Algunos lectores podrían sorprenderse al escucharme reconocer que la economía que hace hincapié en la oferta tiene después de todo un lado negativo. La misma parece que ha reelegido a los Clinton, pese a la predicción de Jerome M. Zeifman, un demócrata quien fuera el principal consejero del Comité Judicial de la Cámara de Representantes durante la investigación por el juicio político al Presidente Richard Nixon a raíz del escándalo de Watergate, de que «existe en la actualidad una causa probable para considerar a nuestro Presidente y a la Primera Dama como delincuentes quienes probablemente sean procesados tras los comicios del 5 de noviembre.» Los antecedentes de los escándalos Whitewater y de los relacionados abusos de poder en Arkansas, han demostrado ser cosas insignificantes en comparación con la saludable economía.
La economía está saludable en razón de que la misma puede actualmente crecer sin inflación. Le debemos este éxito a la economía vudú, la cual en el año 1981 terminó con la política de reposar en la expansión monetaria a fin de mantener el pleno empleo. En su lugar, el enfoque de la economía de la oferta combinado dio como resultado incentivos bajo la forma de tasas impositivas marginales más bajas con una política monetaria no inflacionaria. Ello ha funcionado durante 15 años, y pese a los aumentos tributarios de Reagan, de Bush, y de Clinton, no ha habido un retorno a la política keynesiana.
El éxito de la economía nos ha dado una campaña presidencial sin temas. Con el nivel de empleo alto y el de la inflación bajo, Dole no puede vender su rebaja de impuestos. Además, ambos candidatos parecen estar igual de aterrados de pedirle al electorado que confronte cuestiones amenazantes. Por ejemplo, al dar certeza de que no permitirán que nada le suceda a la Seguridad Social, ambos jugaron el papel del Rey Canute, prometiendo, en efecto, reducir el flujo demográfico que explica la ruina por la transferencia de ingresos del sistema intergeneracional de reparto.
En Desventaja
Podemos atravesar una elección sin debate alguno sobre las cuestiones económicas y, tal vez, incluso durante otros cuatro años más. Pero los temas se están acumulando, a medida que el ex mundo socialista se torna tan capitalista como los EE.UU.. La proliferación de competidores y de medio ambientes competitivos implica que los EE.UU. no tienen otra alternativa que no sea la de repensar su sistema tributario. Están a la vista cambios mucho más drásticos que las reducciones en las alícuotas impositivas marginales de la era de Reagan. No será posible continuar con el trabajo y el capital como la base tributaria para el gasto gubernamental.
En la convergente economía globalmente competitiva, los países desarrollados tales como los Estados Unidos se encuentran en desventaja debido a que han creado derechos masivos financiados con un impuesto sobre la nomina salarial. En la economía global, el capital, la tecnología, y las habilidades empresariales son internacionalmente móviles, pero la mano de obra no lo es. La desaparición del socialismo significa que es posible para el capital y para la tecnología procurar ingresos más elevados en mercados que tengan menores costos laborales. No solamente es costosa la mano de obra estadounidense sino que la misma soporta la carga de un impuesto al trabajo del 15,3%, y los datos demográficos combinados con los derechos prometidos se encuentran presionando a este impuesto a la suba.
Además, un sistema nacional de pensiones basado en la transferencia de ingresos no genera ningún ahorro nacional para financiar las inversiones que aumenten la productividad del trabajo. La Seguridad Social y el Medicare colocan al trabajo estadounidense en una situación de desventaja con un rígido impuesto al trabajo y luego lo agraden una vez más al evitar tanto el crecimiento del ahorro como de la productividad.
¿Tractor o Pala?
No hace al interés de nadie la circunstancia de financiar a las pensiones de retiro con un impuesto al trabajo en lugar de con un tributo a las ganancias de la inversión. El capital es lo que le otorga al trabajo su capacidad de ganancia. Considérese cuanto más productivo resulta un trabajador con un cuchitril que con tan solo sus manos, o con un tractor que con una pala. Sin embargo, los Estados Unidos cometen el error de financiar a las pensiones mediante la aplicación de un impuesto al trabajo y de reducir el stock de capital mediante los gravámenes sobre el capital.
Las ganancias de capital se encuentran sujetas a una plétora de impuestos federales, estaduales, y locales: impuestos a las ganancias de las empresas, impuestos a las ganancias personales, impuestos a las ganancias de capital, e impuestos sobre la propiedad. Si las bonificaciones por la depreciación, determinadas por las leyes impositivas son inadecuadas, el verdadero valor de la inversión de capital podría no ser recuperado jamás, incluso a pesar de que los procedimientos contables obligatorios produzcan una ganancia sujeta a impuestos.
Los legisladores difícilmente podrían idear un sistema tributario más anti productivo que el código estadounidense, o uno más proclive a significar un fracaso en la competencia mundial. El derecho tributario estadounidense resulta económicamente absurdo. Sus perjudiciales consecuencias que deberían haber sido reconocidas décadas atrás, no lo fueron debido a que la masiva destrucción de capital generada por la Segunda Guerra Mundial y el socialismo de la era de post guerra protegieron a los EE.UU. de la competencia económica.
Los Estados Unidos pueden vivir un poquito más de sus beneficios históricos, pero llega un punto en el cual una nave que está hundiéndose no puede esperar hasta la próxima inspección. O es reparada o se hunde. Los próximos comicios es probable que traigan desafíos para las atávicas ideologías que sostienen que el éxito imperial en nombre de la equidad y que el perpetrar el mito de la redistribución son la base de una economía humana.
Traducido por Gabriel Gasave
No miren ahora, pero la nave estadounidense se está hundiendo
Algunos lectores podrían sorprenderse al escucharme reconocer que la economía que hace hincapié en la oferta tiene después de todo un lado negativo. La misma parece que ha reelegido a los Clinton, pese a la predicción de Jerome M. Zeifman, un demócrata quien fuera el principal consejero del Comité Judicial de la Cámara de Representantes durante la investigación por el juicio político al Presidente Richard Nixon a raíz del escándalo de Watergate, de que «existe en la actualidad una causa probable para considerar a nuestro Presidente y a la Primera Dama como delincuentes quienes probablemente sean procesados tras los comicios del 5 de noviembre.» Los antecedentes de los escándalos Whitewater y de los relacionados abusos de poder en Arkansas, han demostrado ser cosas insignificantes en comparación con la saludable economía.
La economía está saludable en razón de que la misma puede actualmente crecer sin inflación. Le debemos este éxito a la economía vudú, la cual en el año 1981 terminó con la política de reposar en la expansión monetaria a fin de mantener el pleno empleo. En su lugar, el enfoque de la economía de la oferta combinado dio como resultado incentivos bajo la forma de tasas impositivas marginales más bajas con una política monetaria no inflacionaria. Ello ha funcionado durante 15 años, y pese a los aumentos tributarios de Reagan, de Bush, y de Clinton, no ha habido un retorno a la política keynesiana.
El éxito de la economía nos ha dado una campaña presidencial sin temas. Con el nivel de empleo alto y el de la inflación bajo, Dole no puede vender su rebaja de impuestos. Además, ambos candidatos parecen estar igual de aterrados de pedirle al electorado que confronte cuestiones amenazantes. Por ejemplo, al dar certeza de que no permitirán que nada le suceda a la Seguridad Social, ambos jugaron el papel del Rey Canute, prometiendo, en efecto, reducir el flujo demográfico que explica la ruina por la transferencia de ingresos del sistema intergeneracional de reparto.
En Desventaja
Podemos atravesar una elección sin debate alguno sobre las cuestiones económicas y, tal vez, incluso durante otros cuatro años más. Pero los temas se están acumulando, a medida que el ex mundo socialista se torna tan capitalista como los EE.UU.. La proliferación de competidores y de medio ambientes competitivos implica que los EE.UU. no tienen otra alternativa que no sea la de repensar su sistema tributario. Están a la vista cambios mucho más drásticos que las reducciones en las alícuotas impositivas marginales de la era de Reagan. No será posible continuar con el trabajo y el capital como la base tributaria para el gasto gubernamental.
En la convergente economía globalmente competitiva, los países desarrollados tales como los Estados Unidos se encuentran en desventaja debido a que han creado derechos masivos financiados con un impuesto sobre la nomina salarial. En la economía global, el capital, la tecnología, y las habilidades empresariales son internacionalmente móviles, pero la mano de obra no lo es. La desaparición del socialismo significa que es posible para el capital y para la tecnología procurar ingresos más elevados en mercados que tengan menores costos laborales. No solamente es costosa la mano de obra estadounidense sino que la misma soporta la carga de un impuesto al trabajo del 15,3%, y los datos demográficos combinados con los derechos prometidos se encuentran presionando a este impuesto a la suba.
Además, un sistema nacional de pensiones basado en la transferencia de ingresos no genera ningún ahorro nacional para financiar las inversiones que aumenten la productividad del trabajo. La Seguridad Social y el Medicare colocan al trabajo estadounidense en una situación de desventaja con un rígido impuesto al trabajo y luego lo agraden una vez más al evitar tanto el crecimiento del ahorro como de la productividad.
¿Tractor o Pala?
No hace al interés de nadie la circunstancia de financiar a las pensiones de retiro con un impuesto al trabajo en lugar de con un tributo a las ganancias de la inversión. El capital es lo que le otorga al trabajo su capacidad de ganancia. Considérese cuanto más productivo resulta un trabajador con un cuchitril que con tan solo sus manos, o con un tractor que con una pala. Sin embargo, los Estados Unidos cometen el error de financiar a las pensiones mediante la aplicación de un impuesto al trabajo y de reducir el stock de capital mediante los gravámenes sobre el capital.
Las ganancias de capital se encuentran sujetas a una plétora de impuestos federales, estaduales, y locales: impuestos a las ganancias de las empresas, impuestos a las ganancias personales, impuestos a las ganancias de capital, e impuestos sobre la propiedad. Si las bonificaciones por la depreciación, determinadas por las leyes impositivas son inadecuadas, el verdadero valor de la inversión de capital podría no ser recuperado jamás, incluso a pesar de que los procedimientos contables obligatorios produzcan una ganancia sujeta a impuestos.
Los legisladores difícilmente podrían idear un sistema tributario más anti productivo que el código estadounidense, o uno más proclive a significar un fracaso en la competencia mundial. El derecho tributario estadounidense resulta económicamente absurdo. Sus perjudiciales consecuencias que deberían haber sido reconocidas décadas atrás, no lo fueron debido a que la masiva destrucción de capital generada por la Segunda Guerra Mundial y el socialismo de la era de post guerra protegieron a los EE.UU. de la competencia económica.
Los Estados Unidos pueden vivir un poquito más de sus beneficios históricos, pero llega un punto en el cual una nave que está hundiéndose no puede esperar hasta la próxima inspección. O es reparada o se hunde. Los próximos comicios es probable que traigan desafíos para las atávicas ideologías que sostienen que el éxito imperial en nombre de la equidad y que el perpetrar el mito de la redistribución son la base de una economía humana.
Traducido por Gabriel Gasave
EconomíaImpuestos y presupuestoPolítica económicaPolítica fiscal federalPolítica fiscal/EndeudamientoPolítica presupuestaria federal
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