En el verano observo a los colibríes de cuello color rubí volar y revolotear cerca de un comedero al que mi esposa, Dot, cuidadosamente llena con néctar y cuelga a la vista de la ventana de nuestra cocina. El néctar adquirido en una tienda es de color rojizo, dado que la gente cree que los colibríes encuentran atractivo ese color.
El conjunto alrededor del comedero recoge a las lluvias caídas, las que lavan la comida naturalmente provista de los pájaros. Es entonces que el comedero se torna atestado y una pugna de colibríes tiene lugar. Casi siempre, hay al menos un pájaro que intenta controlar el acceso al comedero–lo que los naturalistas a veces denominan un varón dominante.
El varón dominante buscando mantener el control, vuela rápidamente hacia el comedero, coloca su pico en las pequeñas aberturas para una rápida pizca de néctar, y luego vuela hasta una vara cercana desde donde vigilantemente monitorea al comedero. Cuando otras aves intentan alimentarse, raudamente trata de interceptarlas y de obligarlas a alegarse del stock del dulce alimento. Pero mientras se involucra en peleas de perros con un pájaro, otro a menudo se precipita y toma su carga.
El comedero es un bien común, pero no sólo para los colibríes. Las abejas son también atraídas al mismo, y extrañamente, pueden ahuyentar a los colibríes más grandes. Por lo tanto, incluso si el ave dominante es capaz de desviar la competencia de otros miembros de la especie, eso no es suficiente para proteger al néctar, y la defensa en sí misma es costosa por la energía consumida. Los contenidos del comedero nunca se encuentran seguros.
Los colibríes no tienen forma de reclamar su parte del comedero. Hasta donde lo podemos expresar, las comunidades de colibríes no poseen una constitución que refleje reglas socialmente evolucionadas para establecer un orden social. Muy posiblemente, un largo proceso de adaptación y de selección ha generado a un colibrí capaz de vivir en un mundo donde el sustento es un recurso de acceso común, un bien común. Los colibríes viven una vida de vuelo, involucrándose en una constante búsqueda por el sustento para alimentar sus existencias altamente energéticas y, a veces, pelear por el control temporal sobre los valiosos recursos.
Bienes Comunes Humanos
Todos conocemos el relato de la tragedia de los bienes comunes. Maravillosamente escrito por Garrett Hardin en 1968, el comentario altamente estilizado es acerca de una pastura desprovista de reglas, costumbres, o normas sobre cómo compartirla. La misma se encuentra abierta a todos los que llegan a ella. En este lugar imaginario, los pastores lógicamente adicionan ovejas a sus rebaños en la medida que hacerlo proporciona un incremento en la ganancia para el rebaño en particular. Descoordinados en sus esfuerzos, y sin percatarse de los efectos de sus acciones individuales sobre los demás, los despreocupados pastores colectivamente destruyen la pastura. La que podría ser una historia de abundancia, si tan solo los pastores entendiesen, se vuelve una historia de pobreza. Los pasivos pastores son como los colibríes.
Como Hardin artísticamente lo expresa: “En eso radica la tragedia. Cada hombre esta encerrado en un sistema que lo compele a incrementar sin límite su rebaño–en un mundo que es limitado. Ruin es el destino hacia el cual todos los hombres se apresuran, cada uno persiguiendo su mejor interés propio en una sociedad que cree en la libertad de los bienes comunes.”
Las palabras de Garrett Hardin bellamente cubren los aspectos de una interminable batalla humana para formar comunidades, acumular riqueza, y mejorar el bienestar. Con esa frase–la tragedia de los bienes comunes–la esencia del desafío nos golpea precisamente entre los ojos: cuando no existen derechos de propiedad–formales o informales–que limiten el uso de los escasos recursos naturales, la acción humana conduce inevitablemente al prematuro agotamiento y destrucción del recurso.
Pero las personas no son colibríes. Los individuos pueden construir instituciones que marginan al comportamiento comunitario frenético. Los individuos poseen constituciones no escritas y escritas que ayudan a establecer el orden social. Los individuos pueden acumular riqueza, y así lo hacen. Las personas se comunican, inventan líneas de afinidad, y desarrollan costumbres, tradiciones, y estados de derecho que limitan el comportamiento antisocial. Los individuos definen, hacen cumplir, y negocian derechos de propiedad. La gente puede evitar la tragedia de los bienes comunes, y así lo hace. De hecho, en vez de vivir con las tragedias, la gente triunfa sobre los bienes comunes. Pero los triunfos nunca son perfectos o completos. Existe siempre otro bien común al que administrar.
El Ascenso del Hombre
Deseo avanzar en la noción que encuentra con la forma de los bienes comunes el estímulo fundamental que da lugar, en vez de a la tragedia, a lo que hoy día llamamos civilización. El ascenso del hombre desde la existencia primitiva sin ninguna acumulación de riqueza a la vida como la conocemos es fundamentalmente una historia acerca del triunfo, no de la tragedia, sobre los bienes comunes. Permítaseme explicarlo.
Nuestra propia existencia como seres humanos está definida por instituciones que evolucionaron evitando las tragedias. Poseemos nombres, los cuales sirven al propósito económico de identificarnos como partes de los contratos y de los acuerdos. Esos nombres, ante todo, forman redes de comunicación que reducen el costo social de asignar responsabilidades y compromisos. Acrecientan el decir la verdad y el cumplimiento de las promesas; elevan el costo de participar en un comportamiento antisocial. Limitan una tragedia de los bienes comunes.
Tenemos símbolos abstractos de la propiedad–escrituras, títulos, y contratos–que definen las esferas del comportamiento autónomo. Hablamos de nuestras casas, de nuestros automóviles, de nuestras ropas, de nuestras familias, y de nuestra pastura. Incluso el lenguaje ha evolucionado para proporcionar una forma posesiva que acomoda el triunfo sobre los bienes comunes.
Escribimos y observamos los contratos, los testamentos, y los acuerdos matrimoniales que definen las relaciones, identifican el territorio, y conservan la riqueza. Aceptamos los cuerpos evolucionados del derecho y a las actividades de aplicación de la ley para asegurarnos la integridad de nuestros acuerdos. Acarreamos papeles que nos permiten adquirir propiedad, extinguir deudas, cruzar fronteras, conducir vehículos, y comunicarnos de manera efectiva con los extranjeros. Y tenemos cerraduras, llaves, paredes, cercas, marcas, y mecanismos de encripción, todo esto en un esfuerzo por evitar la tragedia de los bienes comunes.
Los derechos de propiedad definen quiénes somos y qué poseemos. Los derechos de propiedad protegen a los demás de nuestros avances no deseados y nos impiden contribuir a la tragedia de sus bienes comunes.
Evitar la tragedia de los bienes comunes es costoso. Los beneficios deben ser grandes.
¿Cómo se ha desarrollado? La humanidad ha triunfado sobre el camino a la ruina señalado por los bienes comunes. Con relación a esa época no sofisticada cuando las tribus nómades vivían en base a los bienes comunes, nosotros en el mundo occidental vivimos en un verdadero Jardín del Edén. Las pasturas son verdes. Las ovejas son gordas. Las estanterías de ropas están repletas. Donde los derechos de propiedad florecen, la elección de alimentos es casi infinita. Viajamos con facilidad a los cuatro rincones de la tierra. Nos comunicamos electrónicamente sin prácticamente costo alguno.¿Dónde está la tragedia de los bienes comunes?
La tragedia es hallada allí donde por razones que tienen que ver con el poder, la intolerancia, o el costo, los seres humanos no han aún definido derechos de propiedad privada. O, como veremos, allí donde los derechos de propiedad evolucionados alentados por el hombre edificador de instituciones han sido destruidos. Los que una vez fuera un triunfo puede volverse una tragedia.
Tragedias Observadas y Evitadas
No es difícil hallar lugares donde los constructores de instituciones han fracasado. Observemos la descripción de la situación de la población mundial de tigres. “A comienzos del siglo veinte, los tigres salvajes se encontraban ampliamente distribuidos a través de Asia, tan lejos hacia el oeste como Turquía, tan remotos hacia el norte y el este como el sudeste de Rusia, y tan lejos hacia el sur como las islas indonesas de Java y Bali. Deben de haber existido tantos como unos 40.000 tigres solamente en la India, y la población total puede haber rondado los 100.000 animales. En la actualidad, la estimación más grande es de que el número total de tigres salvajes se encuentra entre los 4.800 y los 7.300.” ¿Qué explica las bajas? El mismo autor proporciona una respuesta: “Las prescripciones de mandato y control para salvar al tigre han fracasado enormemente debido a que la gente que realmente determina el destino de los tigres salvajes posee pocos incentivos para salvarlos. . . . Debemos convertir a los tigres vivos de responsabilidades en activos.” Resumiendo, derechos de propiedad deben ser definidos.
Traducido por Gabriel Gasave
Los bienes comunes: ¿Una tragedia o un triunfo?
En el verano observo a los colibríes de cuello color rubí volar y revolotear cerca de un comedero al que mi esposa, Dot, cuidadosamente llena con néctar y cuelga a la vista de la ventana de nuestra cocina. El néctar adquirido en una tienda es de color rojizo, dado que la gente cree que los colibríes encuentran atractivo ese color.
El conjunto alrededor del comedero recoge a las lluvias caídas, las que lavan la comida naturalmente provista de los pájaros. Es entonces que el comedero se torna atestado y una pugna de colibríes tiene lugar. Casi siempre, hay al menos un pájaro que intenta controlar el acceso al comedero–lo que los naturalistas a veces denominan un varón dominante.
El varón dominante buscando mantener el control, vuela rápidamente hacia el comedero, coloca su pico en las pequeñas aberturas para una rápida pizca de néctar, y luego vuela hasta una vara cercana desde donde vigilantemente monitorea al comedero. Cuando otras aves intentan alimentarse, raudamente trata de interceptarlas y de obligarlas a alegarse del stock del dulce alimento. Pero mientras se involucra en peleas de perros con un pájaro, otro a menudo se precipita y toma su carga.
El comedero es un bien común, pero no sólo para los colibríes. Las abejas son también atraídas al mismo, y extrañamente, pueden ahuyentar a los colibríes más grandes. Por lo tanto, incluso si el ave dominante es capaz de desviar la competencia de otros miembros de la especie, eso no es suficiente para proteger al néctar, y la defensa en sí misma es costosa por la energía consumida. Los contenidos del comedero nunca se encuentran seguros.
Los colibríes no tienen forma de reclamar su parte del comedero. Hasta donde lo podemos expresar, las comunidades de colibríes no poseen una constitución que refleje reglas socialmente evolucionadas para establecer un orden social. Muy posiblemente, un largo proceso de adaptación y de selección ha generado a un colibrí capaz de vivir en un mundo donde el sustento es un recurso de acceso común, un bien común. Los colibríes viven una vida de vuelo, involucrándose en una constante búsqueda por el sustento para alimentar sus existencias altamente energéticas y, a veces, pelear por el control temporal sobre los valiosos recursos.
Bienes Comunes Humanos
Todos conocemos el relato de la tragedia de los bienes comunes. Maravillosamente escrito por Garrett Hardin en 1968, el comentario altamente estilizado es acerca de una pastura desprovista de reglas, costumbres, o normas sobre cómo compartirla. La misma se encuentra abierta a todos los que llegan a ella. En este lugar imaginario, los pastores lógicamente adicionan ovejas a sus rebaños en la medida que hacerlo proporciona un incremento en la ganancia para el rebaño en particular. Descoordinados en sus esfuerzos, y sin percatarse de los efectos de sus acciones individuales sobre los demás, los despreocupados pastores colectivamente destruyen la pastura. La que podría ser una historia de abundancia, si tan solo los pastores entendiesen, se vuelve una historia de pobreza. Los pasivos pastores son como los colibríes.
Como Hardin artísticamente lo expresa: “En eso radica la tragedia. Cada hombre esta encerrado en un sistema que lo compele a incrementar sin límite su rebaño–en un mundo que es limitado. Ruin es el destino hacia el cual todos los hombres se apresuran, cada uno persiguiendo su mejor interés propio en una sociedad que cree en la libertad de los bienes comunes.”
Las palabras de Garrett Hardin bellamente cubren los aspectos de una interminable batalla humana para formar comunidades, acumular riqueza, y mejorar el bienestar. Con esa frase–la tragedia de los bienes comunes–la esencia del desafío nos golpea precisamente entre los ojos: cuando no existen derechos de propiedad–formales o informales–que limiten el uso de los escasos recursos naturales, la acción humana conduce inevitablemente al prematuro agotamiento y destrucción del recurso.
Pero las personas no son colibríes. Los individuos pueden construir instituciones que marginan al comportamiento comunitario frenético. Los individuos poseen constituciones no escritas y escritas que ayudan a establecer el orden social. Los individuos pueden acumular riqueza, y así lo hacen. Las personas se comunican, inventan líneas de afinidad, y desarrollan costumbres, tradiciones, y estados de derecho que limitan el comportamiento antisocial. Los individuos definen, hacen cumplir, y negocian derechos de propiedad. La gente puede evitar la tragedia de los bienes comunes, y así lo hace. De hecho, en vez de vivir con las tragedias, la gente triunfa sobre los bienes comunes. Pero los triunfos nunca son perfectos o completos. Existe siempre otro bien común al que administrar.
El Ascenso del Hombre
Deseo avanzar en la noción que encuentra con la forma de los bienes comunes el estímulo fundamental que da lugar, en vez de a la tragedia, a lo que hoy día llamamos civilización. El ascenso del hombre desde la existencia primitiva sin ninguna acumulación de riqueza a la vida como la conocemos es fundamentalmente una historia acerca del triunfo, no de la tragedia, sobre los bienes comunes. Permítaseme explicarlo.
Nuestra propia existencia como seres humanos está definida por instituciones que evolucionaron evitando las tragedias. Poseemos nombres, los cuales sirven al propósito económico de identificarnos como partes de los contratos y de los acuerdos. Esos nombres, ante todo, forman redes de comunicación que reducen el costo social de asignar responsabilidades y compromisos. Acrecientan el decir la verdad y el cumplimiento de las promesas; elevan el costo de participar en un comportamiento antisocial. Limitan una tragedia de los bienes comunes.
Tenemos símbolos abstractos de la propiedad–escrituras, títulos, y contratos–que definen las esferas del comportamiento autónomo. Hablamos de nuestras casas, de nuestros automóviles, de nuestras ropas, de nuestras familias, y de nuestra pastura. Incluso el lenguaje ha evolucionado para proporcionar una forma posesiva que acomoda el triunfo sobre los bienes comunes.
Escribimos y observamos los contratos, los testamentos, y los acuerdos matrimoniales que definen las relaciones, identifican el territorio, y conservan la riqueza. Aceptamos los cuerpos evolucionados del derecho y a las actividades de aplicación de la ley para asegurarnos la integridad de nuestros acuerdos. Acarreamos papeles que nos permiten adquirir propiedad, extinguir deudas, cruzar fronteras, conducir vehículos, y comunicarnos de manera efectiva con los extranjeros. Y tenemos cerraduras, llaves, paredes, cercas, marcas, y mecanismos de encripción, todo esto en un esfuerzo por evitar la tragedia de los bienes comunes.
Los derechos de propiedad definen quiénes somos y qué poseemos. Los derechos de propiedad protegen a los demás de nuestros avances no deseados y nos impiden contribuir a la tragedia de sus bienes comunes.
Evitar la tragedia de los bienes comunes es costoso. Los beneficios deben ser grandes.
¿Cómo se ha desarrollado? La humanidad ha triunfado sobre el camino a la ruina señalado por los bienes comunes. Con relación a esa época no sofisticada cuando las tribus nómades vivían en base a los bienes comunes, nosotros en el mundo occidental vivimos en un verdadero Jardín del Edén. Las pasturas son verdes. Las ovejas son gordas. Las estanterías de ropas están repletas. Donde los derechos de propiedad florecen, la elección de alimentos es casi infinita. Viajamos con facilidad a los cuatro rincones de la tierra. Nos comunicamos electrónicamente sin prácticamente costo alguno.¿Dónde está la tragedia de los bienes comunes?
La tragedia es hallada allí donde por razones que tienen que ver con el poder, la intolerancia, o el costo, los seres humanos no han aún definido derechos de propiedad privada. O, como veremos, allí donde los derechos de propiedad evolucionados alentados por el hombre edificador de instituciones han sido destruidos. Los que una vez fuera un triunfo puede volverse una tragedia.
Tragedias Observadas y Evitadas
No es difícil hallar lugares donde los constructores de instituciones han fracasado. Observemos la descripción de la situación de la población mundial de tigres. “A comienzos del siglo veinte, los tigres salvajes se encontraban ampliamente distribuidos a través de Asia, tan lejos hacia el oeste como Turquía, tan remotos hacia el norte y el este como el sudeste de Rusia, y tan lejos hacia el sur como las islas indonesas de Java y Bali. Deben de haber existido tantos como unos 40.000 tigres solamente en la India, y la población total puede haber rondado los 100.000 animales. En la actualidad, la estimación más grande es de que el número total de tigres salvajes se encuentra entre los 4.800 y los 7.300.” ¿Qué explica las bajas? El mismo autor proporciona una respuesta: “Las prescripciones de mandato y control para salvar al tigre han fracasado enormemente debido a que la gente que realmente determina el destino de los tigres salvajes posee pocos incentivos para salvarlos. . . . Debemos convertir a los tigres vivos de responsabilidades en activos.” Resumiendo, derechos de propiedad deben ser definidos.
Traducido por Gabriel Gasave
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