreza y el atraso como consecuencia de las estupideces que postula e impone cuando ejerce el poder.
En 1979, también en Cuba, entonces un obediente satélite de Moscú, cuando Fidel Castro presidió NOAL por primera vez, en un discurso que pasaría a la historia como el manual del perfecto lacayo, trató de colocar al Movimiento bajo la advocación del Kremlin, argumentando que para los países del tercer mundo carecía de sentido situarse en una posición equidistante de EEUU y de la URSS, dado que Rusia era el aliado natural de los países pobres del planeta. Afortunadamente, el yugoslavo Tito, un comunista nacionalista fundador de NOAL y temeroso adversario del imperialismo soviético, le impidió resueltamente la maniobra, lo que selló la animadversión total y permanente entre los dos dictadores.
El problema es que en esta nueva cita cubana no hay un Tito dispuesto a dar la batalla para evitar que NOAL se transforme en otro foro tercermundista al servicio del disparate y enemigo de la libertad y del desarrollo. Los países latinoamericanos que acuden a La Habana –exceptuados Cuba, Venezuela y Bolivia, que han precisado cuidadosamente sus delirantes objetivos– no tienen una visión estratégica de los conflictos internacionales, y ni siquiera han definido cuáles son los intereses nacionales que deben defenderse, lo que potencialmente los convierte en una comparsa pasiva que, sin desearlo, acabará bailando al compás de una música absolutamente perjudicial. Será una nueva y triste versión del silencio de los corderos.
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