El Mercosur y el conflicto por las papeleras

Quizás ningún proyecto integracionista en la historia de América Latina haya tenido objetivos más ambiciosos que el Mercosur. El bloque fundado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay fijó desde un inicio el propósito de convertirse en un símil del proceso seguido por la Unión Europea y en un contrapeso para la influencia de Estados Unidos en la región.

La experiencia, sin embargo, muestra que la meta de la integración real ha sido esquiva. Los constantes roces entre los dos principales socios, la severa desprotección que sienten los integrantes menores, la ausencia de un mecanismo efectivo de resolución de controversias y, en definitiva, la incapacidad de concordar una agenda de desarrollo compartida, han hecho del Mercosur un bloque de escasa profundidad que se limita a la existencia de un arancel externo común y que no consigue avanzar hacia la integración política e institucional.

El severo impasse por el que atraviesan las relaciones entre Buenos Aires y Montevideo por la construcción en este último país de dos plantas procesadoras de celulosa que descargarán sus residuos sobre el río Uruguay (fronterizo entre ambos países), es la última evidencia de que el proyecto lanzado en 1991 por el Tratado de Asunción es incapaz de superar obstáculos que otros procesos integradores han logrado remontar. De la crisis diplomática se ha pasado a una guerrilla de declaraciones, a la intervención en términos no muy amistosos de altas autoridades y, peor aun, al bloqueo por parte de piqueteros de puentes que unen a Uruguay y Argentina.

Que estos países no logren resolver sus diferencias a través de un mecanismo civilizado y que uno de ellos recurra al bloqueo de los viaductos para convencer al otro de desistir de la construcción de las plantas madereras constituye un potente símbolo del fracaso del Mercosur y de la nula voluntad por hacer de él una alternativa integradora seria.

A menudo se recuerda que Alemania y Francia pudieron dejar de lado una historia de tres guerras en menos de 100 años para convertirse en el pilar sobre el cual se levantó la actual UE, que hoy incluye 25 países, mercados abiertos, una moneda para casi todos sus miembros, instituciones políticas comunes y el libre tránsito de personas, entre otros. Nada similar a la catástrofe que sufrió Europa en la primera mitad del siglo pasado ha ocurrido en América del Sur. Sin embargo, los socios del Mercosur han sido incapaces de progresar en la creación de una institucionalidad efectiva. No es raro entonces que la UE y el Mercosur lleven años negociando un tratado de libre comercio sin llegar a nada concreto todavía.

Como ha ocurrido con otros procesos integracionistas en el pasado, los líderes de las naciones del Mercado Común del Sur optan por la retórica grandilocuente a la hora de referirse al Mercosur y sus proyectos (se ha hablado de una moneda y de un parlamento comunes, por ejemplo) y por un feroz pragmatismo nacionalista a la hora de defender los intereses de sus respectivos Estados.

Las rivalidades continúan existiendo. Argentina no dudó en aliarse con Pakistán el año pasado para bloquear la aspiración de Brasil a ocupar un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El presidente de este último país ha impulsado la creación de una Comunidad Sudamericana de Naciones como referente político regional, obviando la existencia del bloque del que forma parte. Uruguay y Paraguay prefieren colaborar con Estados Unidos para buscar, respectivamente, un acuerdo de libre comercio y cooperación en materias de seguridad.

Así como en otras ocasiones los conflictos entre Brasil y Argentina han sido reveladores de los problemas de fondo que sufre el Mercosur, en esta oportunidad el conflicto por las papeleras en Uruguay sintetiza de manera ejemplar las debilidades que han hecho hasta ahora del Mercosur un proyecto fallido y sin perspectivas de ofrecer una integración real.