La demografía disminuirá el flujo de inmigrantes
Por Douglas Southgate
CISLE
El debate sobre la inmigración ilegal ha alcanzado un punto álgido. Los congresistas estadounidenses hablan de fortificar la frontera sur. Comentaristas televisivos manifiestan su preocupación de que los inmigrantes traerán enfermedades como la lepra. Y algunos incluso sugieren que Texas, California y demás estados fronterizos se están volviendo parte de México (otra vez).
Sin embargo, dentro de no muchos años echaremos una mirada atrás al debate del 2006 sobre la inmigración y nos preguntaremos en qué consistía toda esta bulla. Muy probablemente encontraremos que toda la retórica alrededor de este tema llegó a su clímax justo cuando los mexicanos estaban migrando a Estados Unidos en grandes números.
El argumento de que la migración proveniente de México—el lugar de origen de tres cuartos de los recién llegados a Estados Unidos—probablemente disminuya descansa en sólidas realidades económicas y demográficas.
Al igual que el resto de países en desarrollo, México ha experimentado una profunda transición demográfica en décadas recientes. La primera parte de la transición fue un súbito descenso en la mortalidad, gracias a la mejora en los servicios de salud, en la provisión de agua potable y, ante todo, el uso de medicamentos. Al igual que otros países alrededor del mundo, los mexicanos han reaccionado a este cambio positivo teniendo menos descendencia.
La caída en la tasa de fertilidad ha sido impresionante—mucho más rápida, por cierto, que la reducción en el tamaño de las familias que ocurrió unas décadas antes en Estados Unidos. Al principio de la década de los sesenta, las mujeres mexicanas tenían casi siete hijos cada una. Hoy, es alrededor de 2 por cada mujer, la cual es la tasa de reemplazo.
Conforme se consolide la pauta de familias pequeñas, la expansión demográfica de México mermará. Las posibilidades indican que la población del país se estabilizará en tres o cuatro décadas. Sin embargo, una alta tasa de fertilidad tan reciente hasta en los años ochenta significa que muchos jóvenes mexicanos están entrando en la actualidad a la fuerza laboral. Hay muchas más personas que el número de empleos disponibles para ellos. Ya que cuentan con mejores modales que los jóvenes franceses, los mexicanos no responden ante esta adversidad mediante protestas y saqueos. En su lugar, parten hacia Estados Unidos donde los empleos que los aguardan les ofrecen salarios que son atractivos para los estándares mexicanos.
De la misma forma que el día sigue a la noche, la reciente disminución en la tasa de fertilidad muy probablemente provoque que el número de jóvenes mexicanos buscando trabajo en Estados Unidos eventualmente disminuya. Además, las fuerzas del mercado se ajustarán de manera que disminuyan los incentivos para la migración. Los periódicos mexicanos ya publican historias sobre escasez laboral en ciertos sectores de la economía nacional. Dicha escasez hará que los salarios aumenten, y por lo tanto disminuirá la brecha transfronteriza en los ingresos.
Otro factor que disminuye los incentivos para la migración es que las ciudades mexicanas de tamaño medio están atrayendo inversiones. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte es en parte responsable de esta situación. Además, la dictadura de partido acabó en los noventa, lo cual significa que los políticos locales deben competir por los votos. En ciudades como Puebla o Querétaro, las cuales visité en marzo, los alcaldes y otras autoridades buscaban apoyo mediante la mejora en la recolección de basura y otros servicios, lo cual a su vez atrae inversiones y genera empleo.
La transición demográfica toma tiempo en manifestarse y los ajustes del mercado tienden a pasar desapercibidos, mientras que los inmigrantes ilegales que saltan cercas no. Pero debemos tener en mente las realidades demográficas y económicas que causarán que la migración merme, aún cuando los gobiernos no hagan nada al respecto.
Por supuesto, resulta razonable obligar a los ilegales a tomar su lugar en la fila detrás de las personas que solicitan visas de trabajo y ciudadanía de una manera apropiada, a que paguen multas por haber entrado ilegalmente al país, y a que aprendan el idioma. El gobierno de México, por cierto, demanda lo mismo de los extranjeros que se mudan a ese país. Sin embargo, no hay necesidad de una criminalización masiva o deportación de trabajadores indocumentados. Tampoco necesitamos construir un muro como el que Israel está construyendo en respuesta a ataques suicidas.
Tal y como lo aprecia evidentemente el presidente Bush, propuestas extremas de este tipo perjudican una relación bilateral que nos es importante en muchas maneras. Lo que está en juego es muy trascendente para adoptar posiciones populistas y mal informadas.
Douglas Southgate es profesor en el departamento de Economía Agrícola, Ambiental y de Desarrollo en Ohio State University.
Este artículo fue publicado originalmente en el Columbus Dispatch.
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