La pregunta que ignoran los gobiernos: ¿Cuánto durará la bonanza económica en América latina?
Falta vocación para adaptarse al mundo
Una pregunta recorre a la gente pensante de América latina: ¿cuánto durará esta bonanza de la que hoy disfruta en los precios de sus materias primas exportables? ¿Estamos ante una simple coyuntura o la demanda china-india, asociada al crecimiento norteamericano, mantendrá elevados todos los precios agrícolas, del petróleo y de los productos primarios?
Los gobiernos no hablan demasiado del tema porque todos los países crecen y prefieren atribuirse el mérito de esa expansión. El hecho, sin embargo, es que todos –con buenas, regulares o malas administraciones– están, ufanos, a la cabeza de una elevación del PBI.
Los hechos señalan que en los años ochenta, América latina creció a un bajísimo ritmo del 1,2%, cuando el mundo lo hacía a un promedio del 3,4% y comenzaba la fenomenal expansión de China y de la India (9,2 y 5,6%, respectivamente). De 1995 a 2005 las cosas mejoraron: América latina creció un 2,7%, pero con un mundo que lo hacía a un 3,5%, y la India (7%) y China (9,5%), liderando siempre la suba. Los dos últimos años han sido excepcionales y, por primera vez en 25 años, la región creció en un porcentaje mayor que el promedio universal.
Esta expansión permitió que países que habían vivido crisis tremendas en los años 2001 y 2002, como la Argentina y Uruguay, se encontraran de nuevo con una formidable recuperación que los retrotrajo a los números de PBI de 1998, su mejor guarismo.
Otros, que no habían experimentado tamañas caídas, siguieron adelante, siempre exceptuando a Chile, que así como en el período de 1986 a 1997 había crecido a un ritmo del 7,6% anual, continuó su formidable expansión, basada en el vigor de su ahorro interno y la recepción de una inversión extranjera muy temerosa con el resto de los países.
La previsión de futuro siempre es terreno resbaladizo. El fin del siglo XX nos debe hacer modestos en los pronósticos. Después de la sorpresiva caída del Muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética, la profesión de augur está muy desmonetizada.
Pero el hecho es que la demanda sigue fuerte y, como consecuencia, los precios mantienen su clima eufórico: se consume más petróleo, más acero, más alimentos. Hasta la plata, el viejo metal que alumbrara la conquista de América, luego de años decadentes, también ha vuelto a subir.
En un corto plazo no se prevén alteraciones bruscas. Los términos de intercambio continúan favorables y sólo se comparan con los posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Con la diferencia de que en aquellos años los valores provenían del esfuerzo bélico de Estados Unidos y Europa, en medio de un mundo exhausto y empobrecido, mientras que hoy se vive un clima de expansión generalizada, en el que hasta viejas regiones deprimidas impulsan la dinámica general.
Dentro de un panorama optimista, la pregunta se traslada a un punto mucho más neurálgico: habida cuenta de que aunque dure esto no será eterno ¿la expansión está siendo bien aprovechada? ¿América latina está aplicando bien sus excedentes actuales?
Para empezar, hay medidas adecuadas, como la de reducir la deuda externa. Los pagos hechos por Brasil, la Argentina y otros países al Fondo Monetario Internacional van en la buena dirección.
Disminuir el endeudamiento supone disminuir también el pago de intereses y ganar en libertad. Naturalmente, esta razonable orientación ha significado, para gobiernos autodenominados de izquierda, el bienvenido entierro de la vieja retórica de «no pagar la deuda externa con el hambre del pueblo…».
Denominador común
Ahora se paga y por adelantado. En cambio, no se ha avanzado casi nada en la distribución del ingreso y la reducción de la pobreza.
Fuera de Uruguay y Costa Rica, que tuvieron siempre los mejores coeficientes de Gini (índice de distribución), el resto, encabezados por Brasil, mantienen la histórica desigualdad social. Del mismo modo, la pobreza experimenta una reducción muy modesta.
Podría pensarse que este retardo social tiene una explicación en grandes inversiones en infraestructura que permitieran asentar un desarrollo sustentable en un futuro cercano.
Pero tampoco es verdad. La inversión es reducida, porque el ahorro es bajo y la inversión, también. Exceptuando Chile, una vez más, todo el resto navega en guarismos mediocres, que no cambian sustancialmente con los enormes excedentes que está dejando el sector externo.
Allí está el nudo de la cuestión. No se advierte un movimiento convencido y disciplinado de adaptarse al mundo contemporáneo, globalizado y capitalista, mal que le pese a quien le pese.
Retrocesos
La apertura comercial no es suficiente, pese al positivo ejemplo de México, con su Tratado de Libre Comercio, y el de Chile ya mencionado. Más bien a la inversa, hay un impulso neoproteccionista que se sufre incluso dentro de un Mercosur que está restituyendo las viejas salvaguardias entre sus socios para permitir la restricción de las importaciones en ciertos sectores.
Las inversiones extranjeras tampoco adquieren la dinámica necesaria para crecer a tasas mayores y en algunos países todo indica que pueden reducirse, como ocurre en Bolivia, la Argentina y Uruguay, donde reestatizaciones o medidas hostiles llevan al desaliento.
Añadámosle los riesgos políticos de Perú y Ecuador, donde tendencias nacionalistas de viejo cuño tienden a alejar más que a atraer a quienes podrían invertir hoy en energía, agua, carreteras y telecomunicaciones.
Sin olvidar el frenesí venezolano, que desparrama el dinero petrolero en todo tipo de aventuras, nacionales e internacionales, sin el menor análisis, envuelto en una retórica antiyanqui de tono sesentista que, infortunadamente y Bush mediante, logra sus aplausos en vastos públicos desencantados de la izquierda pragmática, obligada hoy a hacer mucho de lo que antes vituperó.
Ahora que el anhelado ferrocarril del progreso global ha llegado a la región, se observa un impulso demasiado tibio para subirse a él.
Se disfruta de más democracia, en términos generales hay más sensatez, los resultados fiscales son mejores, pero no surge ese ánimo resuelto necesario para modernizarse y crecer de modo verdadero y sustentable. No se advierte convicción. Sería triste que, otra vez en la historia, quedáramos en el andén dejando pasar raudo nuestro futuro.
El autor fue presidente de Uruguay
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