El «Davosito» y el fin del Mercosur
Por Juan Manuel Forn
La Nación
Hace pocas semanas se realizó en San Pablo la reunión latinoamericana del Foro Económico Mundial, llamada familiarmente “Davosito”, por la cumbre de Davos, en Suiza.
Los empresarios de la región pudieron escuchar de primera mano las opiniones de destacados banqueros y economistas acerca de lo que está ocurriendo en la región y en el mundo, así como las de importantes empresarios de otros países. Algunos puntos de vista fueron bastante novedosos y otros, sin llegar a serlo, confirmaron tendencias que hasta hace poco sólo se insinuaban y que paulatinamente pasan a ser centrales en el debate de la globalización y de la integración –o desintegración– regional.
Para empezar, se habló de la situación económica mundial. La opinión mayoritaria fue previsible y positiva. El papel de Casandra en estos foros es de mal gusto: normalmente queda reservado a unos pocos que tratan de arruinar la fiesta. Se pronosticó un crecimiento mundial levemente más bajo, debido al aumento de las tasas de interés y a los precios del petróleo. Fue casi descartado el riesgo de una violenta caída en los precios de los inmuebles de las economías centrales que podría provocar sensación de pobreza, real o figurada, entre los consumidores del Primer Mundo. Se puso el ejemplo de Gran Bretaña, donde los precios inmobiliarios ya han bajado más de un 10% sin consecuencias negativas para la economía.
Respecto del futuro del dólar, algunos banqueros pronosticaron una caída –a 1,30 contra el euro– para diciembre de este año. Para que vean lo arriesgado de estos pronósticos, se ha llegado casi a esa paridad al tiempo de escribir este artículo.
Dada la especial fascinación que los temas cambiarios ejercen sobre los argentinos, nosotros también opinamos sobre el asunto. El consenso alcanzado en nuestro grupo fue que Estados Unidos está licuando su deuda con el mundo a través de una devaluación continua y pronunciada de su moneda. El diagnóstico que hicimos no fue una extrapolación de nuestras recientes y no tan recientes miserias. Estaba basado en el precedente de la guerra de Vietnam, unido al programa de pleno empleo del presidente Lyndon Johnson y acompañado por la crisis del petróleo de los 70. La conjunción de estos tres factores, ominosamente parecidos a los actuales, provocó la decisión del presidente Nixon (septiembre de 1971) de suspender la convertibilidad dólar-oro, fijada en 35 dólares la onza al tiempo de los acuerdos de Bretton Woods (1944).
Como resultado, los tipos de cambio comenzaron a flotar libremente según siguen hasta hoy. El dólar se devaluó más del 40% contra el marco alemán en ese período de grandes sacudones del sistema financiero internacional. Fue la época del llamado benign neglect, actitud muy parecida a la actual del presidente Bush, cuando dice que los Estados Unidos se sienten cómodos con la situación de su moneda.
Las intervenciones de los europeos en la reunión fueron, dicho sea con respeto, un tanto esquizoides. Con aire deprimido, los asistentes comentaron lo mal que anda Italia, el fracaso de Villepin en Francia, los problemas de la expansión de la UE a 25 miembros, el posible aumento de las tasas de interés del euro, el reciente rechazo a la Constitución, el desempleo estructural y el desencanto juvenil. La única esperanza es Angela Merkel. Los no iniciados tuvimos dificultades en relacionar ese pesimismo con el espectacular desempeño de las bolsas europeas en el último año y medio. Seguramente habrá una explicación de ese fenómeno que por ahora nos elude.
Párrafo aparte merece la obligada referencia a China y a su papel en la globalización. La novedad –por lo menos para mí– es que China enfrenta algunos problemas no menores. Su formidable crecimiento económico y su altísima tasa de inversión, que alcanza al 40% del PBI, están comenzando a provocar aumentos del costo de mano de obra en las industrias localizadas cerca de las zonas costeras, con desplazamiento de nuevas inversiones hacia localidades menos competitivas en el interior del país. La cartera de los bancos está plagada de préstamos potencialmente incobrables, como le ocurrió a Japón después de su prolongada expansión de posguerra. Hay exceso de capacidad instalada en muchas industrias. Los márgenes de rentabilidad son exiguos o se trabaja a pérdida. Las empresas privatizadas, o quizá regaladas, tienen serias dificultades para su reconversión y recapitalización.
Frente a estos síntomas no dramáticos, pero que merecen atención, la gran pregunta que se planteó en San Pablo es si China tendrá la fortaleza institucional y la capacidad de manejo necesarias para administrar la situación. Y si la respuesta es negativa, cuál sería el escenario mundial resultante. Porque no es imposible que si China llega a una situación crítica, teniendo en cuenta su historia del último siglo, intente dar golpes de timón violentos para enderezar el barco. Las consecuencias sobre el orden económico mundial serían imprevisibles, por la sencilla razón de que no tienen precedente. Por otra parte, es cierto que la dependencia de China en materia de intercambio comercial y flujos de capital establece límites a su capacidad de actuar unilateralmente. El famoso “elefante dormido” de Napoleón finalmente salió de su siesta secular. Esperemos que no se cumpla la profecía del emperador: “Cuando despierte, el mundo temblará”.
Después de hablar de China, es imperativo referirse a América latina. ¿Sorprende esta ligazón? No debería. China se ha convertido en un gigantesco competidor de los dos países más importantes de nuestra región: México y Brasil. Ambos imaginaban que, con un bajo costo de mano de obra, apalancados en mercados internos importantes, ayudado México por su vecindad e integración comercial con Estados Unidos y amparado Brasil en sus formidables recursos naturales, los dos tendrían una senda exitosa por recorrer. Podían convertirse en grandes exportadores de productos de valor agregado, disputar el liderazgo regional y lograr mayor presencia mundial. China les complica todo, porque afecta su diseño económico de base, compite en sus mercados industriales de exportación y les invade sus mercados internos, hoy menos protegidos que antes. China es más competitiva en costos y ha logrado, gracias a la inversión y al know-how de las empresas multinacionales, una rápida penetración en los mercados mundiales con productos cada vez más sofisticados y de mejor calidad. Es un gran importador de materias primas, lo que le da poder frente a exportadores como Brasil y la Argentina. Finalmente, tiene un régimen autoritario, lo que, irónicamente, la hace más previsible, aunque sea sólo en apariencia.
Frente a esta nueva realidad que afecta directamente a los grandes países de América latina, empiezan a resultar casi embarazosas las expresiones de deseo de “más y mejor Mercosur” que todavía forman parte de la retórica oficial.
El Mercosur parece haber pasado directamente de la infancia a la senectud, con sólo unos pocos años de vigor entre medio. Esto ocurrió no sólo por sus propias deficiencias, sino porque el mundo a su alrededor cambió a velocidad impensable. La globalización, que fue primero una idea, se tradujo en una realidad de todos los días y se convirtió en causa de obsolescencia de muchos bloques regionales, por lo menos con su configuración y reglas actuales. Peor aún, ha hecho obsoletos muchos cerebros de nuestra parte del mundo, que seguirán verbalizando su desactualización por largo tiempo y confundiendo a la mayoría. De todos modos, no parece éste el momento de sentarse a negociar algo nuevo, si tenemos en cuenta el actual mapa político del subcontinente y la personalidad de los líderes que recientemente han elegido algunas democracias semiplenas de América latina. Pero sí es un buen momento para comenzar a pensar y discutir en voz baja el asunto.
Una de las sorpresas del evento fue encontrar empresarios brasileños deprimidos, creo que por primera vez en mi vida. Nuestros vecinos, aun en sus peores momentos, siempre han mantenido una fachada triunfalista y un sentido del humor a toda prueba. Esta vez no. Sin extenderme mucho sobre las causas, parece ser que la situación política, la carga tributaria, el atraso cambiario, las altas tasas de interés y la criminalidad proveniente del tráfico de drogas hacen muy difícil la situación.
Hubo una curiosa inversión de roles: esta vez fuimos los argentinos los que pronosticamos una necesaria devaluación del real, cuando a fines de los 90 eran los brasileños los que preguntaban, no si íbamos a devaluar, sino cuándo. Pero el golpe de gracia, el que dio la nota en cuanto al estado de ánimo de los dueños de casa, surgió de una mesa de debate casi enteramente formada por brasileños. Allí se dijo que América latina es un concepto ficticio en lo político e irrelevante en lo económico. Así de simple, y sin anestesia.
La morriña brasileña me produjo desazón. No sólo por el gran aprecio que siento por ese país, sino porque solamente en fútbol parece que lo que es malo para Brasil suele ser bueno para nosotros. Y yo de fútbol no entiendo nada. Pero sí recuerdo y entiendo un poco de los efectos económicos de arrastre y contagio habituales en nuestra parte del mundo, sufridos varias veces por nosotros en carne propia.
Finalmente, algo sobre la Argentina. Por algunos comentarios recibidos en la reunión, me parece que nuestro país, una vez más, ha realizado su sueño adolescente de irritar a los poderosos de la Tierra. Los empresarios argentinos que fuimos allí a dar la cara defendimos lo que consideramos positivo. Callamos sobre el resto, como corresponde cuando uno está fuera del país en un debate abierto frente a una audiencia poco receptiva. La ropa sucia, si la hay, se lava en casa.
El autor es vicepresidente del directorio de Molinos Río de la Plata Sociedad Anónima.
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