Tal vez el legado más positivo de la administración Clinton será el de que la misma erosionó la confianza pública en el gobierno federal. La confianza ha declinado de manera significativa desde los programas de la Gran Sociedad de la administración Johnson. De acuerdo con encuestas de la University of Michigan, el número de personas que respondieron que el gobierno federal hace “siempre” lo correcto o al menos la “mayor parte del tiempo” ha descendido del 75 por ciento en 1964 a menos del 30 por ciento a mediados de los años 90.
Nuestra opinión es la de que esta declinación en la confianza es una buena cosa que refleja adecuadamente la circunstancia de que el desempeño del gobierno se ha vuelto menos digno de confianza. Sin embargo, antes de defender nuestra posición a favor de una menor confianza en el gobierno, reconocemos que la gran mayoría de las personas ven esta disminución en la confianza como un problema serio.
El Carro Delante del Caballo
La gente durante largo tiempo se ha preocupado acerca de la falta de confianza pública en el gobierno. Por ejemplo, Benjamin Franklin SE inquietaba de que “Gran parte de la Fortaleza y Eficiencia de cualquier Gobierno, para procurar y garantizar la Felicidad del Pueblo, depende de . . . la Opinión general sobre la Bondad de ese Gobierno.”
Esta era sin duda alguna, una legítima inquietud en la época de Franklin, cuando el gobierno federal se encontraba surgiendo de manera controversial y controlaba poco de la riqueza del pueblo. Pero en la actualidad, con un gobierno federal manejando más del 20 por ciento de nuestros ingresos de manera directa a través del gasto, y significativamente más a través de las reglamentaciones, algunos están aún más preocupados de que la confianza en el gobierno pudiese ser lo suficientemente baja como para que aquel no pueda incautar más de nuestros recursos.
Por ejemplo, Joseph Nye, Decano de la Kennedy School of Government de Harvard, se alarma de que “si los individuos consideran que el gobierno es incompetente y no se puede confiar en él, los mismos serán menos propensos a suministrar los recursos [críticos.] Sin [estos] recursos, el gobierno no puede desempeñarse adecuadamente.” Algunos estudios que investigan la declinación de la confianza, y alimentan la inquietud respecto de sus consecuencias, han sido publicados recientemente por la Kennedy School de la University of Virginia, y por el Pew Research Center for the People and the Press.
Estos estudios admiten a veces que el desempeño del gobierno deja algo que desear, pero sugieren que la mejor manera de mejorar su funcionamiento es mediante la restauración de la confianza en el mismo. Esto coloca el carro delante del caballo. ¿Dónde está la ventaja de colocar más confianza en una organización cuyo desempeño no justifica esa confianza? ¿Cómo algunos individuos que precisan someterse a una operación de corazón confiarían en un cirujano que mata a la mayoría de sus pacientes, sobre la base de que el individuo se volvería un mejor cirujano si tan sólo más personas confiaran en él?
La única manera sensible de restaurar la confianza en el gobierno es volviéndolo más fiable. Y en la medida en que un gobierno es confiable es más probable que se vea socavado por demasiada confianza en vez de por demasiado poca. En efecto, uno de los principales motivos por el cual el gobierno se desempeña tan pobremente es que las persistentes influencias políticas alientan a los ciudadanos a confiar demasiado poco en él.
La Aritmética del Voto
La confianza del público es fácilmente transformada en un poder político que será empleado para promover el aprovechamiento privado a expensas del público. La causa se encuentra enraizada en la simple aritmética de la votación. Votar es una responsabilidad cívica importante, y nada aquí pretende sugerir lo contrario. Pero en las elecciones estaduales y nacionales, la probabilidad de que su voto decida el resultado es mucho menor a la de que usted resulte herido en un accidente de tránsito mientras maneja hacia el lugar de votación.
Esto significa que el favorecer a un candidato o a una propuesta, le cuesta a usted prácticamente nada en términos de sacrificar la alternativa. Solamente en el raro caso de un empate, su voto es decisivo; solamente entonces su voto por una alternativa hace que usted sacrifique a la otra.
Esta aritmética es importante en virtud de que la misma explica por qué el carisma y la emoción pueden darle sustancia a la política. El registrar apoyo en las urnas por un candidato superficialmente atractivo o por una propuesta superficialmente misericordiosa le permite al votante identificarse con lo glamoroso o con la sensación de virtud pero con poca preocupación acerca del costo o la eficacia.
Por ejemplo, si al votar por un a propuesta para combatir el “recalentamiento global” (o por un candidato que apoya la propuesta) le hace sentirse bien, usted podría estar tentado de hacer a un lado algunas dudas y de votar sin considerar el costo para usted en caso de que la misma sea aprobada, en razón de que su voto no resulta decisivo. Cuanto más confía la gente en el gobierno, más virtuosos se siente al votar una amplia gama de iniciativas gubernamentales que terminan costando mucho más y brindando mucho menos de lo que prometían.
Explotando la Confianza Pública en el Gobierno
La naturaleza de los programas gubernamentales permite a los grupos de interés bien ubicados capturar beneficios privados a expensas del público.
La Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA son sus siglas en inglés) ha incrementado el tamaño de su presupuesto defendiendo posturas de comando-y-control a efectos de reducir la polución. Las medidas basadas en el mercado son más eficaces y baratas, pero requieren de menos burócratas y han sido resistidas por la EPA. Los grupos industriales (tales como la industria carbonífera del este) han apoyado también los enfoques de comando-y-control para protegerse a sí mismos de la competencia (del carbón de bajo sulfuro del oeste), a costa de los consumidores (precios de la electricidad más elevados) y de la calidad del medio ambiente (más óxido sulfúrico en la atmósfera). El listado de las actividades gubernamentales apoyadas por los ciudadanos bien intencionados, pero pervertidas por los intereses organizados, es lastimosamente extenso.
Todo grupo de interés desea convencer al público de que se puede confiar en el gobierno a fin de promover el bienestar general mediante algún incremento en el gasto o de las reglamentaciones. El resultado de ello es una corriente constante de retórica dirigida a hacer que la gente se sienta bien respecto de confiar en el gobierno para que resuelva cada problema imaginable.
Desgraciadamente, la difundida creencia de que las facultades gubernamentales discrecionales pueden y deberían resolver cualquier problema social es incompatible con el hecho de que el gobierno funcione bien. Tal confianza conduce a exigencias políticamente constrictivas para que el gobierno efectúe cúmulos de cosas que no le incumben, con el resultado de que termina haciendo malamente aquellas pocas cosas que sí debiera de estar realizando.
La mejor forma de volver al gobierno más confiable es la de que los votantes se resistan a la tentación de alcanzar una vaga sensación de virtud al votar por cada “propuesta virtuosa” que aparezca. La verdadera virtud está en votar en contra de la mayor parte de los programas gubernamentales (y de los políticos que los apoyan), sin importar cuan virtuosos esos programas supuestamente sean.
Precisamos de mucho escepticismo por parte del público hacia el gobierno para contrarrestar la tendencia de los electores a apoyar las actividades gubernamentales que implican “hacer el bien” con un poder que será invariablemente capturado y corrompido por los intereses especiales. Un gobierno fiable precisa de una cantidad saludable de desconfianza pública.
Traducido por Gabriel Gasave
Desconfíe y confronte
Tal vez el legado más positivo de la administración Clinton será el de que la misma erosionó la confianza pública en el gobierno federal. La confianza ha declinado de manera significativa desde los programas de la Gran Sociedad de la administración Johnson. De acuerdo con encuestas de la University of Michigan, el número de personas que respondieron que el gobierno federal hace “siempre” lo correcto o al menos la “mayor parte del tiempo” ha descendido del 75 por ciento en 1964 a menos del 30 por ciento a mediados de los años 90.
Nuestra opinión es la de que esta declinación en la confianza es una buena cosa que refleja adecuadamente la circunstancia de que el desempeño del gobierno se ha vuelto menos digno de confianza. Sin embargo, antes de defender nuestra posición a favor de una menor confianza en el gobierno, reconocemos que la gran mayoría de las personas ven esta disminución en la confianza como un problema serio.
El Carro Delante del Caballo
La gente durante largo tiempo se ha preocupado acerca de la falta de confianza pública en el gobierno. Por ejemplo, Benjamin Franklin SE inquietaba de que “Gran parte de la Fortaleza y Eficiencia de cualquier Gobierno, para procurar y garantizar la Felicidad del Pueblo, depende de . . . la Opinión general sobre la Bondad de ese Gobierno.”
Esta era sin duda alguna, una legítima inquietud en la época de Franklin, cuando el gobierno federal se encontraba surgiendo de manera controversial y controlaba poco de la riqueza del pueblo. Pero en la actualidad, con un gobierno federal manejando más del 20 por ciento de nuestros ingresos de manera directa a través del gasto, y significativamente más a través de las reglamentaciones, algunos están aún más preocupados de que la confianza en el gobierno pudiese ser lo suficientemente baja como para que aquel no pueda incautar más de nuestros recursos.
Por ejemplo, Joseph Nye, Decano de la Kennedy School of Government de Harvard, se alarma de que “si los individuos consideran que el gobierno es incompetente y no se puede confiar en él, los mismos serán menos propensos a suministrar los recursos [críticos.] Sin [estos] recursos, el gobierno no puede desempeñarse adecuadamente.” Algunos estudios que investigan la declinación de la confianza, y alimentan la inquietud respecto de sus consecuencias, han sido publicados recientemente por la Kennedy School de la University of Virginia, y por el Pew Research Center for the People and the Press.
Estos estudios admiten a veces que el desempeño del gobierno deja algo que desear, pero sugieren que la mejor manera de mejorar su funcionamiento es mediante la restauración de la confianza en el mismo. Esto coloca el carro delante del caballo. ¿Dónde está la ventaja de colocar más confianza en una organización cuyo desempeño no justifica esa confianza? ¿Cómo algunos individuos que precisan someterse a una operación de corazón confiarían en un cirujano que mata a la mayoría de sus pacientes, sobre la base de que el individuo se volvería un mejor cirujano si tan sólo más personas confiaran en él?
La única manera sensible de restaurar la confianza en el gobierno es volviéndolo más fiable. Y en la medida en que un gobierno es confiable es más probable que se vea socavado por demasiada confianza en vez de por demasiado poca. En efecto, uno de los principales motivos por el cual el gobierno se desempeña tan pobremente es que las persistentes influencias políticas alientan a los ciudadanos a confiar demasiado poco en él.
La Aritmética del Voto
La confianza del público es fácilmente transformada en un poder político que será empleado para promover el aprovechamiento privado a expensas del público. La causa se encuentra enraizada en la simple aritmética de la votación. Votar es una responsabilidad cívica importante, y nada aquí pretende sugerir lo contrario. Pero en las elecciones estaduales y nacionales, la probabilidad de que su voto decida el resultado es mucho menor a la de que usted resulte herido en un accidente de tránsito mientras maneja hacia el lugar de votación.
Esto significa que el favorecer a un candidato o a una propuesta, le cuesta a usted prácticamente nada en términos de sacrificar la alternativa. Solamente en el raro caso de un empate, su voto es decisivo; solamente entonces su voto por una alternativa hace que usted sacrifique a la otra.
Esta aritmética es importante en virtud de que la misma explica por qué el carisma y la emoción pueden darle sustancia a la política. El registrar apoyo en las urnas por un candidato superficialmente atractivo o por una propuesta superficialmente misericordiosa le permite al votante identificarse con lo glamoroso o con la sensación de virtud pero con poca preocupación acerca del costo o la eficacia.
Por ejemplo, si al votar por un a propuesta para combatir el “recalentamiento global” (o por un candidato que apoya la propuesta) le hace sentirse bien, usted podría estar tentado de hacer a un lado algunas dudas y de votar sin considerar el costo para usted en caso de que la misma sea aprobada, en razón de que su voto no resulta decisivo. Cuanto más confía la gente en el gobierno, más virtuosos se siente al votar una amplia gama de iniciativas gubernamentales que terminan costando mucho más y brindando mucho menos de lo que prometían.
Explotando la Confianza Pública en el Gobierno
La naturaleza de los programas gubernamentales permite a los grupos de interés bien ubicados capturar beneficios privados a expensas del público.
La Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA son sus siglas en inglés) ha incrementado el tamaño de su presupuesto defendiendo posturas de comando-y-control a efectos de reducir la polución. Las medidas basadas en el mercado son más eficaces y baratas, pero requieren de menos burócratas y han sido resistidas por la EPA. Los grupos industriales (tales como la industria carbonífera del este) han apoyado también los enfoques de comando-y-control para protegerse a sí mismos de la competencia (del carbón de bajo sulfuro del oeste), a costa de los consumidores (precios de la electricidad más elevados) y de la calidad del medio ambiente (más óxido sulfúrico en la atmósfera). El listado de las actividades gubernamentales apoyadas por los ciudadanos bien intencionados, pero pervertidas por los intereses organizados, es lastimosamente extenso.
Todo grupo de interés desea convencer al público de que se puede confiar en el gobierno a fin de promover el bienestar general mediante algún incremento en el gasto o de las reglamentaciones. El resultado de ello es una corriente constante de retórica dirigida a hacer que la gente se sienta bien respecto de confiar en el gobierno para que resuelva cada problema imaginable.
Desgraciadamente, la difundida creencia de que las facultades gubernamentales discrecionales pueden y deberían resolver cualquier problema social es incompatible con el hecho de que el gobierno funcione bien. Tal confianza conduce a exigencias políticamente constrictivas para que el gobierno efectúe cúmulos de cosas que no le incumben, con el resultado de que termina haciendo malamente aquellas pocas cosas que sí debiera de estar realizando.
La mejor forma de volver al gobierno más confiable es la de que los votantes se resistan a la tentación de alcanzar una vaga sensación de virtud al votar por cada “propuesta virtuosa” que aparezca. La verdadera virtud está en votar en contra de la mayor parte de los programas gubernamentales (y de los políticos que los apoyan), sin importar cuan virtuosos esos programas supuestamente sean.
Precisamos de mucho escepticismo por parte del público hacia el gobierno para contrarrestar la tendencia de los electores a apoyar las actividades gubernamentales que implican “hacer el bien” con un poder que será invariablemente capturado y corrompido por los intereses especiales. Un gobierno fiable precisa de una cantidad saludable de desconfianza pública.
Traducido por Gabriel Gasave
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