Que el nuevo “euro,” la moneda común actualmente en vigor para las transacciones electrónicas en 11 países europeos, será algo beneficioso para los consumidores europeos y que la economía mundial podrá depender de ella, dependerá de si la misma funciona conforme a lo planeado por sus instigadores o genera consecuencias no anticipadas pero benéficas. Una posibilidad que es considerada remota es la de que el euro y otras monedas gubernamentales se tornarán obsoletas en virtud de los desarrollos tecnológicos que escapan al control de los organismos gubernamentales.
La gran idea detrás del euro es la de que el mismo reducirá los costos de transacción y convertirá a la mayoría de los países de Europa occidental (Gran Bretaña, Suecia, Dinamarca y Grecia no están en el juego del euro) en un mercado común y en una economía unificada lo suficientemente grande como para enfrentar a los Estados Unidos y al Japón. La mayoría de los líderes europeos esperan o tienen la esperanza de que en su momento el euro competirá con el dólar como el instrumento preferido para los negocios financieros internacionales.
Al eliminar las a menudo confusas fluctuaciones entre las divisas y al tornar a los precios más “transparentes,” la moneda única volvería a los acuerdos comerciales y a las decisiones de los consumidores, dentro de los 11 países participantes, más sencillas y más eficientes.
La idea (y la forma en la que la misma ha sido implementada) ha generado críticas. En un ensayo que aparece en el excelente libro, “Money and the Nation State” publicado el pasado año por The Independent Institute de Oakland, California, Kevin Dowd -profesor en la Heffield Hallam University en Inglaterra, escribe:
“La mayoría de los políticos europeos y de los funcionarios públicos ven a un estado fuerte como algo necesario a fin de proteger a sus ciudadanos, a quienes consideran incapaces de cuidar de sí mismos. Este paternalismo en la política interna marcha de la mano con una visión mercantilista del mundo, la cual ve a la economía mundial primariamente en términos de bloques comerciales recíprocamente antagónicos y en un estado de una guerra comercial casi permanente de unos contra otros. Esta mentalidad de la Fortaleza Europea ha estado asociada con la promoción de un artificial sentido de nacionalismo europeo cuya principal característica es la animosidad respecto de los Estados Unidos y el Japón.”
El temor a que la unión monetaria europea promueva el desarrollo de un bloque comercial proteccionista integrado, que en última instancia resulte perjudicial para el libre comercio internacional—junto con el temor de que el euro sea simplemente el primer paso tendiente a la creación de un “super estado” europeo centralizado con análogos y uniformemente onerosos impuestos y reglamentaciones-es el principal motivo por el cual Gran Bretaña ha declinado por ahora participar en el sistema del euro.
Y si surgiese una Europa “armonizada”, poderosa y proteccionista, facilitada por el euro, la misma podría conducir a guerras comerciales que trastornaría la economía mundial y causarían un gran perjuicio—especialmente a los consumidores europeos quienes se verían principalmente “protegidos” de los precios más bajos en la medida que los productores ineficientes fuesen privados de la competencia.
Pero David Malpass, economista internacional en jefe en Bear Stearns, quien escribe en el Wall Street Journal, considera que “los planificadores centralizados se equivocan. El euro producirá menos gobierno. Los mercados financieros estarán trabajando tiempo extra para frustrar a los armonizadores. Los países y las ciudades que ofrezcan regímenes tributarios y políticas reglamentarias más atractivas serán recompensados mediante un crecimiento en el número de empleos y en la creación de riqueza. Los gobiernos que rueguen para que Bruselas los proteja, como lo ha hecho Alemania respecto de la competencia en materia impositiva, encontrarán pocos sitios en los cuales esconderse cuando los mercados de capitales comiencen a evaluar las políticas ganadoras y perdidosas dentro de Eurolandia.”
El argumento del Sr. Malpass es el de que con una moneda y una tasa de interés unificadas, será más obvia la forma en la que las alícuotas impositivas y los sistemas reglamentarístas influyen en el crecimiento económico. De esta manera, los gobiernos europeos tendrán un incentivo para competir a efectos de atraer inversiones reduciendo los impuestos y reformando las regulaciones.
Uno podría esperarlo. Los políticos, en Europa incluso más que en los Estados Unidos, odian bajar los impuestos. Y el valor del euro no estará libre de la influencia política.
Otra posibilidad es la de que todas estas manipulaciones monetarias se vuelvan obsoletas mediante el desarrollo de alguna clase de “dinero electrónico” o “e-money” como se lo conoce en inglés. El Premio Nobel de Economía Milton Friedman le dijo recientemente al escritor sobre temas tecnológicos del canal de televisión MSNBC, Barton Crockett; “Serán desarrolladas monedas electrónicas las que pueden ser encriptadas y volverse anónimas. Y cuando eso se desarrolle, no habrá nada que pueda evitar que los individuos se involucren en actividades económicas a través de Internet sin dejar rastro alguno para que el gobierno los siga.”
El antropólogo del Macalester College, Jack Weatherford, autor de la popular obra de reciente aparición, “The History of Money,” concuerda en que la demanda y la tecnología ya existen y en que es tan sólo una cuestión de tiempo. “Hay simplemente demasiado dinero que puede hacerse como para que se deje a los individuos en paz,” afirma.
Eso no ocurrirá de la noche a la mañana. Se necesitaron 50 años para que las tarjetas de crédito alcanzasen el 10 por ciento de las transacciones de los consumidores en América del Norte. Pero Internet ha penetrado los mercados del consumo más rápido de lo que lo han hecho el teléfono o la televisión. Amazon.com se encuentra ahora valuada por Vail Street en tres veces el valor de la librería Barnes & Noble y de Borders Books combinados. En un mundo de comercio electrónico sin fronteras, cualquier puñado de pequeños países del Tercer Mundo podrían pujar por convertirse en el próximo Hong Kong mediante la creación de un dinero electrónico que no deje rastros y que aniquilaría los impuestos. ¿Quién lo sabe?
Ya sea que el euro (y el dólar) sean eventualmente superados o no por el dinero electrónico (e-cash), llevará años solucionar todas las implicancias del euro, especialmente teniendo en cuenta que parte de su implementación será improvisada durante los tres años venideros. Esperamos que el Sr. Malpass esté en lo correcto, y que el mismo conduzca eventualmente a un achicamiento del gobierno, pero mantendremos un ojo escéptico abierto.
Traducido por Gabriel Gasave
El Euro y la economía
Que el nuevo “euro,” la moneda común actualmente en vigor para las transacciones electrónicas en 11 países europeos, será algo beneficioso para los consumidores europeos y que la economía mundial podrá depender de ella, dependerá de si la misma funciona conforme a lo planeado por sus instigadores o genera consecuencias no anticipadas pero benéficas. Una posibilidad que es considerada remota es la de que el euro y otras monedas gubernamentales se tornarán obsoletas en virtud de los desarrollos tecnológicos que escapan al control de los organismos gubernamentales.
La gran idea detrás del euro es la de que el mismo reducirá los costos de transacción y convertirá a la mayoría de los países de Europa occidental (Gran Bretaña, Suecia, Dinamarca y Grecia no están en el juego del euro) en un mercado común y en una economía unificada lo suficientemente grande como para enfrentar a los Estados Unidos y al Japón. La mayoría de los líderes europeos esperan o tienen la esperanza de que en su momento el euro competirá con el dólar como el instrumento preferido para los negocios financieros internacionales.
Al eliminar las a menudo confusas fluctuaciones entre las divisas y al tornar a los precios más “transparentes,” la moneda única volvería a los acuerdos comerciales y a las decisiones de los consumidores, dentro de los 11 países participantes, más sencillas y más eficientes.
La idea (y la forma en la que la misma ha sido implementada) ha generado críticas. En un ensayo que aparece en el excelente libro, “Money and the Nation State” publicado el pasado año por The Independent Institute de Oakland, California, Kevin Dowd -profesor en la Heffield Hallam University en Inglaterra, escribe:
“La mayoría de los políticos europeos y de los funcionarios públicos ven a un estado fuerte como algo necesario a fin de proteger a sus ciudadanos, a quienes consideran incapaces de cuidar de sí mismos. Este paternalismo en la política interna marcha de la mano con una visión mercantilista del mundo, la cual ve a la economía mundial primariamente en términos de bloques comerciales recíprocamente antagónicos y en un estado de una guerra comercial casi permanente de unos contra otros. Esta mentalidad de la Fortaleza Europea ha estado asociada con la promoción de un artificial sentido de nacionalismo europeo cuya principal característica es la animosidad respecto de los Estados Unidos y el Japón.”
El temor a que la unión monetaria europea promueva el desarrollo de un bloque comercial proteccionista integrado, que en última instancia resulte perjudicial para el libre comercio internacional—junto con el temor de que el euro sea simplemente el primer paso tendiente a la creación de un “super estado” europeo centralizado con análogos y uniformemente onerosos impuestos y reglamentaciones-es el principal motivo por el cual Gran Bretaña ha declinado por ahora participar en el sistema del euro.
Y si surgiese una Europa “armonizada”, poderosa y proteccionista, facilitada por el euro, la misma podría conducir a guerras comerciales que trastornaría la economía mundial y causarían un gran perjuicio—especialmente a los consumidores europeos quienes se verían principalmente “protegidos” de los precios más bajos en la medida que los productores ineficientes fuesen privados de la competencia.
Pero David Malpass, economista internacional en jefe en Bear Stearns, quien escribe en el Wall Street Journal, considera que “los planificadores centralizados se equivocan. El euro producirá menos gobierno. Los mercados financieros estarán trabajando tiempo extra para frustrar a los armonizadores. Los países y las ciudades que ofrezcan regímenes tributarios y políticas reglamentarias más atractivas serán recompensados mediante un crecimiento en el número de empleos y en la creación de riqueza. Los gobiernos que rueguen para que Bruselas los proteja, como lo ha hecho Alemania respecto de la competencia en materia impositiva, encontrarán pocos sitios en los cuales esconderse cuando los mercados de capitales comiencen a evaluar las políticas ganadoras y perdidosas dentro de Eurolandia.”
El argumento del Sr. Malpass es el de que con una moneda y una tasa de interés unificadas, será más obvia la forma en la que las alícuotas impositivas y los sistemas reglamentarístas influyen en el crecimiento económico. De esta manera, los gobiernos europeos tendrán un incentivo para competir a efectos de atraer inversiones reduciendo los impuestos y reformando las regulaciones.
Uno podría esperarlo. Los políticos, en Europa incluso más que en los Estados Unidos, odian bajar los impuestos. Y el valor del euro no estará libre de la influencia política.
Otra posibilidad es la de que todas estas manipulaciones monetarias se vuelvan obsoletas mediante el desarrollo de alguna clase de “dinero electrónico” o “e-money” como se lo conoce en inglés. El Premio Nobel de Economía Milton Friedman le dijo recientemente al escritor sobre temas tecnológicos del canal de televisión MSNBC, Barton Crockett; “Serán desarrolladas monedas electrónicas las que pueden ser encriptadas y volverse anónimas. Y cuando eso se desarrolle, no habrá nada que pueda evitar que los individuos se involucren en actividades económicas a través de Internet sin dejar rastro alguno para que el gobierno los siga.”
El antropólogo del Macalester College, Jack Weatherford, autor de la popular obra de reciente aparición, “The History of Money,” concuerda en que la demanda y la tecnología ya existen y en que es tan sólo una cuestión de tiempo. “Hay simplemente demasiado dinero que puede hacerse como para que se deje a los individuos en paz,” afirma.
Eso no ocurrirá de la noche a la mañana. Se necesitaron 50 años para que las tarjetas de crédito alcanzasen el 10 por ciento de las transacciones de los consumidores en América del Norte. Pero Internet ha penetrado los mercados del consumo más rápido de lo que lo han hecho el teléfono o la televisión. Amazon.com se encuentra ahora valuada por Vail Street en tres veces el valor de la librería Barnes & Noble y de Borders Books combinados. En un mundo de comercio electrónico sin fronteras, cualquier puñado de pequeños países del Tercer Mundo podrían pujar por convertirse en el próximo Hong Kong mediante la creación de un dinero electrónico que no deje rastros y que aniquilaría los impuestos. ¿Quién lo sabe?
Ya sea que el euro (y el dólar) sean eventualmente superados o no por el dinero electrónico (e-cash), llevará años solucionar todas las implicancias del euro, especialmente teniendo en cuenta que parte de su implementación será improvisada durante los tres años venideros. Esperamos que el Sr. Malpass esté en lo correcto, y que el mismo conduzca eventualmente a un achicamiento del gobierno, pero mantendremos un ojo escéptico abierto.
Traducido por Gabriel Gasave
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