En Viena
Por Antonio Cova Maduro
El Universal
TAN ACOSTUMBRADOS estamos los venezolanos a los cambios de humor, a las ligeras promesas de pronto olvido; en otras palabras, al modus operandi del tercio, que ya nada nos asombra. La misma fatiga va dando paso a una aparente y por qué no, muy significativa ausencia de reacción a cada nuevo exabrupto. Ese no es el caso de los europeos. Ni sus expectativas ni su credulidad son las nuestras. Pero como cualquier venezolano sabe, no hay peor trato que el que se le da a quien burla una confianza brindada incluso con ingenuidad. Por eso Viena ha sido muy importante.
Viena no fue entendida como debía, a lo mejor por aquello de «economía de esfuerzos» que no del dinero que se malgasta impúdicamente se ensamblaron varios «compromisos» con motivo de la Cumbre en Viena. Y como la engreída vanidad del tercio le hace creer que se la está comiendo, no cae en cuenta de que «lo están viendo»; y con atención. En su visita europea se ha presentado como el coach de Evo, o el piadoso visitante del Papa y hasta el animador de una triste reunión en Londres. Demasiadas «caras» simultáneas. Y con la prensa atrás…
Viena ha sido definitoria en más de un sentido. Muy pronto veremos que ha sido un turning point, un punto de inflexión. En Viena, ante los ojos de todos, los latinoamericanos mostraron sus fisuras. Sobre todo los amantes de ayer nomás. En Viena se hicieron añicos las ilusiones de un fren te unido. Fuimos allá a romper lo de acá.
EN VIENA SE MIRARON las caras y no se reconocieron los aliados de ayer. En Viena, definitivamente, terminaron las confiancitas y las expectativas necias a todas luces el «wishful thinking» de los gringos que, de forma increíble, orientaban importantes políticas de Estado de naciones como Brasil. En Viena se vio cómo, con gran desparpajo, quien confunde éxito político con primera plana, se exhibió como el ventrílocuo con su muñequito Evo. Su topogiggio, pues.
En Viena se vio lo malo de salir del patio propio y creer que puedes actuar como acostumbras sin ver pa’trás, ni cuidar de cuáles callos pisas, ni de con quién y para qué te reúnes. En Viena se vio lo riesgoso que es «interpretar» todo lo que está pasando «desde la óptica de nuestro Canal 8». Es muy aventurado y de paso inútil querer creer, a machamartillo, que lo más granado de esos países se rindió a tus encantos y se maravillaron ante tus argumentos, cuando lo que de hecho pasó es que se quedaron perplejos con tu audacia.
Y de audacias a lo Gaddafi y similares, los europeos ya tienen bastante. A los ingleses, por ejemplo, les debe sonar a lamentable recordatorio lo que Evo les está haciendo a españoles y cariocas. Ya conocen las andanzas de Mugabe en Zimbabwe. Mientras, Rajoy no pierde oportunidad para pedir firmeza al blandengue gobierno de Zapatero que, ayer nomás caía rendido de candor ante el suetercito con que Evo recorría España.
En Viena se sellaron, sin decirlo ni firmarlo, alianzas tácitas. En Viena Bachelet vio lo que le espera a Chile si el Evo se sale con la suya. ¿Avanzará dirigiendo una columna de desarrapados, para tomar «lo que es de ellos», (la costa norte de Chile), como la Primera Cruzada avanzando hacia Jerusalem en el Medioevo? En Viena se vio con quién no hay que estar ni en misa.
En Viena se definió la debacle que le espera al Ollanta Humala, justo por la exhibición del padrote Chávez y su escudero Evo. Cualquier pizca de orgullo peruano jamás se tragaría algo así. El 4 de junio contemplaremos la primera gran derrota electoral de Hugo Chávez en su escenario sudamericano que él tanto valora. Y esa derrota abrirá paso, de inmediato, a la gran muralla que, desde Santiago hasta Bogotá, erigirán frente al boliviano. ¿Se la imaginan?
En Viena se consolidó la «indignación» brasileña (¿han visto con qué cuidado Lula ha cedido la palabra a su canciller para barbotear su frustración y molestia profunda ante los atropellos del régimen recién instalado en Bolivia?), y las sospechas, ahora muy bien fundadas, que albergan los argentinos. En Viena murió Puerto Iguazú y su declaración formal.
CUANDO FIDEL CONFISCO los intereses norteamericanos en la Cuba de los 60, no sólo estaba en la cresta del «espíritu de los tiempos», sino que unos cuantos casinos, algún tabaco y la producción azucarera no le harían falta a nadie. Lo único que hacía a Cuba revolucionaria un peligro era su «cercanía» a las costas norteamericanas, pero muy pronto el bloqueo y el «acuerdo no escrito» con los soviéticos para zanjar la Crisis de Octubre de 1962, la tornarían inofensiva.
Ese no es el caso actual. El petróleo y el gas sí son vitales para sus vecinos y más allá. Su manejo subvierte los planes de inversión y hace escalar los precios. Y eso amenaza al delicado statu quo. Y ante esto los europeos no son indulgentes. Demasiado padecimiento deben a «desestabilizadores» del pasado para tolerarlo ahora.
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